Hay personajes que nacen de formas insospechadas y acaban encontrando una voz tan propia que dejan atrás su origen. ROM, el Caballero Espacial es quizá el ejemplo más evidente de cómo un juguete puede transformarse, gracias al talento de un buen equipo creativo, en una pieza de culto dentro del cómic norteamericano. Lo fascinante del regreso de esta serie en formato Omnibus gracias a Panini -que nos trajo también a Los Micronautas- es que nos permite reencontrarnos con un héroe que nunca encajó del todo en el molde Marvel, pero que precisamente por eso continúa siendo tan magnético.
La odisea espacial de ROM resurge: acción, moral y sacrificio en la colección que siempre fue de culto
Este primer volumen se presenta en cartoné, con más de 700 páginas y un tamaño generoso, cercano al formato “prestigio” que Panini está utilizando para recuperar material clásico de alto valor histórico. Recoge los números 1 al 29 de la serie original de Marvel, además de un cruce con Power Man & Iron Fist, y sirve como puerta de entrada a una epopeya que abarcó 75 entregas durante los años 1979-1986. El conjunto reconstruye una etapa firmada por Bill Mantlo en guion y Sal Buscema en dibujo: dos artesanos cuya química elevó lo que podría haber sido un simple proyecto comercial.
Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que ROM no es un superhéroe al uso: es un exiliado. Un caballero forjado en Galador y condenado a vagar por la galaxia para erradicar a los Dire Wraiths, una raza de cambiaformas que se infiltra en la humanidad como un virus silencioso. Esa idea -la paranoia de no saber quién es humano y quién es enemigo- convierte al cómic en una especie de mezcla improbable entre tragedia espacial y thriller político, donde la acción convive con un subtexto de alienación constante. ROM llega a la Tierra como una suerte de mesías metálico, pero la humanidad lo recibe con miedo, sospecha o francamente hostilidad.
Mantlo escribe a ROM como un héroe profundamente noble, casi caballeresco, incapaz de renunciar a su misión incluso cuando lo reduce a una existencia solitaria y un tanto desdichada. Hay una melancolía persistente en cada capítulo, reforzada por el trazo directo y expresivo de Buscema -uno de los mejores dibujantes de todos los tiempos-, que alterna escenas épicas con momentos de quietud dolorosa. Pese a ser un cómic cósmico, con seres y amenazas de todo tipo, hay momentos en los que ROM está más cerca del western introspectivo que de la space opera ruidosa -aunque también tiene delirios deliciosamente pulps-. Volvemos a incidir. es un caballero solitario en un planeta que no es el suyo.
La edición en formato Omnibus no solo reivindica la importancia histórica del personaje, sino que permite apreciar la ambición emocional de una serie que, durante décadas, permaneció atrapada en un limbo de derechos editoriales. Hoy vuelve como lo que siempre fue: un clásico extraño, valiente, imperfecto y profundamente humano, ideal para lectores que buscan ciencia ficción con alma y aventuras que no temen hablar de deber, sacrificio y redención.















