España está tan necesitada de vivienda asequible que empieza a mirar con otros ojos soluciones que hace unos años habrían sonado a ciencia ficción. Las llamadas “casas cápsula” chinas que una empresa de Pontevedra está empezando a importar son el último experimento: módulos prefabricados de entre 5 y casi 40 m², que llegan en barco, se montan en semanas y prometen algo muy seductor en este contexto: llave en mano por entre 25.000 y 80.000 euros. El modelo “estrella” que han enseñado en O Grove ronda los 38 m², con baño (hasta jacuzzi), cocina compacta, salón y cama de matrimonio por unos 73.000–85.000 euros, lista para entrar a vivir en unos tres meses entre fabricación y transporte.
El gancho es evidente: frente a una obra tradicional que puede eternizarse, estas cápsulas se conciben como producto industrial, casi como comprar un coche. La empresa, Caslua Import, insiste en dos ideas: rapidez y modularidad. Los módulos se fabrican en China, viajan en contenedor y aquí se conectan a suministros y cimentación, con posibilidad de añadir paneles solares y depósitos para acercarse a la autosuficiencia. Sobre el papel encaja con la obsesión actual por soluciones “plug and play” que sirvan tanto para primera vivienda como para turismo rural, oficinas mínimas o alojamientos temporales.
Cuando se hace la cuenta real
Pero cuando se baja a la calculadora, el milagro se matiza. Una cápsula de 38 m² por 73.000 euros sale en torno a 1.900 €/m² solo de módulo, sin contar suelo, licencias, acometidas ni impuestos. En muchas zonas de España ese precio por metro cuadrado compite ya con vivienda tradicional de segunda mano, y en mercados tensionados (Madrid, Barcelona, Baleares) puede ser más barato que el ladrillo, pero nunca independiente del gran cuello de botella: conseguir un terreno edificable donde colocarla. Aunque el marketing hable de “casa móvil” o “modular”, en la práctica la mayoría de ayuntamientos las trata como edificaciones: nada de plantarla alegremente en suelo rústico salvo excepciones muy tasadas.
Otro punto delicado es la durabilidad real de estos módulos importados. El fabricante vende eficiencia, sostenibilidad y buenos aislamientos, pero todavía no hay un histórico en clima español que permita saber cómo envejecen tras 15 o 20 inviernos de humedad, salitre o calor extremo. La construcción industrializada lleva años despegando en España, pero muchas promotoras optan por sistemas fabricados aquí, adaptados a normativa local y con cadenas de mantenimiento claras; en el caso de estas cápsulas, cualquier reparación estructural vuelve a depender del proveedor chino y del intermediario gallego.
Un síntoma de la crisis de vivienda
Aun así, el éxito mediático de las “casas cápsula” dice mucho del momento. Llega después de que se popularicen otros formatos alternativos –prefabricadas de hormigón, madera industrializada, tiny houses, contenedores marítimos rehabilitados– que comparten un mismo mensaje: si la vivienda convencional es inaccesible, hay que experimentar en los márgenes. El problema es que muchas de estas soluciones acaban ocupando nichos muy concretos (segunda residencia, turismo, oficinas en jardín) más que aliviar el núcleo duro de la crisis habitacional: jóvenes y clases medias que no pueden pagar ni alquiler ni hipoteca en las grandes ciudades.
Queda además la gran pregunta de escala. Una cápsula puede resolver el caso puntual de quien ya tiene una parcela y busca una vivienda rápida; pero difícilmente puede trasladarse tal cual a políticas públicas de vivienda masiva sin repensar por completo el urbanismo, las redes de servicios y la financiación. De momento, lo que sí consigue la propuesta de Caslua es poner sobre la mesa un debate incómodo: quizá no falten solo ideas arquitectónicas, sino suelo asequible, regulación clara y una estrategia de país que vaya más allá de ir parcheando el mercado con soluciones llamativas.















