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Adam Driver defiende una de las peores películas de ciencia ficción de la historia: 'Tiene dinosaurios y naves espaciales'

Desplaza la película del terreno de la paleoficción clásica al de la ciencia ficción existencial.
Adam Driver defiende una de las peores películas de ciencia ficción de la historia: 'Tiene dinosaurios y naves espaciales'
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Actualizado: 16:34 28/10/2025
adam driver

Adam Driver no necesitó más que una mezcla muy primaria —“había dinosaurios, pistolas láser y naves espaciales”— para aceptar 65; pero, como él mismo matiza, lo decisivo fue que bajo el envoltorio pulp había un relato íntimo de duelo y vínculo elegido entre un adulto y una niña.

Lo contó en una entrevista con Collider, donde definió la propuesta como “única” por ese cruce entre espectáculo y emoción contenida. Esa doble capa —prueba de un Hollywood que aún busca ideas originales dentro del blockbuster medio— explica por qué, pese a su recepción tibia, la película ha ido ganando defensores: funciona como survival minimalista con una ética de cuidado en un entorno imposible.

En términos industriales, 65 fue una apuesta de tamaño intermedio de Sony que reunió a Scott Beck y Bryan Woods —el tándem de guionistas de A Quiet Place— con Sam Raimi en la producción, un combo que sugería terror físico y suspense con vocación mainstream. El presupuesto oficial que recogen las fuentes primarias se fijó en 45 millones de dólares, y el resultado en taquilla fue modesto: 60,7 millones a nivel mundial, según el recuento final de Box Office Mojo y la ficha de referencia de Wikipedia. Ese diferencial estrecho entre coste y recaudación alimentó el discurso de “infravalorada”: no es un fracaso mayúsculo, pero tampoco un éxito en salas; más bien, un título que pedía una segunda vida fuera de cines.

Del cine a su “segunda vida”

La “segunda vida” llegó pronto. Gracias al acuerdo de ventana con Netflix para títulos de Sony, 65 aterrizó en streaming el 8 de julio de 2023, donde su premisa de alto concepto y metraje conciso favorecieron el descubrimiento algorítmico. En paralelo, Beck y Woods insistían en entrevistas de lanzamiento en la columna vertebral temática —renacimiento y familia elegida— para diferenciarla de un mero “Jurassic light”. Ese contraste entre marketing (dinos y láser) y subtexto (duelo, paternidad, traducción entre especies) es lo que ha permitido que, con el tiempo, parte de la crítica y el público la relean menos como “serie B lujosa” y más como thriller de supervivencia con corazón.

Spoilers de la película a partir de aquí. Narrativamente, el filme se permite un giro que lo separa del molde Jurassic: Driver no interpreta a un humano del pasado, sino a un alienígena que se estrella en la Tierra de hace 65 millones de años, lo que desplaza la película del terreno de la paleoficción clásica al de la ciencia ficción existencial (¿qué nos hace “humanos” si el humano es el Otro?). Ese marco reubica incluso el clímax con el T. rex como una prueba iniciática que hace avanzar la relación entre los protagonistas. Driver lo contaba con sorna —“después del T. rex ya no me importaba nada”—, pero el subtexto es claro: la criatura es catalizador emocional, no solo espectáculo.

Licencias científicas y contexto

¿Es científicamente “correcta”? No demasiado, y ahí está parte del debate honesto que la acompaña desde el estreno. Paleontólogos consultados por medios generalistas señalaron licencias en anatomía, comportamiento y cronología de las especies que aparecen en pantalla: coherentes con la tradición de Hollywood, pero alejadas del consenso académico. Lo interesante es que 65 nunca pretendió ser un docudrama de dinosaurios, sino un survival que usa lo prehistórico como paisaje simbólico; entender esa intención no invalida la crítica, pero sí contextualiza su apuesta estética y narrativa frente al monopolio cultural de Jurassic Park.

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En retrospectiva, 65 es menos un “fallo” que una anomalía saludable: una película mediana, autocontenida y físicamente rodada, que rehúye el chiste fácil y se toma en serio a sus dos personajes. Su destino comercial quedó marcado por un fin de semana de apertura competido y por reseñas iniciales frías, pero su ciclo completo —debut discreto, conversación crítica dividida, rescate doméstico— encaja con el ecosistema actual de estrenos. Quizá por eso hoy Adam Driver puede reivindicarla sin complejos: porque, más allá del ruido, ahí sigue ese híbrido poco común de acción primordial y melodrama mínimo que él vio cuando leyó el guion: “dinosaurios, pistolas y naves”… al servicio de una historia de dos.

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