En la década de los noventa, la lucha libre iba cogida de la mano del nombre de Hulk Hogan. Su reconocible figura, sus discursos chulescos y sus combates eran capaces de atraer a más de 30 millones de espectadores únicamente en Estados Unidos. Hogan el centro de un negocio multimillonario, casi imposible de esquivar, y del que la WWE (la federación estadounidense de lucha libre) se lucró durante años. No había un icono con mayor poder en el mundo del entretenimiento. Este luchador, bronceado y de tinte imposible, decidía con quién luchaba, de qué manera entraba en el cuadrilátero y la forma en la que se tenía que ver y vender a su personaje. Hulk Hogan llegó a convertirse en un fenómeno mundial, desatando entre sus seguidores la llamada Hulkmanía, un fenómeno de marketing pocas veces visto en el ecosistema del llamado pressing catch, y que le permitió transformarse en juguete, en dibujo animado y en casi cualquier producto comercializable imaginable. Fue el sueño americano personificado. Pero un día todo cambió.
El sueño americano personificado
Terrence ‘Terry’ Gene Bollea, de Georgia (Estados Unidos) ha sido, durante décadas, el luchador más reconocible y admirado de la WWE (World Wrestling Entertainment) y la WCW (World Championship Wrestling). Estrella estelar de ambas competiciones y miembro del Salón de la Fama de la WWE, Hogan ha sido 6 veces campeón de la WWF, 6 veces campeón de la WCW y campeón mundial en la modalidad de parejas en la WWE junto a Edge.
De palmarés envidiable, el único ganador por dos veces consecutivas del Royal Rumble, es uno de los pocos luchadores reconocidos en la vitrina de los Inmortales gracias a su interminable participación en los eventos Wrestlemania. Pero, ¿qué pasó con el luchador que encarnó el sueño americano durante tanto tiempo?
Pese a que estudiaba dirección y gestión de empresas, Bollea siempre destacó por su físico y su aspecto. Descubierto por los míticos luchadores Jack y Gerald Brisco, entrenó durante varios para llegar al ring. Hogan, un verdadero aficionado al relato y a la hipérbole, siempre ha vendido que fue el momento más duro de su vida, con sesiones interminables y entrenamiento sobrehumanos. Sin ir más lejos, llegó a decir que su entrenador -el japonés Hiro Matsada- le rompió una pierna para que escarmentase y se prepararse para su futuro camino hacia el estrellato como miembro de la lucha libre. Tras su formación, y con los setenta a punto de finalizar, Terry debutaba encarnando al llamado Super Destructor. Con una máscara sobre su rostro, y luchando de una manera pocas veces vista en el circuito profesional, Hogan conseguía en 1979 el campeonato mundial de los pesos pesados de la NWA tras imponerse a Ox Baker.
Ese mismo año, Vincent James McMahon, dueño de la Capitol Wrestling Corporation, lo incorporó en sus filas y lo rebautizó como Hogan. Si bien arrancó con el pelo rojo, pronto cambió a su color natural, una seña de identidad que acabaría convirtiéndose en su imagen de marca y que transformaría para siempre su estampa. El origen del nombre ha sido discutido por los propios aficionados y conocedores de la lucha libre norteamericana, pero muchas fuentes apuntan a que McMahon, al verlo en directo y comprobar su exagerada corpulencia y tamaño, quiso adosarle el adjetivo de Hulk porque consideraba que era mucho más imponente que Lou Ferrigno, que por aquel entonces encarnaba al célebre personaje de Marvel en la serie de televisión. Hogan, que comenzó disputando combates en la WWF, acabó labrándose un nombre al ganar varios cruciales. Pero su boom de popularidad coincidió con el comienzo de los ochenta, su paso a otros circuitos profesionales con mayor tirón televisivo y su aparición en el film Rocky III (1982, Sylvester Stallone) como Thunderlips, un luchador que se enfrentaba al mismísimo Rocky Balboa en un combate benéfico.
Pasando por la American Wrestling Association, New Japan Pro Wrestling y recalando finalmente en la World Wrestling Federation en 1983 tras una llamada de su amigo Vince McMahon, Hogan llegó, ganó y venció. Cuando McMahon recurrió a Hogan para aumentar el prestigio de su recién comprado campeonato, tenía una idea en mente: apoyarse en el carisma de este luchador para llevar la competición a nuevas audiencias. Y lo consiguió. Hulk Hogan combatió contra Bill Dixon en su debut, peleó en un impresionante 3 contra 1 y se proclamó campeón de la WWF derrotando a The Iron Sheik y su temible llave de sumisión Camel Clutch en el Madison Square Garden. Durante esta época, Hogan hizo migas con Mr. T -sí, el mítico protagonista de El equipo A- y defendió con uñas y dientes su título sobre la lona. Bastante recordado es su combate contra Bob Orton alias Cowboy, en el que Hogan consiguió salir victorioso por descalificación de su rival. Su rivalidad con Orton sería una de las más celebradas y jaleadas durante años, ya que ambos coincidirían algunos meses después de verse las caras en el primer Saturday Night’s Main Event, en una bronca disputa contra Roddy Pipper en la que el Cowboy interfería de forma ilegal. Bueno, ilegal. Ya saben de qué manera funciona la narrativa en este espectáculo.
Siempre fue un aficionado a este tipo de historias. Si bien la lucha libre, con sus rivalidades, discursos y coreografías imposibles admitía y asimilaba bastante bien este tipo de comportamientos, Hulk Hogan siempre supo sacarle un extra a la situación. Disfrutaba comenzando sus combates absolutamente apaleado, tirado en la lona y a merced de su rival, alimentándose y recobrándose poco a poco por los gritos y aplausos del público. Eran los ánimos los que lo levantaban y lo hacía remontar casi todas las batallas y combates que disputaba, convirtiéndose en la figura más querida y laureada de la lucha libre. Su popularidad en Japón era tal que lo llamaban Ichiban o El número uno. “Me enamoré de Japón en aquella época. Los tiempos eran distintos, no había promoción, no había redes sociales, y los combates que di en Tokio y Osaka no se podían ver como puedes hacer ahora”, explicaba. “Me tendría que haber quedado a vivir allí”, concluía el luchador en unas entrevistas concedidas hace unos días. La Hulkmanía, aquella locura colectiva que llevaba a los espectadores de la lucha libre a comprar juguetes, comprar discos de música firmados por el luchador, realizar el icónico saludo rompiéndose la camiseta y a incluso portar bigotes postizos de Hogan por ahí, estaba en su máximo apogeo. Todo el mundo lo amaba.
En aquellos últimos compases de los ochenta, con la WWF incitando a la rivalidad entre André The Giant y él en los sucesivos WrestleMania, Hulk Hogan dio el salto, casi a tiempo completo, al cine. Protagonizó la inefable cinta No Holds Barred (1989, Thomas J. Wright) y se convirtió casi en un dios entre mortales. Su fama como varias veces campeón del mundo y su buena amistad con algunos directores y productores de cine, lo encumbraron aún más entre sus iguales a finales de los años ochenta. Se ganó rápidamente el odio de algunos luchadores rivales, como el del Último guerrero, con el que ha tenido y tiene disputas dentro y fuera del ring. Sin embargo, el favor del público, el que lo había alimentado en los combates y con el que se levantaba tras cada derrota, lo perdió. Fue en 1994, año en el que se descubrió que tomaba esteroides de todo tipo, cuando todo cambió.
La decadencia del chico mimado de la WWE
Hulk Hogan era una estrella muy mimada dentro del circuito profesional. Se hacía de querer, pedía contratos imposibles y siempre buscaba la forma de dejar mal a aquellos que le intentaban arrebatar un poquito de fama. Fue considerado como la estrella absoluta y más famosa de la historia de la WWE por el público, y el luchador, conocedor de la pasión desmedida que se le profesaba fuera de los cuadriláteros, la usó varias a veces a su favor. Era el tipo fuerte, el hombre que todos los tíos de la época deseaban ser. Patriota, responsable de su propia carrera y sano. Desde los inicios de su carrera, Hogan recalcó que él estaba ahí, en medio de un universo de opulencia, fama y músculos, porque se lo había trabajado. “Entrenar, rezar y tomar vitaminas”, repetía una y otra vez como un mantra en las declaraciones a los medios. Eran, para él, las claves que todo buen norteamericano debía abrazar si quería algún día ser alguien. Su ego, dicen los mentideros del mundo de la lucha libre, lo hacía siempre amañar -sí, aún más- los combates que tenía en agenda, valiéndose de su amistad con el mandamás Vincent James McMahon para que siempre le buscase rivales que no fueran una verdadera amenaza.
Su personaje lo acabó fagocitando. Todo era Hogan y muy poco quedaba de Terrence ‘Terry’ Gene Bollea, figura y nombre oficial que únicamente usaba en los juicios y sentencias que tenía abiertos por doquier. Los años noventa vivieron su descenso a los infiernos, con apariciones estelares en la lucha libre, algunos cameos en películas taquilleras y algún que otro revival mercadotécnico en forma de juguete. Tras una década de descenso paulatino, y con la WWE bajo mínimos, en 2005, y en plena efervescencia de los reality show, Hogan y su familia se convirtieron en las estrellas de Hogan Knows Best para la cadena VH1. El programa, protagonizado por el luchador, su esposa Linda y sus dos hijos Brooke y Nick, nos trasladaba a la mismísima mansión de Hogan en Clearwater, Florida (Estados Unidos), contándonos los dimes y diretes del luchador con sus retoños y su mujer.
Era un programa tan absurdo y difícil de creer que se convirtió en todo un éxito. Hogan se mostraba como un padre severo, su hijo Nick como un niñato malcriado que intentaba ser pilotos de carreras o incluso profesional del wrestling y su hija, cantante. Aguantó tres temporadas, hasta que en 2008, la dirección del reality decidió que la hija de Hogan era más interesante que su propio padre. La gente que veía el programa no lo aclamaba ni lo quería. Se reía de él. El rubio patriota, en un acto desesperado por la atención, intentó varias veces volver al circuito de la lucha libre con éxito dispar. Tras años casado, su esposa decidió divorciarse de él en 2007 -el propio luchador se enteró por la prensa- y echarse un novio que resultó ser un amigo de su hijo. En aquellos años, sería Nick, el primogénito de Hogan, el que acabaría protagonizando un desgraciado accidente con el Toyota Supra Amarillo de su padre, dejando gravemente herido a su copiloto tras conducir ebrio, por encima del límite de velocidad. Por aquellos hechos, su hijo acabaría en prisión.
En 2011, James Brian Hellwing, conocido como El último guerrero en el circuito profesional, salió a la palestra con unas duras declaraciones sobre el ámbito privado de Hogan. “Bollea convertía a los demás luchadores en yonkis de la cocaína. Así los manejaba y mangoneaba a su antojo”, explicaba Hellwing. “No hacía otra cosa que meterse”, añadía el combatiente. De hecho, afirmaba que no le extrañaba que Linda se separase de él, pues según Hellwing la malvendía en una serie de orgías que mantenían Hogan y sus amigos en la casa del luchador. “Todos los luchadores del circuito eran invitados a la cama de Linda”, apuntillaba. El último guerrero, ni corto ni perezoso, argumentaba que Hogan, el otrora considerado símbolo de la lucha libre, había sido el cáncer que había dinamitado el poco prestigio que atesoraba la competición. Pero fue en 2015 cuando, a través de la web Gawker, se publicó un vídeo de carácter sexual filmado en 2012 en el que Hogan se acostaba con la modelo y activista Heather Clem, esposa por aquel entonces del locutor y presentador Bubba The Love Sponge. La sex tape se convirtió en todo un vídeo viral, transformándose en un auténtico destructor de ego para el ya tocado Hogan. En ella se veía como Hulk Hogan paraba para poder respirar, se rascaba la barriga, hablaba por teléfono… Lo humanizaba y ridiculizaba. Era una humillación pública, algo que aterrorizaba al luchador, muy celoso de la imagen de vencedor y exitoso que siempre había vendido de cara a sus aficionados y seguidores.
El luchador decidió tirar de tribunales para restaurar su imagen y demandó al portal web Gawker por publicar ese vídeo sin su permiso, acusando a Bubba y la propia Heather de conspirar contra él para obtener rédito económico. Rédito económico que intentó el propio Hogan conseguir con este caso, reclamándole 100 millones de dólares a los demandados. Lo consiguió, contando con un aliado inesperado, Peter Thiel, uno de los fundadores de PayPal, y que años antes, también había sido damnificado por las filtraciones del mismo portal de cotilleos y chismes de famosos. Hogan y Thiel litigaron contra Gawker y consiguieron sus objetivos, logrando incluso el cierre del portal. Pese a la victoria monetaria, y tras mudarse con su segunda esposa Jennifer McDaniel a un modesto chalet, la popularidad de Hogan seguía cayendo en picado por los turbios incidentes y extrañas situaciones que siempre lo rodeaban. Había tocado fondo, y aunque su cuenta corriente se recuperaba del pecaminoso estilo de vida que había seguido -y disfrutado- durante años, demostró que todavía podía caer aún más bajo y cerciorar qué tipo de persona era realmente fuera de las cámaras.
El mismo 2015 acabó casi definitivamente con la poca credibilidad que tenía para sus aficionados y seguidores cuando surgieron de nuevo en vídeo unas polémicas declaraciones racistas y xenófobas en las que se quejaba de que su hija saliese y se acostase con un negro, usando, como hombre blanco y en términos despectivos, una de las palabras más duras para la sociedad estadounidense y los afroamericanos residentes en el país: nigger. “No pienso engañar a nadie. No tengo doble rasero, quiero decir, soy racista hasta cierto punto, putos negros. Pero si mi hija tuviera que acostarse con un negro, preferiría que se casase con un negro de dos metros y medio y que tenga más de cien millones de dólares en la cuenta, como un jugador de baloncesto”.
Hogan no se refería únicamente a los negros en ese vídeo, también tenía descalificaciones graves para algunos de sus rivales como Dwayne 'The Rock' Johnson, que en aquellos años ya disfrutaba de una consolidada carrera cinematográfica gracias a películas como Fast and Furious y con el que, según las malas lenguas, se llevaba bastante mal. Las declaraciones racistas de Hogan marcaron el final del contrato con la WWE que mantenía Hogan, y pese a que el wrestler intentó disculparse públicamente, la organización fue tajante. Se le borró de la página web y se decidió eliminarlo de cualquier acto público que tuviese que ver con la lucha libre. El campeón, aquel cuyo nombre fue coreado por cientos de miles de personas durante décadas, besaba la lona por última vez en el más absoluto de los silencios. Pero, fiel a su tradición, volvió. En 2018, y tras una serie de actos públicos, discursos de disculpas y buena voluntad, Hulk Hogan resurgió de sus cenizas y fue perdonado por la propia federación de lucha libre, que lo devolvió al circuito profesional y al ansiado Salón de la Fama de la WWE entre vítores y aplausos. El circo de siempre. The show must go on.
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