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En Warhammer 40.000 no hay héroes: en el oscuro universo de estrategia y miniaturas de Games Workshop no existen los buenos

Es un debate constante: ¿hay buenos en 'Warhammer 40,000'? El juego de Games Workshop es cada vez más extenso y complicado en su lore, pero hay algo que muchos malinterpretan: no hay buenos y sí muchos malos.

En el vasto y sombrío universo de Warhammer 40.000, existe una máxima que resuena como un eco perpetuo en cada rincón del lore: En el despiadado universo del lejano futuro solo hay guerra. Aunque puede parecer una simple tagline promocional, y en cierta medida lo es, lo cierto es que encapsula la esencia de un mundo en el que no existen los ideales nobles ni los salvadores. Aquí, el bien y el mal son categorías irrelevantes, reemplazadas por un crisol de intereses, supervivencia y poder, un aspecto que los británicos de Games Workshop han aprovechado muchas veces para hacer crítica social y tirar de la consabida distopía llevada hasta casi el paroxismo.

En este universo, el Imperio de la Humanidad, pese a su aparente protagonismo y relevancia promocional -los Marines Espaciales de los Ultramarines son los auténticos poster boys-, no es el "bando correcto". Las razas xenos tampoco ofrecen una alternativa virtuosa. Es una arena brutal donde cada facción lucha por su propio futuro, sin importar los costes y sacrificios ni las consecuencias.

En Warhammer 40.000, no hay héroes: hablamos de un oscuro universo sin buenos ni justos

Con el auge y el éxito de Warhammer 40.000: Space Marine 2 se ha visto un auge de popularidad patente del juego de miniaturas de Games Workshop, con el fabricante lanzando box sets con modelos inspirados en el videojuego y con nuevos aficionados que buscan comprender qué se esconde detrás de este wargame, uno de los más populares de la historia junto al clásico Warhammer Fantasy y el juego de mesa correspondiente de El Señor de los Anillos. Pero muchos parecen no comprender lo retorcido y oscuro que es este juego de miniaturas.

En la narrativa de Warhammer 40.000, el Imperio de la Humanidad podría parecer, a primera vista, el eje central de la civilización, una suerte de último bastión de la humanidad en un cosmos hostil. Pero una inspección más detallada revela una verdad mucho más siniestra. El Imperio no es un faro de esperanza, sino un régimen autoritario, teocrático y totalitario, una especie de civilización centrada casi en exclusiva a la guerra total. La adoración al Dios Emperador, una figura inmortal atrapada en un trono dorado, marca el tono de una sociedad donde la religión sofoca la innovación y la ciencia, y en la que hablar del pasado es poco menos que un pecado.

El Imperio de la Humanidad adora al Dios Emperador, una figura atrapada en un trono dorado y se trata de una civilización fanática, dedicada a la guerra

La Inquisición extermina planetas enteros para eliminar la posibilidad de herejía, mientras la población vive en condiciones deplorables, apenas comprendiendo la magnitud de su sufrimiento, con generaciones enteras dedicadas a tareas como la fabricación de munición o raciones para los vastos ejércitos del Emperador. En los mundos colmena, planetas ciudad en los que millones de personas viven hacinados como hormigas, miles de sus habitantes mueren cada día en un ciclo interminable de trabajo y muerte. A esto se suma la opresión cultural: el pensamiento crítico es erradicado y las razas alienígenas, o xenos, son vistas no solo como enemigos, sino como abominaciones que deben ser destruidas sin excepción.

Aunque las tropas del Astra Militarum, los Adeptus Astartes o los Adeptus Custodes -la facción preferida de Henry Cavill- luchan por proteger la humanidad, no lo hacen por altruismo. Pelean para preservar un sistema que los explota, los adoctrina y los convierte en herramientas de un mecanismo masivo, indiferente a su sacrificio. Y eso es un matiz que muchos no comprenden. En Warhammer 40,000, el concepto de héroe es ambiguo y oscuro, muy difícil de definir sin asteriscos o peros. Los "héroes" no luchan por ideales nobles -aunque piensen que sí-, sino por la supervivencia o la gloria personal en un universo cruel.

¿Y qué pasa con los xenos? ¿Tienen ellos alguna justificación moral en Warhammer 40.000?

Si el Imperio de la Humanidad no representa un camino moral claro, ¿podrían las razas xeno ofrecer una alternativa ética o "mejor"? Bueno, la respuesta es un rotundo no. Cada raza en el universo de Warhammer 40.000 tiene sus propios objetivos, todos ellos impulsados por intereses despiadados y sin espacio para el altruismo.

Por un lado tenemos a los Eldar, una raza antigua y sofisticada, que se presentan como maestros de la manipulación. Aunque su tecnología y conocimiento los sitúan por encima de muchas otras civilizaciones -son tan avanzados que su tecnología parece magia-, son esclavos de su propio legado de decadencia. En el pasado más remoto, la arrogancia los llevó a la creación de Slaanesh, un dios del Caos nacido del exceso, el deseo y la corrupción. Ahora, los Eldar buscan desesperadamente preservar lo poco que queda de su raza, sin importar los sacrificios de otras especies. Los humanos, para ellos, son meros peones, útiles solo mientras sirvan a sus objetivos. Y las otras razas subcreaciones menores que no merecen su atención.

Los Orkos representan el caos en su forma más salvaje. No luchan por territorios ni por ideologías, sino por el simple placer de la batalla. Son destructores natos, imposibles de razonar o apaciguar. Si bien su brutalidad puede parecer casi cómica, sus campañas devastadoras han borrado sistemas enteros. No son malos en el sentido más clásico y simple de la palabra, son más bien una suerte de heraldos de la destrucción y la pasión por la guerra.

Cada facción de xenos tiene su propia agenda, intereses y motivos para someter y erradicar a sus rivales en el cosmos

En contraste, los Tau aparentan ser una fuerza más racional, con su lema del Bien Supremo como estandarte y epítome de sus actitudes dentro del lore. Sin embargo, este concepto esconde una agenda expansionista que no tolera la disidencia, ya que para los Tau, todas las razas deben subyugarse al "bien común", lo que en la práctica significa la asimilación o la eliminación. Su visión tecnocrática y pragmática puede parecer menos bárbara que la del Imperio, pero no menos opresiva. Podríamos seguir con los Necrones, antiguos y temibles, son quizá la manifestación más pura del desprecio por la vida. En el pasado fueron una civilización mortal, pero se sacrificaron y acabaron siendo engañados por alcanzar la inmortalidad, transformándose en máquinas sin alma. ¿Su objetivo? Intentan restaurar su imperio a toda costa.

Y qué decir de los Tiránidos, una raza extraterrestre que carece de motivaciones complejas ni metas políticas. Son una fuerza biológica diseñada para consumir toda la materia viva de un planeta antes de pasar al siguiente. Esta mentalidad de colmena elimina cualquier noción de moralidad: los Tiránidos no son malvados, pero son una amenaza existencial para todas las razas del universo. La mayor amenaza, si tenemos en cuenta lo que hemos visto en la Décima Edición del juego.

Por último, y no por ello menos importante, en este panorama desolador, el Caos es una constante que amplifica el sufrimiento y la desesperación. Los dioses del Caos, entidades nacidas de las emociones y deseos más oscuros, corrompen todo lo que tocan. Ya sea a través de promesas de poder o la manipulación de las debilidades, el Caos no discrimina: arrastra a imperiales, xenos e incluso a los héroes más puros hacia la locura y la destrucción.

No hay bandos correctos: en el despiadado y distante futuro del 41º solo hay guerra

El atractivo de Warhammer 40.000 -que pronto dará el salto a la televisión de la mano de Amazon y Prime Video- no radica en su potencial para ofrecer héroes y villanos en una reducción simplista, sino en su vasta capacidad para reflejar un universo donde las fuerzas del bien no existen. Cada facción, ya sea humana, xeno o caótica, actúa movida por la necesidad, la supervivencia o la codicia.

En este sentido, el trasfondo de este juego de miniaturas de Games Workshop, con décadas de historias a sus espaldas, no busca ofrecer una narrativa de redención, sino un escenario en el que los jugadores y lectores puedan explorar la ambigüedad moral en su forma más extrema. Ni el Imperio de la Humanidad ni ninguna raza xeno de las existentes se presentan como moralmente intachables o caminando hacia la paz o la justicia a través de una agenda u hoja de ruta. El universo de Warhammer 40.000 es escenario colosal, donde el conflicto es eterno, donde los intereses propios siempre prevalecen y donde el futuro es tan oscuro como el presente.