Eran entre las 14:30-15:00 y yo estaba en la escuela donde estoy preparándome para el examen de japonés en julio. Un poco adormecido, entre que es viernes y que llevábamos más de una hora de clase, estoy pendiente del reloj que nos permite hacer un descanso de diez minutos. De repente la profesora se para, todos la miramos y empezamos a sentir un leve temblor. No es nada nuevo, he vivido bastantes terremotos en Tokio.
Cuando pasé el primer terremoto en Japón, el año pasado, me alarmé un poco. En ese momento estaba junto a algunas personas japonesas que me dijeron que no me preocupara. El leve temblor pasó al poco tiempo. A medida que pasan los meses te acostumbras a ellos y, cuando ves temblar un poco la televisión, agarras las fotos de cristal mientras con la otra mano sigues comiendo.
Como iba diciendo, estábamos en la clase, situada en un sexto piso. Los edificios de Tokio están preparados para los terremotos y fluctúan su movimiento para adecuarse a la dirección de la fuerza del temblor, proporcionando así menos resistencia. Por lo tanto, cuanto más alto es el piso, más puedes notar la fuerza del mismo.
Al principio lo tomamos como un terremoto más, sin embargo, ya habían pasado 30 segundos y la fuerza del mismo iba in crescendo. Mi propia profesora estaba alarmada. Al final, mientras nos mirábamos unos a otros las caras algo blancas y reflejando la ansiedad, dubitativos fuimos yendo hasta la puerta, para, finalmente, y tras unos breves segundos de confusión, salir de la escuela y bajar seis pisos por las escaleras a toda prisa.
Cómo explicar un terremoto... imaginad que sentís que el suelo se mueve, que tú no lo haces, pero todos tus órganos dentro de ti se mueven independientemente. Proporciona una extraña sensación de mareo estomacal y en tu cabeza sigues sintiendo el movimiento aunque ya haya parado, estando así sobre tus pies pero moviéndote en pequeños círculos sin poder controlarlo.
Cuando bajamos las escaleras a toda prisa sólo podíamos oír la voz de la profesora diciendo "tened cuidado por favor" entre los fuertes ruidos que produce un edificio al moverse; parece crujir. Cuando íbamos por el segundo, piso un sonido estruendoso te hace pensar en cuestión de segundos que algo se derrumbó, pero sólo piensas en que te quedan dos pisos, así que aceleras. Casi antes de llegar a la meta, la libertad del aire libre, tropiezo… Es decir, bajamos rápido, pero controlando los pasos. Sé que el peldaño de la escalera está ahí, estoy teniendo cuidado con mis pies, sé que está ahí, pero el temblor te traiciona y no encuentras el apoyo que debería estar ahí. Al estar las escaleras en curva, la pared contraria para mi caída. Me golpeo el codo pero la adrenalina suple la sensación de dolor. Sigues bajando y llegas a la calle.
Mucha gente, más de la normal, todos invadiendo la calzada, los coches están parados. Nadie utiliza el claxon, todos parecen comprender que no es momento de quejarse por que lleguen tarde al trabajo.
El edificio de mi escuela tiene algunos cristales que dan a la zona de las primeras plantas de la escalera con grandes agujeros. Quizás a eso se debía parte del estruendo anterior.
Cuando estamos en la calle, mi profesora y algunos amigos japoneses me indican que nunca en su vida sintieron un terremoto de esta magnitud. Las réplicas se suceden pero no se sienten tanto como dentro de un edificio. Se decide suspender las clases y, cuando llegamos a la estación, nos informan del paro completo de metro y tren.
Junto a dos amigos decidimos que lo mejor es ir a comer algo y hacer un poco de tiempo hasta que se pueda volver a casa. Tras dos horas sin sentir temblores nos dirigimos a la estación de Shibuya de nuevo y vemos una multitud de gente abrumadora, más de lo que se suele ver en una de las zonas más transitadas del planeta. Decidimos seguir vagabundeando un poco y entramos en una zona abierta de la estación. Se han colocado unas televisiones que informan al momento sobre el terremoto, y es en ese preciso momento cuando te das cuenta de la magnitud del mismo.
Nos dirigimos a la pequeña oficina de policía de la estación. Allí un agente empieza a explicar en voz alta las diferentes direcciones. Es decir, cuando te desplazas a diario en tren, en trayectos de quince o veinte minutos, el tener que desplazarte andando hasta tu casa es una completa odisea de direcciones y orientación. Como mi casa está en Ikebukuro (bastante lejos de Shibuya andando) decido ir a casa de mi chica que está tan solo a cuatro paradas. No he podido hablar con ella, las líneas de teléfono están colapsadas y las cabinas de teléfonos tienen colas kilométricas. Las de autobús son aún más escandalosas. Andar hasta mi meta o esperar la cola supondría el mismo tiempo y hace demasiado frío en la calle. Así que junto a un grupo de japoneses formado por un salary man (trabajador de oficina de una gran empresa), un transportista y una mujer con un bebé nos ponemos a andar mientras hablamos para intentar animarnos un poco. En el camino consigo contactar con mi chica, me dice que coja comida en el conbini (mini market). No entiendo el porqué, pero que coja mucha comida instantánea. Cuando llego al primer conbini entiendo la situación. La gente estaba comprando este tipo de comida por sacos.
Los japoneses no tienen la costumbre española de ir al supermercado dentro de los grandes almacenes de turno y comprar comida para la semana o el mes. Aquí la compra se suele hacer para el día o para dos o tres jornadas, pero nada más. Los supermercados de aquí (pequeños y a pie de calle) han cerrado. Así que la gente, temiendo escasez de comida, está comprando para aguantar al menos una semana. Parece una situación de guerra, las estanterías de comida que esa misma mañana habías visto rebosantes ahora no tienen casi productos. Compré lo que pude y por fin, tras casi dos horas andando, llegue al hogar.
Sentado, viendo las noticias, me doy cuenta de la tragedia. Las imágenes de Sendai sólo pueden describirse como apocalípticas. Las casas parecían maquetas destrozadas por un reguero de agua. Con la adrenalina y el nerviosismo invadiendo el cuerpo es difícil dormir…y más cuando cada 20 minutos sufres un nuevo temblor. Más leve, más pronunciado, pero siempre temiendo otro grande.
Sin apenas dormir nada, el sábado por la mañana nos dirigimos a comprar más comida. Hay mucha gente en la calle llevando maletas. No se van de viaje, van a comprar comida.
Actualmente, sábado noche, parece que la cosa ha ido calmándose. Muchos establecimientos están abiertos pero siempre hay que tener un ojo abierto. En nuestro caso, dos mochilas con comida, ropa de abrigo, linternas y agua. La escalera de emergencia desbloqueada y la puerta sin echar los pestillos, que podrían bloquearse con un posible futuro movimiento.
A esto se suma el tema de la central nuclear, pero siento no hablar de eso en esta ocasión. Actualmente dicen que no se dañó el núcleo de la estructura, luego dicen que ciertas personas han sido hospitalizadas, pero también dicen que no hay riesgo de radiación. Habrá que ver cómo evolucionan las cosas.
Aun así, la reacción del gobierno japonés ha sido ejemplar. Mantas, comida, muchos polideportivos de universidades abiertos para la gente que no podía volver a casa por la ausencia de transporte, excepto taxis (demasiado caros) o autobuses (cientos de metros de colas). 8.000 soldados estaban a las pocas horas trabajando en rescates y demás labores de atención en la isla. Ciudadanos voluntarios y policías invadían las calles de Tokio dando direcciones a las personas perdidas, y en general un caos organizado.
En los artículos de esta columna siempre tratamos aspectos de la cultura nipona y debatimos sobre otras cosas más relajadamente, sin embargo, comprended que personalmente para mí sería imposible escribir de cualquier otro tema. Muchos podréis pensar que soy un poco exagerado, y yo os digo: "Ni un ápice." Lo peor de todo en estos casos es la incertidumbre. Nunca sabes si vendrá otro temblor hasta que ya ha llegado, y cuando ha llegado nunca sabes lo intenso que será.