En Predator: Asesino de asesinos (Killer of Killers), Disney+ y 20th Century Studios se lanzan al pantanoso territorio de la animación para adultos con un proyecto que, sobre el papel, suena a todo lo que los fans de la saga esperaban desde hace años: una antología de violencia estilizada, honor ancestral y batallas imposibles entre humanos y depredadores en escenarios históricos.
En líneas generales, lo es. Hablamos de una película sangrienta y bestial en la que se nota el buen hacer de Dan Trachtenberg con los Yautja, tras revitalizar la saga con la sólida Predator: La presa (Prey, 2022), se atreve ahora con una odisea animada que se nutre de los códigos del cómic, del anime y de los relatos bélicos para fabricar la que quizá sea la entrega más colosal —y también la más ambiciosa— de la saga desde su origen en 1987.
Predator: Asesino de asesinos es una joya brutal de animación en Disney+ que hace justicia a la criatura
Dividida en tres segmentos interconectados, la película nos presenta a una madre vikinga y su hijo en busca de venganza, a un ninja traicionado por su hermano samurái y a un piloto aliado sobrevolando Europa en plena Segunda Guerra Mundial. Cada uno de estos guerreros encarna un arquetipo narrativo universal: el honor, el sacrificio y la pérdida, enfrentados al mayor depredador del universo conocido. Pero aquí el Predator no es solo un cazador más; es, como reza el título, el asesino de asesinos, una entidad cuya letalidad supera incluso a sus predecesores.
Sus tres versiones, con diseños dispares pero igualmente espectaculares entre sí, son imponentes. Como si se tratase del Berserker o el Bad Blood de los cómics de Dark Horse, esta criatura no responde a un código de caza noble: está aquí para erradicar al más fuerte, sin piedad, sin distinción, casi como si quisiera redefinir el concepto de “presa”.
La animación, dirigida por el estudio The Third Floor bajo la supervisión de Josh Wassung, sorprende por su fluidez y brutalidad, dejándonos claro cómo el estudio ha ido ganando peso en Hollywood. El trazo recuerda a las secuencias animadas de la mítica Love, Death & Robots de Netflix, con un tono crudo que no teme mostrar decapitaciones o duelos a muerte en la nieve teñida de rojo.
Micho Robert Rutare firma un guion funcional, que encuentra su fuerza en el montaje paralelo y el uso inteligente del silencio: cada uno de los segmentos se convierte en una danza de muerte que culmina con la aparición del nuevo Yautja, siempre en el momento justo, como si el mito del lobo solitario adquiriera aquí su dimensión intergaláctica. La idea de trasladar a esta criatura al pasado de la humanidad funciona.
En el contexto de la saga, Asesino de asesinos se sitúa a medio camino entre los experimentos antológicos de The Animatrix o Star Wars: Visions y la narrativa de universo expandido presente en los cómics de Dark Horse, donde ya se había explorado la caza en épocas y escenarios muy interesante, como hemos experimentados en tebeos de la talla de Predator: Hell and Hot Water y Predator: Blood on Two-Witch Mesa). Trachtenberg y compañía rescatan esa vena pulp que siempre estuvo en la saga, pero la filtran por el prisma de una violencia contemplativa, casi ritual. Y funciona.
Nos queda mucho por ver. Trachtenberg estrenará Predator: Badlands a finales de año y es muy probable que lo haga con sorpresa: sí, un crossover con el xenomorfo que nos lleve a la tan largamente deseada Alien vs Predator. Y quién sabe qué nos deparará el futuro. ¿Es la mejor entrega de Predator desde la original? Quizá no. Pero sí es, sin duda, la más osada en forma y fondo. Un ejercicio de estilo que celebra el legado del cazador definitivo con la sangre de los tiempos.
