La Star Wars Celebration de 2025 ha traído grandes noticias como el anuncio de una nueva película con Ryan Gosling de estrella principal y un ambicioso plan creativo para devolver a la saga al buen sendero tras una serie de fracasos o traspiés galácticos en Disney+ y una larga ausencia -de más de un lustro- en el cine. Pero la tutela de Disney también nos regaló grandes proyectos como Andor, que para muchos era la mejor serie de Star Wars.
La segunda temporada de Andor no solo confirma que Tony Gilroy es uno de los narradores más incisivos y redondos actual panorama televisivo, sino que eleva aún más el listón en cuanto a lo que una serie de Star Wars puede llegar a ser. Es algo más. Es el mejor producto audiovisual galáctico producido bajo el amparo de la Casa del Ratón.
Una obra maestra colosal, absoluta, llena de momentos brillantes, que nos demuestran hasta qué punto Star Wars puede cobijar grandes historias que se alejen de la dicotomía de Jedis y Sith para adentrarse en terrenos más oscuros, grises e insondables.
Esta continuación —ambiciosa, sombría y profundamente humana— no solo complementa los eventos que desembocarán en Rogue One, sino que reconfigura el concepto mismo de resistencia, ocupación y sacrificio en una galaxia oprimida por el Imperio. En Vandal hemos podido ver la temporada al completo, que se estrena el 23 de abril con tres episodios, y os contamos qué nos ha parecido en una crítica sin spoilers.
La temporada 2 de Andor es una obra maestra que redefine Star Wars en Disney+ y que nos confirma que la saga puede reinventarse
Situada cronológicamente a escasos pasos de los eventos de Rogue One: Una historia de Star Wars, la segunda temporada de Andor actúa como una especie de epílogo trágico para los soñadores y luchadores que creyeron en algo más grande que ellos mismos. Y, al mismo tiempo, como el gozne perfecto a la joya cinematográfica de Gareth Edwards, un spinoff que ha sido una de las mejores obras producidas en la saga bajo la era Disney.
Gilroy —como ya hizo en la primera entrega— escapa del sentimentalismo fácil y apuesta por un drama político, casi teatral, donde el espionaje, la paranoia y las traiciones son moneda corriente. No hay concesiones ni medias tintas. El tono es áspero cuando toca, contenido cuando se requiere, y profundamente maduro en sus resoluciones.
La narrativa de Andor se estructura en bloques de episodios con mini-arcos —al igual que en la temporada anterior— pero aquí se percibe una mayor urgencia, un ritmo más medido y, sobre todo, un control absoluto sobre el desarrollo de sus personajes. Cassian Andor, interpretado con estoica contención por Diego Luna, ya no es el ladrón a la deriva que conocimos en Ferrix, una especie de persona en el momento y en el lugar equivocado, sino un agente del caos que ha comprendido el precio de luchar. La transformación es tan emocional como ideológica, muy redonda, y nos demuestra la versatilidad de Luna, que ha nacido para el papel.
Uno de los mayores logros de la segunda temporada de Andor es seguir desmantelando la imagen simplista del Imperio como entidad malvada sin rostro. Sí, podríamos decir que tanto George Lucas como Dave Filoni han abundado en este concepto, y entendemos que es funcional a nivel de historia, pero aquí se tocan teclas que no esperábamos ver en pantalla.
El guion no solo se adentra en las intrigas del Buró de Seguridad Imperial —la llegada del Director Orson Krennic encarnado por Ben Mendelsohn es un revulsivo—, sino que muestra cómo la burocracia, la vigilancia y el miedo moldean una estructura de poder que parece invencible. El personaje de Dedra Meero (Denise Gough), una de las sorpresas de los anteriores episodios, alcanza aquí cotas de complejidad fascinantes, atrapada entre su ambición personal, sus dudas y los mecanismos fríos del sistema que representa.
A su vez, la serie se atreve a retratar una Rebelión frágil, dividida, sometida a tensiones internas que rozan lo filosófico, con distintos puntos de vista colisionando y demostrándonos diversas formas de ver la dura realidad vigente en estos tiempos oscuros. El regreso de Luthen Rael (Stellan Skarsgård) y Mon Mothma (Genevieve O’Reilly) vuelve a mostrarnos una dinámica particularmente brillante. Ambos encarnan los dilemas éticos de quienes deben mentir, traicionar y asesinar para construir un mundo mejor. Gilroy, fiel a su estilo, no ofrece respuestas fáciles ni situaciones sencillas de asimilar: en Andor, la revolución tiene un precio.
En un giro bastante oscuro que no vimos venir, Andor ahonda en uno de los momentos más desoladores de la historia galáctica: hablamos de la matanza de Ghorman es un evento trágico del universo de Star Wars, especialmente importante en el trasfondo de la Alianza Rebelde y de gran impacto político y simbólico. En el canon actual, la matanza de Ghorman sigue siendo un evento clave y se menciona en novelas como Catalyst, viéndose ahora, por primera vez en un medio audiovisual.
En lo técnico, Andor sigue apostando por escenarios naturales, decorados reales y un enfoque de cámara sobrio que evita el artificio digital del Volumen o de los distintos excesos audiovisuales de las últimas películas en favor de la credibilidad dramática. Nicholas Britell, por su parte, entrega una banda sonora a la altura de la épica contenida que propone la serie, mezclando lo industrial con lo íntimo.
El clímax, que no revelaremos por respeto a la experiencia del espectador, funciona como una pieza de relojería narrativa: todo lo sembrado durante 24 episodios converge en una escena tan brutal como inevitable. Es el nacimiento oficial de la Rebelión, sí, pero también la confirmación de que Andor es —sin discusión— la mejor serie de Star Wars jamás realizada.
La segunda temporada de Andor es una joya televisiva. Un ejemplo de cómo el universo de Star Wars puede expandirse sin recurrir a la nostalgia ni al fan service. Gilroy ha creado una serie adulta, implacable, profundamente política y extraordinariamente bien escrita. Una historia de espías, de luchadores sin capa ni sables de luz, que demuestra que incluso en la oscuridad más profunda, cuando los tiempos aciagos y oscuros arrecian, puede surgir una chispa de esperanza. Y que esa chispa, cuando se le deja arder, puede incendiar un imperio.
