Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, los restos de su vasto poderío geopolítico quedaron esparcidos desde el Mar de Bering hasta el corazón de Europa. Muchos de estos enclaves, antaño clave en la pugna global con Estados Unidos, fueron abandonados de la noche a la mañana, congelados en el tiempo. Uno de esos vestigios perdidos se encuentra al oeste de Kazajistán, en la región de Aktobe, donde entre las estepas desérticas sobrevive una ciudad olvidada con pasado militar: Zhem, próxima a la localidad de Embi.
El enigma soviético de Zhem: la ciudad fantasma que una vez fue un bastión militar secreto
Antes de transformarse en un núcleo habitado por unas pocas miles de personas, Zhem —conocida entonces como Emba-5— fue una instalación militar de alta seguridad. Tanques, vehículos blindados y arsenales del Ejército Rojo eran su paisaje cotidiano. Entrar sin autorización era impensable. “Nadie podía entrar. No había forma de que entraran desconocidos. Aunque conocieran el camino, nadie podía entrar sin permiso. Había un régimen estricto”, relata un residente local al medio kazajo Ulys.
Durante los años de la Guerra Fría, Emba-5 operó como base estratégica del aparato militar soviético. Con el tiempo, según los testimonios, se levantó a su alrededor una compleja estructura en forma de letra P, descrita como un auténtico laberinto diseñado para confundir y detener a cualquier intruso. “Los rusos la llaman ‘cheshuya’. Los coches extranjeros se pierden ahí dentro. Después de un kilómetro acaban en un callejón sin salida”, cuenta otro habitante.
La importancia de la base no se limitaba a su arquitectura defensiva. Zhem fue planificada para ser autosuficiente y contaba con un aeropuerto oculto entre montañas, redes de autopistas y una estación de ferrocarril. “Los aviones aterrizaban entre colinas. Desde lejos parecía que desaparecían en el horizonte”, recuerda un vecino.
Pero lo más sorprendente es su conexión con el cosmódromo de Baikonur, el mayor y más antiguo puerto espacial del mundo, situado en la localidad kazaja de Tiuratam. Según los lugareños, existió un proyecto para unir Zhem con Baikonur a través de una línea ferroviaria secreta. “Solo se construyó la mitad, y cuando cayó la URSS, las vías quedaron enterradas”, señala la misma fuente.
Hoy, Baikonur continúa en funcionamiento bajo arrendamiento ruso, por el que Moscú paga 115 millones de dólares anuales a Kazajistán. Sin embargo, Zhem, a diferencia de su par espacial, ha quedado atrapada entre el olvido y la curiosidad histórica. Ni las autoridades rusas ni las kazajas han ofrecido explicaciones oficiales sobre el enclave, pero su diseño, ubicación y legado militar sugieren que fue mucho más que una base común.
Lo que permanece es un fantasma soviético en medio del silencio de las estepas: una reliquia que alimenta tanto la imaginación como la investigación. Porque aunque Emba-5 haya desaparecido del mapa estratégico, sigue ocupando un lugar fascinante en la cartografía de la Guerra Fría.















