El cine de terror vive un momento de efervescencia creativa, y buena muestra de ello es Good Boy, una película que ha sorprendido por su insólito protagonista: un perro. El filme, dirigido por el debutante Ben Leonberg, pone en el centro de la narración a Indy, su propia mascota, que interpreta con naturalidad y sin artificios a un guardián enfrentado a las fuerzas sobrenaturales de una casa encantada.
La propuesta, presentada como un relato de lealtad y miedo contado desde los ojos del animal, ya está generando un entusiasmo inesperado en festivales y redes sociales.
Un perro como centro de la narrativa
La idea ha llamado la atención desde su paso por el festival South by Southwest (SXSW) el pasado marzo. Allí no solo recibió elogios de la crítica especializada, sino que incluso Indy fue galardonado con el simbólico premio Howl of Fame, una muestra del impacto emocional que generó su actuación. Medios como IndieWire lo llegaron a describir como “uno de los intérpretes más emotivos de su generación”, un comentario que resume la peculiaridad de esta producción que rechaza la antropomorfización y apuesta por mostrar únicamente instinto y percepción animal.
La trama arranca cuando Todd (Shane Jensen) hereda una granja rural tras la muerte de su abuelo, encarnado por el veterano del terror independiente Larry Fessenden. Pese a las advertencias de los vecinos, decide instalarse en la propiedad, ignorando que es un lugar marcado por tragedias y presencias oscuras. Será Indy, incapaz de comunicarse con palabras pero dotado de un instinto afinado, quien perciba primero los rastros de violencia y los signos de lo invisible, transformándose en el verdadero centinela de la historia.
La cinta se aleja del tono humorístico que muchos asocian a referencias como Agallas, el perro cobarde —la serie de animación que marcó a una generación a finales de los noventa—. En Good Boy no hay guiños cómicos ni alivios ligeros: Leonberg y su coguionista Alex Cannon han apostado por un relato sombrío, cargado de atmósfera, que explora la vulnerabilidad humana y la fidelidad canina bajo el prisma del horror gótico. El resultado es una experiencia sensorial en la que el espectador comparte con Indy la angustia de lo inexplicable.
El proceso de producción fue tan singular como el resultado. Leonberg y su esposa, la productora Kari Fischer, dedicaron tres años a entrenar a Indy para que pudiera desenvolverse de manera natural en un entorno de rodaje sin recurrir a efectos artificiales ni voces en off. Cada gesto y cada mirada responden al comportamiento real de un perro en un contexto extraño, lo que otorga a la película un grado de verosimilitud inédito en el género. En lugar de un animal humanizado, Good Boy presenta a un auténtico protagonista canino.
Aunque todavía no está confirmada su llegada a salas españolas, sí se sabe que formará parte de la programación del Festival de Sitges, donde el público especializado podrá comprobar si este experimento narrativo consigue consolidarse como una de las propuestas más innovadoras del terror reciente. Un filme que promete inquietar… y, a la vez, enternecer.
