Estrenada en el verano de 1998, Pequeños guerreros es una de esas películas que marcaron a toda una generación. Dirigida por Joe Dante y cargada de sátira, acción y efectos prácticos de otra época, la cinta presentaba una premisa tan absurda como fascinante: ¿y si unos juguetes bélicos cobraran vida por culpa de un chip militar experimental?
Así nació el conflicto entre los brutales Comando de Élite, liderados por el implacable Chip Hazard, y los pacíficos Gorgonitas, encabezados por Archer, una especie de criatura alienígena con corazón de poeta. En pleno auge de Kirsten Dunst y con Gregory Smith como protagonista humano, Pequeños guerreros se convirtió en una joya atípica dentro del cine familiar de los 90.
Pero más allá de su carga crítica contra la militarización de la infancia y el consumismo desbocado, lo que muchos fans nunca olvidaron fue ese final abierto —y algo melancólico— en el que los Gorgonitas se alejaban en un barco de juguete, navegando por las aguas del Parque Nacional de Yosemite en busca de su mítica tierra: Gorgon. Durante años, esa secuencia se interpretó como un adiós emotivo, pero inconcluso. ¿Lograron los Gorgonitas su objetivo? ¿Encontraron ese lugar al que sentían pertenecer?
La película familiar más entrañable de los 90 venció todas las expectativas: su guionista confirma el final feliz
En julio de 2025, Adam Rifkin, uno de los guionistas del filme, zanjó la cuestión con una respuesta tan escueta como contundente: “¡Absolutamente!”. Así respondió a un fan que le preguntó si Archer y compañía habían encontrado su hogar. No hizo falta más. En una sola palabra, cerró una herida abierta desde hace casi treinta años.
Absolutely! https://t.co/beP8CcravC
— Adam Rifkin (@AdamRifkin) July 25, 2025
¿Significa esto que llegaron físicamente a Gorgon? Evidentemente no. Gorgon nunca existió. Pero esa respuesta abre la puerta a una lectura más poética. Liberados en un entorno natural, lejos de la persecución militar y de los pasillos de una tienda de juguetes, los Gorgonitas tal vez asumieron que Yosemite era su Gorgon. Un paraíso libre de amenazas donde, por fin, podían vivir en paz.
Eso sí, no todo es tan idílico como parece. Si uno lo piensa fríamente, la vida de un juguete con batería no es eterna. ¿Qué pasará cuando sus pilas se agoten? ¿Aceptarán ese apagón como parte de su ciclo vital? ¿O quedarán congelados para siempre, como figuras de acción abandonadas en mitad del bosque?
Sea como sea, Pequeños guerreros sigue viva en la memoria colectiva como una de las producciones familiares más interesantes y rotundas de los años noventa, heredera de una forma de hacer cine que no se destila. Y gracias a esa breve pero reveladora confirmación de su guionista, hoy podemos mirar atrás con la certeza de que Archer y los suyos encontraron algo parecido a un hogar. Aunque fuera en este planeta. Aunque fuera simbólicamente. Aunque sólo durase hasta que se fundiera el último LED.















