Japón, nación que ha construido buena parte de su identidad culinaria y cultural en torno al arroz, se ve obligada a tomar una medida que hasta hace poco parecía impensable: recurrir a la importación de grano desde Corea del Sur.
Tras décadas de resistirse a aceptar el sabor y la calidad del arroz extranjero —como ya ocurrió en 1993 con el grano tailandés—, el país se enfrenta ahora a una escasez de tal magnitud que ha terminado por ceder a la pragmática necesidad de llenar los estantes vacíos de sus supermercados. El precio del arroz se ha duplicado en solo un año, alcanzando los 4.214 yenes (unos 25 euros) por cada cinco kilos, lo que supone más del triple de lo que se paga en otros países como España.
Han tenido que aceptar arroces de otras partes del mundo
Esta inflación ha obligado a los japoneses no solo a aceptar arroz californiano, tradicionalmente despreciado por su perfil menos aromático, sino también a firmar acuerdos para recibir hasta 22 toneladas del grano surcoreano. Aun así, la oferta sigue siendo insuficiente para estabilizar los precios o calmar la creciente tensión social en torno al alimento más preciado del archipiélago.
La escasez actual no se debe únicamente al cambio climático y sus devastadoras olas de calor sobre las plantaciones del verano de 2023. Japón dispone de reservas estratégicas de arroz para cubrir eventualidades como esta, pero el incremento en la demanda causado por el récord de turismo, sumado a temores por catástrofes naturales como tifones o terremotos, ha forzado la liberación de 210.000 toneladas. El problema: solo un 0,3% de ese arroz ha llegado al mercado, evidenciando que el verdadero obstáculo no está en el campo, sino en la logística.
Uno de loproblemas es la falta de mano de obra
La mano de obra escasea. La avanzada edad de los agricultores, la baja natalidad y la falta de relevo generacional han dejado a Japón sin los recursos humanos necesarios para plantar, recolectar, procesar o incluso transportar el arroz. No es raro ver campañas que buscan unir cultura pop con producción agrícola: en junio, voluntarios pintarán un mural gigante de Tanjiro (protagonista de Kimetsu no Yaiba) en una plantación de 28.000 metros cuadrados, una acción publicitaria que también funcionará como jornada de trabajo colectivo no remunerado.
La paradoja es clara: mientras el arroz se convierte en un bien casi de lujo para los hogares japoneses, su cultivo se mezcla con estrategias de marketing y su distribución tropieza con barreras estructurales que desbordan la agricultura.
