El mayor tsunami que ha azotado España no golpeó el sureste peninsular, sino la costa atlántica: Cádiz quedó parcialmente sumergida tras el devastador terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755.
Aquel seísmo, de magnitud estimada 9, no solo redujo a escombros buena parte de la capital portuguesa y dejó entre 60.000 y 100.000 muertos en Europa y el norte de África, sino que generó una ola gigante que arrasó la costa gaditana y marcó un antes y un después en la historia sísmica del continente.
Dejó Cádiz sumergido
Los efectos del tsunami, poco después del temblor de tierra, fueron documentados con precisión por las autoridades de la época. Antonio de Azlor, gobernador de Cádiz, escribió que el mar retrocedió varios cientos de metros antes de regresar con furia en forma de ola de más de 15 metros que penetró por la Caleta, derribó tramos enteros de la muralla y anegó barrios como el de la Viña. Crónicas conservadas en el Archivo Histórico Nacional recogen testimonios de supervivientes y cifras que oscilan entre 200 y más de 2.000 muertos en la ciudad.
Uno de los episodios más célebres de la jornada fue el llamado “milagro de la Virgen de la Palma”, en el que el párroco de la iglesia salió en procesión con el estandarte mariano gritando “¡Hasta aquí, madre mía, y no más!”. Según la tradición popular, el mar se detuvo en ese momento. Aún hoy, una placa recuerda aquel momento en la calle gaditana de la Palma, donde la memoria del desastre convive con la religiosidad local.
Científicamente, el terremoto de 1755 marcó un hito. Su magnitud, duración —más de seis minutos— y alcance geográfico (se sintió desde Hamburgo hasta Marruecos) lo convirtieron en uno de los eventos naturales más estudiados del siglo XVIII. Filósofos como Voltaire lo reflejaron en sus obras (Cándido) y pensadores como Kant se interesaron por su análisis, sentando las bases de lo que más tarde sería la sismología moderna.
El impacto fue también político y administrativo. El rey Fernando VI ordenó una encuesta nacional para recoger datos sobre el seísmo, que documentó efectos en más de 1.200 localidades españolas. Esa recopilación constituye hoy una de las fuentes más valiosas para el estudio histórico de riesgos sísmicos y tsunamis en la península ibérica.
Pero más allá del pasado, el peligro persiste. Como advirtió en 2001 el geofísico José Manuel Martínez Solares, del Instituto Geográfico Nacional, si un evento similar ocurriera hoy, con el desarrollo urbano e industrial del litoral andaluz, las consecuencias serían catastróficas. Y no tanto por el temblor como por la llegada del agua: el tsunami fue, según los expertos, el verdadero causante del mayor número de víctimas.
Actualmente, el riesgo de tsunamis en el suroeste peninsular está reconocido oficialmente. Instituciones como el IGN y el Real Instituto y Observatorio de la Armada monitorizan la actividad sísmica en el golfo de Cádiz, y en 2021 se activó un protocolo nacional de alerta por maremotos, en colaboración con los sistemas de detección del Mediterráneo y el Atlántico. Sin embargo, la población general apenas es consciente del peligro latente que representa esta amenaza natural.















