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El James Webb detecta la bestia cósmica más antigua del universo, un agujero negro supermasivo que 'no debería estar ahí'

La esperanza es reconstruir la historia de estos “monstruos primitivos” y responder a una de las grandes preguntas de la astrofísica: ¿cómo pudieron surgir tan rápido los gigantes más voraces del universo?
El James Webb detecta la bestia cósmica más antigua del universo, un agujero negro supermasivo que 'no debería estar ahí'
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Actualizado: 14:30 10/8/2025
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Un diminuto punto rojo captado por el telescopio espacial James Webb ha revelado un hallazgo que redefine los límites de la cosmología observacional. Los astrónomos han identificado que este brillo, emitido hace más de 13.300 millones de años, corresponde a una galaxia primigenia —bautizada como CAPERS-LRD-z9— que alberga en su centro un agujero negro supermasivo activo, con una masa equivalente a 300 millones de soles.

La detección, liderada por un equipo internacional encabezado por la Universidad de Texas en Austin, supone la confirmación más temprana de un objeto de este tipo y abre interrogantes sobre cómo pudieron formarse estructuras tan masivas en una etapa tan joven del cosmos.

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Su existencia desbarata la cosmología actual

Desde que el James Webb comenzó a escrutar el universo temprano, los astrónomos han identificado en sus imágenes diminutos puntos rojizos —denominados small red dots— que aparecen exclusivamente en los primeros 1.500 millones de años de la historia cósmica. Estas galaxias, extremadamente compactas y luminosas, desconcertaron a los investigadores por su intensidad energética. En el caso de CAPERS-LRD-z9, el análisis espectroscópico de su luz reveló una firma inequívoca: líneas de emisión ensanchadas, producto del material girando a velocidades extremas en un disco de acreción alrededor de un agujero negro activo.

Los agujeros negros del universo temprano eran más comunes y más masivos de lo que pensábamos.

El hallazgo implica que la enorme luminosidad de estos puntos rojos no se debe únicamente a la formación estelar, sino al torrente de energía liberado cuando gas y polvo caen hacia el pozo gravitatorio del agujero negro. En términos prácticos, CAPERS-LRD-z9 se convierte en la pieza que conecta la intensa actividad observada en estas galaxias remotas con la existencia de núcleos galácticos activos en el amanecer del universo. Tal actividad sería visible incluso desde distancias tan extremas gracias a la radiación generada en el proceso de acreción.

La presencia de un agujero negro tan masivo tan pronto tras el Big Bang plantea un desafío a los modelos actuales de formación. Dos hipótesis dominan el debate: o bien estos objetos nacieron como remanentes estelares relativamente pequeños que crecieron a un ritmo muy superior al estimado, o bien se formaron ya con masas colosales mediante el colapso directo de nubes gigantes de gas. La existencia de CAPERS-LRD-z9 tan temprano parece inclinar la balanza hacia escenarios de crecimiento acelerado o formación inicial masiva, ambos difíciles de encajar con las teorías convencionales.

La importancia del hallazgo va más allá de la mera estadística cósmica. Según Steven Finkelstein, coautor del estudio, estos datos sugieren que “los agujeros negros del universo temprano eran más comunes y más masivos de lo que pensábamos, o crecían mucho más rápido de lo que nuestros modelos permiten”. Esto obligará a ajustar las simulaciones cosmológicas y a reconsiderar cómo evolucionaron las primeras galaxias, especialmente si los agujeros negros jugaron un papel clave en regular la formación estelar y la dinámica del gas en su interior.

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