A la altura del kilómetro 29 de la A-6, entre pinos, urbanizaciones y salidas hacia la sierra, se esconde el que muchos en el sector consideran el casino más potente de España en términos de facturación. A simple vista es solo otro desvío en la autopista, pero detrás de la valla se despliega un complejo de alrededor de 8.000 metros cuadrados dedicados al juego y al ocio, con salas de ruleta, mesas de póker, restaurantes y espacios para eventos. Con unos ingresos que rondarían los 2,5 millones de euros anuales según estimaciones del sector, el Gran Madrid Casino Torrelodones juega en otra liga: la de los grandes casinos europeos que viven tanto del jugador ocasional de fin de semana como del cliente fiel que lo visita varias veces al mes.
La historia del casino arranca a finales de los años 70, cuando España empieza a normalizar el juego tras décadas de prohibición. En 1977 se autoriza por decreto la apertura de 18 casinos en el país, uno de ellos en la Comunidad de Madrid. Torrelodones fue la localidad elegida, no sin polémica: otros municipios, como San Lorenzo de El Escorial, batallaron por quedarse con la licencia hasta que, en 1980, los litigios se resolvieron a favor de este pequeño municipio serrano. El casino abrió finalmente sus puertas el 14 de octubre de 1981 y desde entonces se ha convertido en uno de los grandes símbolos del ocio madrileño.
Del proyecto polémico al emblema económico
Detrás de esa imagen glamourosa hay, sobre todo, un gigante económico. El complejo ocupa una parcela de unos 60.000 metros cuadrados y alrededor de 7.500-8.000 metros cuadrados construidos repartidos en varias plantas, con diferentes salas de juego y espacios anexos. En sus primeros 25 años de vida superó los 14,5 millones de visitantes, con una media de más de medio millón de personas al año, lo que lo ha colocado históricamente como el primer casino de España en número de visitas. Para Torrelodones, además, no es un vecino cualquiera: se considera la empresa más importante radicada en el municipio y da trabajo directo a más de 700 personas, muchas de ellas residentes en la zona.
Por dentro, el edificio funciona como un pequeño ecosistema autónomo que va mucho más allá de las mesas de black jack. El visitante atraviesa un vestíbulo que separa el exterior de un mundo de moquetas, luces tenues y máquinas de todo tipo y zonas VIP. A los metros cuadrados de juego se suman restaurantes, barras, zonas de descanso y espacios reservados para torneos y eventos privados. Como todos los casinos, está diseñado para que el usuario no sea realmente consciente del tiempo que pasa allí o de si fuera es de día o de noche, para que se centre en el juego. De ahí la importancia sobre las regulaciones en los juegos de azar y la responsabilidad del propio usuario respecto a su dinero. Es decir, que esta clase de centro tiene una finalidad concreta, no es un bar o restaurante al uso.
Del juego puro al ocio total
Con los años, el casino también ha aprendido a vivir de algo más que de las fichas. El complejo se ha consolidado como sede habitual de veladas de boxeo, galas y conciertos, aprovechando sus salones y su buena accesibilidad por carretera. Sin ir más lejos, en 2024 acogió una cita destacada del boxeo español, con dos cinturones en juego y el casino convertido, por una noche, en un pequeño Madison Square Garden serrano. Ese tipo de eventos refuerza la imagen del lugar como centro de espectáculos y ocio integral, no solo como sala de juego.
Todo este despliegue se enmarca en un contexto en el que la Comunidad de Madrid es tradicionalmente una de las regiones donde más dinero se mueve en casinos: solo en 2012 se apostaron en ellos unos 300 millones de euros, según datos recogidos por la prensa especializada. El casino de Torrelodones se sitúa en la parte alta de ese negocio, aportando impuestos, empleo y actividad económica, pero también alimentando el debate recurrente sobre la conveniencia de concentrar tanto ocio en torno al juego. Mientras las normativas se endurecen y las campañas de juego responsable ganan peso, el complejo busca equilibrar su imagen entre el glamour clásico de las ruletas y una oferta más amplia de restauración, cultura y espectáculo.
Un gigante oculto junto a la A-6
Paradójicamente, todo ese músculo económico y simbólico permanece casi invisible para quien pasa de largo por la A-6. Desde la ventanilla del coche apenas se intuye un edificio entre los árboles, alguna luz y un cartel discreto. Sin embargo, detrás de esa fachada silenciosa late un gigante que factura millones, sostiene cientos de empleos y ha visto desfilar a millones de visitantes desde 1981.















