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Científicos confirman que Adolf Hitler tenía un trastorno sexual genético: así habría marcado su vida y la II Guerra Mundial

La genética puede ayudar a desmontar mitos —el del “superhombre” nazi, el del líder físicamente perfecto—, pero no debe utilizarse ni como excusa ni explicación totalizadora de la barbarie.
Científicos confirman que Adolf Hitler tenía un trastorno sexual genético: así habría marcado su vida y la II Guerra Mundial
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Actualizado: 13:07 14/11/2025
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Un nuevo documental británico ha vuelto a poner bajo el microscopio —esta vez literal— la figura de Adolf Hitler. Hitler’s DNA: Blueprint of a Dictator, emitido por Channel 4, sostiene que el dictador nazi probablemente padecía el síndrome de Kallmann, un trastorno genético del desarrollo sexual que puede provocar pubertad ausente o muy retrasada, anomalías genitales y problemas de fertilidad.

El equipo, liderado por la genetista Turi King, ha reconstruido el perfil genético de Hitler a partir de una tela manchada de sangre del sofá donde se suicidó en 1945, y concluye que su biología distaba mucho de la imagen de virilidad que el propio régimen se empeñó en proyectar.

Esa muestra de sangre fue autenticada comparando su ADN con el de un pariente de línea masculina de Hitler, según han explicado los responsables del proyecto, que insisten en que la cadena de custodia ha sido verificada por historiadores y forenses independientes. Sobre esa base, el análisis descarta que el dictador tuviera ascendencia judía —una sospecha que ha alimentado biografías y teorías conspirativas durante décadas— y apunta a un patrón genético compatible con hipogonadismo y desarrollo sexual incompleto. El cuadro encaja con un informe médico de 1923 que ya hablaba de un testículo no descendido, un dato que ahora se interpreta a la luz de Kallmann, y con los cálculos del equipo de King, que sitúan en torno a uno de cada diez la probabilidad de que Hitler tuviera un micropene.

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ADN, autenticación y mito desmontado

¿En qué consiste exactamente el síndrome de Kallmann? Se trata de una forma rara de hipogonadismo hipogonadotropo congénito: el cerebro no produce la cantidad adecuada de la hormona liberadora de gonadotropinas (GnRH), lo que impide que arranque o se complete la pubertad. Además de un olfato muy disminuido o ausente (anosmia), los afectados suelen presentar testículos pequeños, escaso vello corporal, ausencia de menstruación en mujeres y, en algunos hombres, micropene y criptorquidia (testículos no descendidos). La enfermedad afecta aproximadamente a uno de cada 30.000 varones y requiere tratamiento hormonal de por vida para inducir características sexuales secundarias y, si se desea, recuperar cierta fertilidad. De confirmarse este diagnóstico, la vida íntima de Hitler habría estado marcada por una sexualidad probablemente limitada y por un cuerpo muy alejado del ideal masculino que la propaganda nazi vendía a millones de alemanes.

El documental va más allá del sistema endocrino y se adentra en un terreno mucho más resbaladizo: las predisposiciones psiquiátricas. A partir de los datos genómicos, el equipo calcula que Hitler presentaba puntuaciones de riesgo poligénico elevadas para autismo, esquizofrenia y trastorno bipolar, es decir, una mayor carga estadística de variantes asociadas a estas condiciones en grandes estudios poblacionales. Pero la interpretación de esas cifras está muy lejos de ser directa. Los propios autores de revisiones sobre riesgo poligénico recuerdan que estos marcadores tienen utilidad principalmente a nivel de grupos y que su capacidad para anticipar el destino de una persona concreta es limitada: la genética explica solo una parte del riesgo, y la mayoría de individuos con puntuaciones altas nunca desarrollan el trastorno. En un personaje histórico, sin historia clínica ni evaluación directa, sugerir diagnósticos a partir de estos datos es, como poco, especulativo.

Riesgos estadísticos y cautela científica

Ahí es donde se concentran las críticas de otros científicos. Varios expertos consultados por The Guardian y otros medios temen que el relato del documental flirtee con una forma de determinismo genético que, paradójicamente, recuerda a la obsesión nazi por la “higiene racial”: si Hitler tenía variantes asociadas a autismo o esquizofrenia, la tentación de vincular su crueldad a esos rasgos puede alimentar el estigma hacia millones de personas neurodivergentes que no tienen nada que ver con la violencia. El propio psicólogo Simon Baron-Cohen, que participa en el programa, se esfuerza en matizar que “el comportamiento nunca es 100 % genético” y que la inmensa mayoría de quienes comparten ese tipo de perfiles viven vidas pacíficas; reducir el Holocausto a un problema de ADN sería ignorar el peso de la ideología, el contexto histórico, la cultura del odio y las decisiones personales.

Para algunos historiadores, como Alex J. Kay o Ian Kershaw, un cuadro como el síndrome de Kallmann ayuda a entender el tipo de personaje que acabó dirigiéndola: un hombre físicamente inseguro, probablemente acomplejado por su desarrollo sexual y su infertilidad, que volcó toda su energía en construir una identidad alternativa como Führer casi asexuado, entregado en exclusiva a la política, la propaganda y la guerra. En un entorno ideológico que glorificaba el cuerpo ario, la familia numerosa y la virilidad militar, un líder que no encajaba en ese ideal tenía un incentivo añadido para sobreactuar en otros frentes: disciplina fanática, desprecio por la debilidad, culto a la muerte y a la “voluntad de acero”.

Eso no convierte su endocrinología en la causa del conflicto —las raíces de la guerra están en el Tratado de Versalles, la crisis económica, el antisemitismo europeo y el fracaso de las democracias—, pero sí matiza el retrato: la enfermedad habría alimentado un estilo de liderazgo más rígido, obsesivo y compensatorio, que encajó demasiado bien con un régimen que hizo de la violencia masiva y la deshumanización su norma.

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