Análisis de Songbringer (PS4, Switch, PC, Xbox One)
El mundo de los videojuegos independientes se divide en muchas clases de desarrolladores, estudios o empresas. Podemos destacar básicamente dos tipos: los que hacen videojuegos porque quieren, y los que hacen videojuegos buscando el negocio.
Wizard Fu, los autores de este Songbringer, parecen ser de los segundos. Si echamos la vista atrás a su historial nos encontramos cosas realmente interesantes, como que en 1995 ya estaban haciendo juegos para MS-DOS Mucho más tarde, en la época buena de la App Store desarrollaban para iOS en Cocos 2D, una herramienta de desarrollo en la que han aparecido juegos tan buenos como Sugar Kid, y que ellos emplearon para hacer su propio sistema de creación de juegos de rol para iOS. En 2015 se animaron a realizar un Kickstarter para conseguir financiación, de una manera relativamente justa, para el juego que nos ocupa, y aunque lo deberían haber lanzado poco después, lo cierto es que hasta ahora no ha visto la luz de manera absoluta.
El punto de partida del juego, que no lo esconden en ningún momento, es coger el primer The Legend of Zelda, y darle una capa de modernidad (o de postmodernidad) en todos los sentidos. De inicio abandonamos las cuevas de Hyrule y sus legendarios niveles para adentrarnos en una historia en la que, lo primero que decidimos, es crear los niveles de manera aleatoria basándonos en una semilla de seis letras. Esto quiere decir que según las letras que elijamos nos encontraremos con que el mapeado del juego es de un estilo u otro distinto, pero en ningún caso será parecido al que nos encontraremos en otras partidas. De hecho, otra de las peculiaridades del juego es que también podemos elegir dificultad, siendo la normal un juego como casi todos, en los que si fallamos podemos volver a intentarlo tranquilamente, mientras que la dificultad alta estará destacada por incluir la muerte permanente del protagonista, lo que implicará que tendremos que volver a empezar de nuevo.
El protagonista, por cierto, es un tal Roq Epimetheos, una persona algo festiva y musical que, acompañado por su robot Jib (del que se nos cuenta su historia mediante interesantes revisionados del pasado), se adentra en el planeta Ezquerra, con tan mala (o buena) suerte, de encontrarse una espada que como parte positiva para el bueno de Roq, hace unos ruidos muy interesantes, pero como negativa, acaba despertando un antiguo mal al que tendremos que hacer frente.
Para ello nuestro protagonista se mueve y controla de manera parecida a lo que hemos podido ver en multitud de juegos desde que la saga Hydlide pusiera de moda este género, allá por 1984. Manejamos a Roq en pequeños escenarios (no tiene desplazamiento continuo, sino que cuando llegamos al borde de la pantalla se genera otro pequeño escenario) de una manera muy correcta, y al principio del juego (vamos, tan pronto como la consigamos, que es casi nada más empezar) podemos defendernos gracias a nuestra Nanoespada, pero conforme vayamos avanzando en la partida podremos conseguir más objetos o habilidades, los cuales podremos asignar a botones del mando, de manera que nos servirán no sólo para el combate de cada escenario, sino también para resolver rompecabezas o situaciones complicadas.
Songbringer tiene como aspecto positivo una capacidad para sorprendernos cada poco tiempo. Ya sea por algún chascarrillo gracioso, por alguna habilidad sorprendente o por algún momento de esos que hacen que sigamos jugando para ver si vuelven a pasar posteriormente, y os aseguramos que vuelven a pasar.
Eso sí, más allá de su simpático envoltorio el juego nos lleva a terrenos, en muchas ocasiones, conocidos. Enemigos con unos patrones que ya nos suenan, jefes finales dispersados por todo el mapeado que nos recuerdan a otros vistos en muchas ocasiones anteriormente, o esas mazmorras que, a pesar de estar generadas aleatoriamente y encontrarse en una especie de universo musical propio de movimientos contraculturales interesantes y poco vistos en general en los videojuegos, en el fondo imitan en mecánicas y conceptos a otros mundos más genéricos que hemos visitado anteriormente.
Nada grave, de hecho, gracias a lo que hemos comentado de su gran cantidad de sorpresas, que además, en ocasiones pueden aparecer o no dependiendo de cómo se haya generado el escenario. Como dato negativo destacar que falla o no es del todo preciso en las colisiones. Nos pasará en más de una ocasión que creeremos que un golpe no nos iba a dar y a pesar de ello nos resta vida, o que nos tenemos que acercar más de lo que creíamos para acertar con los enemigos, y otros pequeños fallos que, en el fondo, no son demasiado graves, pero que más de una vez nos provocarán ciertas pérdidas de vida o de paciencia.
Visualmente el juego emplea un estilo artístico que podríamos llamar "pixel art estirado", una corriente a la que pertenecen juegos como Superbrothers: Sword & Sworcery, Phantom Trigger o Gods Will Be Watching, y lo cierto es que lo hace con cierta gracia, pues además que todos los personajes, enemigos y escenarios del juego están realizados con el suficiente detalle y gusto como para considerarlos correctos, está muy bien provisto de efectos especiales, animaciones y otros añadidos que le aportan no sólo variedad, sino que incluso pueden afectar al desarrollo de la partida. Por ejemplo, si en una pantalla se pone a llover, es posible que se lleguen a generar charcos, lo que no es demasiado común en juegos de este estilo.
Lo mismo podemos decir del aspecto sonoro, el cual tiene bastante importancia teniendo en cuenta que contamos con una espada que interviene en el sonido global del juego, y que nuestro protagonista es un experto en estas lides. Melodías electrónicas que, de nuevo, recuerdan al juego de Capybara Games anteriormente citado, y que se ven acompañados por ruidos de todo tipo, entre los que destaca, además de nuestra espada, a nuestro robótico compañero y sus charlas. Destacar también que el juego está bien traducido a varios idiomas entre los que se encuentra el español, lo que es un buen detalle para los tiempos que corren con los juegos independientes.
Conclusiones
Songbringer es un juego divertido ambientado en un universo muy interesante. Esperamos notablemente que su desarrollador no deje morir aquí estas historias, porque podría dar para unos cuantos juegos más, ya que esta especie de Cowboy Bepop postmoderno es gracioso, atrayente y a la par entretenido. Por lo demás nos encontramos con un juego que no se toma demasiado en serio a sí mismo en ningún momento, pero que proporciona momentos de entretenimiento y sorpresas constantes, lo que es de agradecer. No esperéis una obra imperecedera, pero tiene personalidad y buen gusto como para ofrecer algo más que ser un juego de espadas y mazmorras más.
Hemos realizado este análisis en su versión de Xbox One con un código proporcionado por Double Eleven.