Se suele mirar con cierto recelo a las secuelas cinematográficas, y más todavía cuando suceden a clásicos inamovibles que, por los motivos que sean, han pasado a la historia del medio o se han consagrado como un producto pilar. Top Gun es una de esas películas intocables que, a pesar de que realmente le pesen los años (las cosas como son), sigue siendo defendida a capa y espada como uno de los largometrajes de acción de los ochenta más potentes del catálogo de la época. Y es que la obra protagonizada por Tom Cruise y Val Kilmer es desde luego digna de esos galardones. Top Gun: Maverick ha rascado a los espectadores más veteranos desde el mismo momento en el que se anunció.
La fiebre del remake se extendía a los territorios de Tony Scott para sacar a relucir nuevo los F-14, y ahora los F-18, en una secuela que ni hacía falta ni tampoco era necesaria, porque la película original quedaba perfectamente empaquetada como un producto singular.
Ahora bien, Top Gun 2, para nuestra sorpresa, ha sido un espectáculo que no solo ha seguido remarcando que Tom Cruise es un actor al que no se valora lo suficiente, sino que además es una cinta mucho más pulida que la de 1986. Dicho de otro modo: Top Gun: Maverick es mejor que la primera entrega. Y eso, aunque sea una afirmación muy rotunda, no desmerece en nada a la película original ni hace que sea peor como obra.
Rompiendo horizontes con Cruise al frente
Cuesta creer realmente que ha sido Joseph Kosinski quien ha dirigido el largometraje, porque la mayoría de secuencias huelen a Tom Cruise detrás de las cámaras, sacando a relucir toda la adrenalina posible de las escenas y llevando al equipo al máximo para que el espectador realmente esté sumergido en los combates aéreos que plantea la historia en conjunto. La tecnología ha avanzando muchísimo en el ámbito cinematográfico, y si la película de los ochenta ya rozaba límites en cuanto a captura de aviación, Top Gun 2 ofrece una experiencia muy realista que hasta te roba el aire en más de una ocasión, como si uno mismo estuviera pasando por las presiones físicas a las que están sometidos los pilotos.
Top Gun: Maverick está rodada con una precisión milimétrica para captar hasta la última gota de energía que se desprende desde los cazas. Combinando las cámaras fijas dentro de las cabinas, enfocando directamente a los rostros de los pilotos, y los planos abiertos que repescan un poco el montaje caótico de Michael Bay en Transformers (porque al final ya no sabes dónde está cada personaje ni quién se está pegando con quién), Kosinski logra generar un entorno absorbente que atrapa desde el minuto uno. La secuela rompe unos límites que la original no pudo (por medios o porque Cruise aún no estaba lo suficientemente inspirado), pero respeta el ADN con el que se formuló Top Gun en todo momento.
Una película un tanto esquemática
Las presentaciones de personajes, la introducción, la banda sonora, los ritmos a los que avanza la trama e incluso la estructura de la misma. Top Gun: Maverick es consciente de dónde parte, y arrastra esas bases hasta nuevos horizontes arriesgando mucho más en el montaje, los planos y en las secuencias de acción pasadas de vueltas que, de una forma artesanal, convencen más que cualquier otra toma bañada en CGI sacada de blockbusters de presupuestos desorbitados. Verdaderamente, Top Gun 2 hasta podría ser la misma definición de ese blockbuster como tal.
En el reparto encontraremos a un Tom Cruise como siempre espectacular, metiéndose en su personaje como nunca y sintiendo las escenas de acción como en Misión Imposible. Sin necesidad de dobles ni nada similar. El actor traspasa los límites de la ficción al ser él mismo quien toma el control del caza cuando toca o cuando tiene que enfrentarse a una carrera que pocos podrían superar. Por supuesto no es lo único que brilla en el elenco actoral, porque desde Jennifer Connelly hasta Miles Teller, pasando por Jon Hamm y Bashir Salahuddin están excelentes. Se nota que esas horas de preparación impuestas por Cruise han hecho sus frutos.
La nostalgia y las cosas a rascar
Eso sí, hay otras presencias como la de Val Kilmer que, a pesar de que nos gustan y nos tocan la patata, solo están ahí para jugar con el factor nostalgia como se quiere. En general la película en sí busca eso en sus primeros minutos, y con parte del arco evolutivo de Maverick rememorando constantemente a Goose. Pero las apariciones de Iceman en la cinta están metidas con calzador y apenas tienen peso alguno más allá de poder sorprender con alguna lagrimilla fácil.
Como siempre, la duración excede las dos horas de metraje, en contraposición a la escasa hora y media que duró la primera parte (unos minutos más solamente). Pero las reglas del mainstream actual así lo demandan, y Top Gun: Maverick soluciona eso aportando más secuencias de vuelo extra. Se pierde la cuenta del minutaje que se está en el aire en comparación al de tierra, y os podemos asegurar que eso es de lo más positivo, porque ahí, como os decíamos, es donde más brilla la secuela de Kosinski. Cuesta aceptar que un producto salido de la industria actual, que se basa la multiplicidad, pueda ser mejor que lo clásico, pero con la nueva película de Cruise no tenemos dudas.
¿Qué le podemos rascar? El libreto presenta un esquema demasiado similar a Top Gun (1986) y hasta transmite una sensación parecida a la de Star Wars: El despertar de la fuerza con Star Wars: Una nueva esperanza. Como si ya lo hubiéramos visto o como si se estuviera siguiendo una vía marcada. No obstante, Maverick rompe un poco con eso gracias a esa potente tecnología que permite explorar horizontes que quedaron un poco colgados con la película de los ochenta.
