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¿Merece la pena ver One Piece en Netflix? El primer live-action de un anime que no da vergüenza ajena - Crítica

El esperado live-action de One Piece se ha estrenado por fin en Netflix y es hora de comprobar si las promesas de Eiichiro Oda se han cumplido y podemos respirar tranquilos: ¿Merece la pena?
¿Merece la pena ver One Piece en Netflix? El primer live-action de un anime que no da vergüenza ajena - Crítica
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Si lo pensamos fríamente y nos enfocamos sólo al género de los live-action y las adaptaciones de anime al formato cinematográfico occidental, la serie de One Piece de Netflix es la única que no nos ha provocado vergüenza ajena, o por lo menos la que menos nos ha generado una sensación de incomodidad al ver a los personajes del manga trasladados a la acción habitual de la industria hollywoodiense con actores de carne y hueso teniendo que representar las aventuras escritas por Eiichiro Oda. Hay que tener presente, antes de sumergirse en este tipo de productos, que la tarea que se está llevando a cabo desde el ámbito de guion y producción no es sencilla. Tanto porque, en esta ocasión, One Piece es el manga más vendido de Weekly Shōnen Jump, como porque hay que transformar un lenguaje narrativo en otro para contar la misma historia a través de canales diferentes.

Netflix recorta al material poco importante del East Blue y compone una primera temporada que funciona a modo de síntesis del material original

A pesar de que el anime posea un formato audiovisual que todos reconocemos, basado en composición, montaje, planos y arcos narrativos, el modo en el que se cuentan las historias en ese campo no tiene absolutamente nada que ver con el cinematógrafo o la televisión occidental. One Piece es una obra inmensa con un mundo muy vasto que aun a día de hoy continúa expandiéndose con nuevos capítulos a través del manga, que posteriormente se ven adaptados a la pequeña pantalla convirtiendo las viñetas estáticas de papel en imágenes en movimiento a todo color. Teniendo todo esto en mente, y entrando ya un poco en materia, la adaptación que ha realizado Netflix es más que digna y las promesas de Eiichiro Oda, en parte, se han cumplido. No, el live-action de One Piece no es un desastre, pero tampoco es la joya de la corona.

Parece una tontería, pero ya es mucho decir que un live-action no dé vergüenza ajena y se pueda disfrutar de principio a fin, puesto que los proyectos anteriores que han intentando trasladar obras del manganime a las corrientes televisivas estándar han sido, grosso modo, un fracaso. La serie de Netflix de One Piece parece ser autoconsciente de que el material que tiene para adaptar es demasiado amplio, y que lo que debe hacer es recortar la paja, quitar lo que no es relevante para la evolución de los arcos principales, y unir las piezas importantes del puzle mediante un seguido de secuencias dramáticas y de acción lo suficientemente atractivas como para atraer la atención hasta del público que no está familiarizado con la obra de Oda. El proyecto de Netflix se puede entender como una buena síntesis del East Blue, que es el arco que adapta la primera temporada, y como una introducción a lo que está por llegar en estos mares habitados por miles de piratas con ansías de oro, sangre y saqueo.

La serie de Netflix cuenta la historia de un joven pirata, Monkey D. Luffy, y su obsesión por querer encontrar el One Piece, un tesoro legendario, y convertirse en el nuevo Rey de los piratas. Para ello, reúne a una variopinta tripulación para emprender un viaje épico que les llevará a enfrentarse contra mil y un enemigos, la propia Marina y contra un sinfín de peligros.

One Piece

La puesta en escena, el vestuario y los decorados son una maravilla.

El pistoletazo de salida de One Piece transmite unas sensaciones similares a la saga de Piratas del Caribe de Disney gracias a la inmersión que se lleva a cabo mediante unos decorados excelentes y una puesta en escena que te atrapa desde el minuto uno. No son pocas las veces que la serie de películas protagonizadas por Johnny Depp nos han venido a la mente a lo largo de la temporada, y es que parece que Netflix toma como referencia la dirección de Gore Verbinski para plasmar las ilustraciones de Oda. Todo ello bañado con un vestuario que a veces se pasa un poco de hortera, pero que hace justicia al material original. Son diseños, a fin de cuentas, planeados para un medio en concreto, y cuando se sacan de ahí pueden llegar a resultar un poco pomposos. Pero teniendo en cuenta que el género de piratas ya invita a pasar eso por alto, tampoco es nada preocupante.

¿Es entonces la serie de One Piece una adaptación fiel? ¿Qué tal funcionan los personajes?

La serie de One Piece no es una adaptación calcada al anime, pero se toma pocas libertades. Recoge los puntos narrativos más importantes del East Blue, les da un lavado de cara y une los hilos necesarios para que en conjunto el proyecto esté bien armado, jugando al mismo juego que Oda en lo que se refiere a dejar cabos sueltos y pequeñas migas de pan para ir resolviendo la trama a medida que avancen las temporadas. Para disfrutar del live-action encabezado por Monkey D. Luffy es mejor ir con la mente abierta y tener muy presente que esto no quiere, ni pretende, transmitir lo mismo que el anime. Y lo mejor es que ese gesto de comprensión es palpable cuando se ejecutan las escenas de acción y los combates obtienen un ritmo y unas coreografías que no distan mucho de otros filmes como, por ejemplo, Piratas del Caribe o La máscara del Zorro.

One Piece

Iñaki Godoy ofrece una interpretación digna como Monkey D. Luffy.

En ese aspecto, los baños de CGI no son demasiado agresivos y la serie de One Piece se distancia muchísimo de los blockbusters contemporáneos. Las secuencias de combate que se pueden ver en el anime se han reinterpretado para poder mostrarlas con un corte más ligado a nuestro tipo de acción reduciendo, como es lógico, parte de la espectacularidad del anime para mantener, dentro de lo posible, los pies en el suelo y que la ficción no intente traspasar los límites que separan las capacidades de nuestra televisión frente a las llevadas a cabo por los mangakas. En los personajes es donde más altibajos hemos encontrado, puesto que no todas las interpretaciones son brillantes y eso hace que haya estrellas que se coman las escenas y otras pasen muy desapercibidas.

La actuación de Iñaki Godoy como Monkey D. Luffy es la que más nos ha conquistado, pero también hay otros papeles memorables como el de Vincent Regan en la piel de Garp o el trabajo que realiza Jeff Ward como Buggy, con una actuación que recuerda bastante a la de Bill Skarsgård como Pennywise en la It de Andy Muschietti en determinadas secuencias. Como decíamos, en este aspecto interpretativo es donde chirría un poco más la serie, pero en conjunto el elenco deja buen poso una vez se termina la temporada.

Nuestras conclusiones

El live-action de One Piece no es una mala serie y, en general, funciona correctamente como adaptación del material de Eiichiro Oda si se entiende el proyecto como un resumen de lo más destacado con un tono más occidentalizado. Netflix huye del abusivo CGI empleado en otros proyectos de acción como El agente invisible o Agente Stone y ejecuta un trabajo más artesanal con unos decorados y un vestuario muy cuidados. No nos malinterpretéis con esto, hay bastantes efectos especiales, pero no hacen daño como los de The Flash o los que se ven normalmente en gran parte del género de superhéroes post-Vengadores: Endgame. La primera temporada tiene una oportunidad para lograr hacerse un hueco entre el público y continuar con las aventuras de Oda en acción real, pero su gran competidor es el material original y lo bien arraigado que está.

Hemos visto One Piece gracias al acceso anticipado de Netflix España y la agencia PR Garage.

Xavi Mogrovejo
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