Las últimas palabras de María Pombo han desatado un vendaval en redes. La influencer madrileña, pionera en convertir su vida familiar en una suerte de franquicia al estilo Kardashian, con más de tres millones de seguidores en Instagram, no habló esta vez de moda, maternidad ni viajes. Lo hizo sobre libros. O, mejor dicho, sobre su ausencia.
Un comentario en TikTok sobre la estantería de su casa -“preciosa, pero vacía”- bastó para que Pombo se defendiera con un alegato que ha encendido el debate cultural en internet: “Hay que superar que a la gente no le guste leer. Y, además, no sois mejores por hacerlo”. La polémica estaba servida.
María Pombo desafía las normas: reivindica no leer y enciende la discusión sobre cultura y hábitos lectores
El razonamiento, repetido en varios vídeos, buscaba rebajar la crítica. Según Pombo, la lectura es una afición como otra cualquiera: hay quienes la disfrutan y quienes no. Para reforzar el punto, recurrió a ejemplos familiares. Una hermana devora libros, otra jamás ha terminado uno, y ella se encuentra en un terreno intermedio. En su intento por justificarlo, mostró un ejemplar de El Principito comprado en Zara Home y una pila de manuales de autoayuda escritos por colegas de profesión, lo que no ayudó a apagar el incendio. Al contrario: avivó las burlas y multiplicó los comentarios.
@mariapombo Respuesta a @ynmabp ♬ [Raw recording] Record playback noise 01 (3 minutes) - Icy Light
El episodio tiene un matiz paradójico. María Pombo es tataranieta de Concha Espina, novelista y periodista cántabra que en 1926 estuvo a un paso del Nobel, y pariente lejana del escritor Álvaro Pombo, Premio Cervantes 2024. Una genealogía literaria incuestionable que convierte sus declaraciones en un gesto casi de rebeldía contra su propio linaje. El contraste entre ese pasado intelectual y el presente de la influencer ilustra, con ironía, una tensión muy contemporánea: el choque entre tradición cultural y consumo rápido de contenidos.
Más allá de la anécdota, la frase “no sois mejores porque os guste leer” destila un trasfondo incómodo. Se alinea con la corriente anti-intelectual de la época, en la que la posverdad -tan trístemente de moda en estos tiempos- y el predominio de la emoción sobre la razón erosionan la valoración del pensamiento crítico. En un contexto de polarización y discursos simplistas, la lectura -actividad que exige paciencia y esfuerzo- queda relegada, convertida en símbolo de elitismo por quienes la rechazan. El comentario de Pombo, voluntario o no, conecta con ese clima cultural.
Realmente, el debate que plantea es profundo: ¿debe imponerse el hábito lector o respetarse la diversidad de intereses? La pedagogía y la psicología llevan décadas discutiéndolo. Un estudio de 2024 subraya que la lectura, cuando nace de la motivación personal, impulsa las habilidades cognitivas de forma notable. Otro, publicado en 2023, advierte que imponer lecturas rígidas puede ser contraproducente, y que la autonomía del estudiante resulta clave. En la misma línea, investigaciones anteriores destacan que la libertad de elección y la variedad de estímulos favorecen más la afición por los libros que cualquier obligación escolar.
La conclusión es clara: leer sigue siendo una de las actividades más beneficiosas para el desarrollo intelectual y emocional. Pero el modo de acercarse a la lectura importa tanto como el hábito mismo. En el fondo, María Pombo no niega su valor; lo que defiende es la libertad de elegir. El problema está en cómo se verbaliza: entre la defensa legítima de los gustos personales y la sensación de menospreciar la cultura, el mensaje se convierte en gasolina para la polémica.
