A más de una década de su estreno, Interstellar —la epopeya espacial de Christopher Nolan— sigue generando debate entre quienes la consideran una obra maestra de la ciencia ficción moderna.
Pero ahora, con motivo de su reestreno en cines en el formato IMAX favorito del director, ha resurgido una teoría que está dividiendo a la comunidad de fans: ¿y si el final que todos vimos... nunca ocurrió? La hipótesis ha cobrado fuerza en redes sociales, donde muchos apuntan a que el emotivo reencuentro entre Coop (Matthew McConaughey) y Murph (Jessica Chastain) no sería más que un delirio final del protagonista mientras muere solo, flotando en el espacio.
El reflejo de una mente moribunda
Según esta interpretación, la secuencia del hospital en Cooper Station no sería real, sino una construcción mental entretejida por su conciencia moribunda, alentada por detalles como el pitido agudo de una máquina de soporte vital o el simbólico “túnel de luz” al que despierta. Los defensores de esta teoría señalan además una frase inquietante del Dr. Mann: “Lo último que ves antes de morir son tus hijos”. ¿Sería, entonces, ese reencuentro con Murph la última visión de un padre en su lecho cósmico de muerte?
En este marco, incluso el teseracto —ese espacio multidimensional donde Coop interactúa con el pasado— podría leerse como una representación abstracta de su mente colapsando, en lugar de una estructura real creada por humanos del futuro.
Muchos fans prefieren ser más optimistas
Sin embargo, no todos los seguidores de Nolan están dispuestos a abrazar esta visión fatalista. Muchos argumentan que el optimismo científico y emocional de Interstellar perdería sentido si todo fuera una fantasía terminal. “La gente tiene una necesidad constante de oscurecer finales que no lo son”, protestan algunos en foros. Y no les falta razón: Nolan construyó una narrativa compleja, sí, pero también profundamente humana, que celebra la conexión entre padre e hija como motor de supervivencia.
Como buena obra abierta, Interstellar permite múltiples lecturas. Pero este debate —renovado ahora por su regreso a las salas— demuestra que las grandes películas no mueren, evolucionan. Y en ese universo de interpretaciones posibles, quizás lo más potente no sea la respuesta, sino la pregunta misma: ¿cuánto de lo que vemos en pantalla pertenece al relato... y cuánto a nuestro deseo de creer?
