Harrison Ford ha cincelado su legado en la historia del cine a base de personajes inolvidables, miradas que dicen más que mil líneas de diálogo y una actitud entre estoica y desafiante que ha hecho de él una figura irrepetible. Su ascenso fue lento, pero hoy es uno de esos nombres que sostienen buena parte del imaginario de Hollywood. Y aunque su filmografía está repleta de títulos esenciales, pocos han marcado tanto como Blade Runner.
Harrison Ford contra el sistema: la amarga historia detrás de 'Blade Runner' y su voz en off maldita
En una entrevista reciente con Variety, tras lograr una nominación histórica al Emmy por su trabajo en Shrinking, Ford desempolvó algunos recuerdos sobre el rodaje del clásico distópico de Ridley Scott. Lo hizo con esa mezcla suya tan particular de ironía y hastío, como quien ha aprendido a reírse del pasado sin olvidar lo que dolió. Porque Blade Runner, para él, fue tanto un hito como una experiencia frustrante.
La película, basada en la novela de Philip K. Dick, era ya un proyecto ambicioso desde sus primeras fases. Pero no todo fluyó como el director británico esperaba. Uno de los mayores conflictos vino de la mano de Warner Bros., que decidió imponer una voz en off sobre el personaje de Rick Deckard, narrada por el propio Ford. Ni él, ni Scott, ni el guionista Hampton Fancher, ni el productor Michael Deeley la querían. Les parecía redundante, torpe y un atentado contra la atmósfera de misterio que intentaban construir. Pero el estudio no cedió.
Ford recuerda que grabó esa narración "con el peor ánimo posible", convencido de que el resultado sería tan malo que obligaría al estudio a descartarla. No funcionó. "La usaron igual, y para mí arruinaba parte del efecto", sentencia el actor, que no ha ocultado nunca su disgusto por aquel añadido forzado. La historia, con el tiempo, le dio la razón. Años más tarde, Ridley Scott lanzó su Director's Cut, eliminando por completo la narración y devolviendo a la película su tono original: seco, ambiguo, poético en su oscuridad. Esa versión, sin ataduras, es hoy la que la crítica y el público consideran canónica.
Pero el daño ya estaba hecho. La versión de 1982, la que se estrenó en salas, fue el producto de un pulso entre arte y mercadotecnia. Y en aquel pulso, Ford fue testigo directo de cómo se puede desvirtuar una obra maestra por miedo a que el espectador "no entienda lo que ve". Un pecado capital en un cine como el de Scott, donde la imagen lo es todo.
