Lo que parecía simplemente un destello metálico en medio de un campo arado de Whitwell, en Derbyshire, se ha convertido en el último “tesoro” oficialmente reconocido del Reino Unido. Durante una quedada organizada de detectores de metales en octubre de 2024, la aficionada Rachael Storer localizó una pequeña barra de oro enterrada a escasa profundidad. Un año después, el Tribunal Forense de Chesterfield ha confirmado que no se trata de chatarra moderna, sino de una pieza de varios siglos de antigüedad que encaja en la definición legal de tesoro y que, por tanto, pasa a formar parte del patrimonio arqueológico británico.
La pieza, a primera vista modesta, es en realidad muy peculiar: un cilindro de apenas 57,2 milímetros de longitud y 19,1 gramos de peso, con un grosor cercano a los 5 milímetros y una ligera curvatura en la parte central. Los análisis han revelado marcas de martillado y un extremo claramente recortado, señales de que formó parte de un objeto mayor, probablemente una pulsera, un brazalete o un adorno segmentado que se fraccionó deliberadamente en la antigüedad para almacenarlo, transportarlo o usarlo como “oro a peso”. Ese detalle la emparenta con otros hallazgos similares conservados en el Museo Británico y procedentes de tesoros como el de Fittleworth, donde varillas recortadas de aspecto muy parecido se interpretan como fragmentos de joyería o lingotes fraccionados para el intercambio.
Del destello casual al tesoro oficial
Que el tribunal la haya declarado tesoro no es una cuestión estética, sino legal. Desde la entrada en vigor de la Treasure Act de 1996, cualquier objeto con más de 300 años de antigüedad y un contenido de oro o plata superior al 10 % debe ser notificado y evaluado; si cumple esos requisitos, pasa a ser patrimonio, con compensación económica compartida entre la persona que lo encuentra y el propietario del terreno. En este caso, los análisis metalúrgicos confirman un alto contenido en oro y una cronología que, como mínimo, se sitúa varios siglos atrás, con un abanico que va desde la Edad del Bronce tardía hasta la Alta Edad Media. Esa ambigüedad cronológica es habitual cuando se trata de varillas aisladas sin contexto arqueológico claro, pero no resta valor al hallazgo: al contrario, lo convierte en una pieza clave para afinar el mapa de ocupación histórica de la zona.
El caso de Whitwell es también un ejemplo de cómo la arqueología británica depende cada vez más de la ciudadanía armada con detectores de metales. Programas como el Portable Antiquities Scheme, gestionado desde el British Museum, registran decenas de miles de pequeños hallazgos al año, en su mayoría realizados por aficionados que deciden comunicar lo que encuentran en lugar de venderlo de forma discreta. Solo en 2023 se catalogaron más de 74.000 piezas gracias a este sistema, y la gran mayoría de los objetos de oro y plata que acaban declarados como tesoro llegan a los museos por esta vía, no a través de excavaciones académicas.
Una varilla pequeña, grandes preguntas
En términos científicos, una simple varilla puede parecer poco espectacular comparada con un gran tesoro de monedas o joyas completas, pero su fuerza está en el contexto: si acaba fechándose en la Edad del Bronce, reforzaría la idea de que el este de Midlands formaba parte de redes de intercambio de metales mucho más densas de lo que se pensaba; si resulta medieval, podría apuntar a prácticas de ahorro, pago o atesoramiento menos documentadas en las fuentes escritas. En ambos escenarios, el patrón se repite: objetos pequeños y fácilmente pasables por alto que, cuando se estudian con técnicas modernas, obligan a reescribir matices de la economía y la vida cotidiana de hace más de un milenio.















