Mientras el Coliseo de Roma concentra focos y visitantes, el anfiteatro romano mejor conservado no está en Italia ni en Europa, sino en El Jem, en el corazón de Túnez. Levantado en el siglo III d. C. sobre la antigua Thysdrus, próspero enclave del comercio oleícola, este coloso africano —inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial desde 1979— resume como pocos la ingeniería y la propaganda de la Roma imperial en provincias: hasta 35.000 espectadores, ejes exteriores de 148 x 122 metros y una envolvente de tres niveles que ha sobrevivido, casi íntegra, a guerras, saqueos y terremotos.
El contraste con Roma no es casual. A diferencia del anfiteatro Flavio, hoy recorrido en circuitos muy acotados, El Jem permite deambular por gradas, galerías y pasillos subterráneos, una experiencia inmersiva que revela la lógica del edificio: una estructura elíptica y exenta, de cantería precisa, concebida para mover multitudes y bestiarios con eficiencia quirúrgica. Guías especializados hablan del “coliseo más impresionante de África”, y no faltan voces académicas que lo describen como “casi igual” al de Roma por calidad arquitectónica y ambición formal.
El mayor coliseo de África del Norte
La UNESCO lo define sin rodeos como el mayor “coliseo” de África del Norte y uno de los teatros de espectáculos más imponentes del Imperio, una etiqueta que aquí no es marketing turístico, sino diagnóstico patrimonial: la escala (circunferencia exterior en torno a 427 metros) y el estado de conservación sitúan a El Jem en la élite de la obra pública romana, con una lectura volumétrica que sigue siendo nítida desde kilómetros a la redonda en la llanura tunecina.
Que hoy se pueda recorrer con relativa libertad no es una anécdota: es la forma más directa de comprender cómo funcionaba por dentro un anfiteatro —desde el hypogeum y sus corredores para gladiadores y fieras hasta la evacuación de públicos— sin el filtro de pasarelas modernas o reconstrucciones invasivas. Para el visitante, además, la ecuación de coste, colas y tiempo de espera suele ser más amable que en Roma, lo que ha convertido al monumento en una peregrinación alternativa para viajeros y estudiantes de arqueología clásica.
Thysdrus y la romanización
El Jem no solo preserva piedra: preserva contexto. La riqueza de Thysdrus —aceite de oliva que engrasaba la economía del Imperio— explica la financiación y el simbolismo del edificio: levantar un “coliseo” casi a la escala de Roma, en una provincia remota, era un recordatorio de poder y pertenencia al centro.
En tiempos de sobreexposición turística y restauraciones discutibles, el anfiteatro tunecino ofrece una rareza: autenticidad legible. No necesita mucha imaginación para que el visitante complete la escena. Basta con mirar la luz del mediodía filtrándose por los arcos, bajar a los pasillos del subsuelo y subir al tercer anillo para entender por qué, cuando alguien pregunta cuál es el “mejor coliseo” conservado del mundo, cada vez más expertos responden: “ni en Italia ni en Europa”. En El Jem.















