Análisis The longest road on Earth, al son de los grises cotidianos (PC, Switch, Xbox One, Xbox Series X/S, PS5, PS4, Android, iPhone)
Apenas tiene mecánicas y dura alrededor de una hora y media, pero a The Longest Road on Earth le basta con eso para convertirse en uno de los videojuegos más especiales que puedes probar a día de hoy. El estudio español Brainwash Gang acaba de lanzar este proyecto en PC, iOS y Android de la mano de la editora Raw Fury después de financiarse con un exitoso Kickstarter en el que más de 400 personas respaldaron la propuesta, una propuesta en la que narrativa muda, pixel art y música se unen de forma única para traernos una obra de sensibilidad inusitada.
Nos situamos ante un juego dividido en capítulos, cuatro concretamente, y en cada uno de ellos se nos narran una serie de escenas de la vida cotidiana de varios personajes que conviven en una ciudad norteamericana inspirada en los años cincuenta, pero dándole un giro hacia la estética de animales antropomórficos; este estilo define la muy recomendable obra de Edu Verz, quien se ha encargado del apartado estético de The Longest Road on Earth, entre otras cosas. Nos asomamos a la vida de estos personajes en una perspectiva en dos dimensiones y lo poco que podemos hacer en la partida es andar de un lado a otro mientras interactuamos con algunos elementos del escenario.
Así dicho puede sonar un poco básico, pero que esa descripción tan técnica y cruda no valga para desechar lo que en efecto es una propuesta única: mientras caminamos las casas, oficinas, tiendas, vagones de metro y escuelas en las que viven los protagonistas de The Longest Road on Earth, suena una música que envuelve la obra en un aura de grandilocuencia cotidiana. Las canciones de Beícoli conducen la narrativa del juego adueñándose del ambiente y consiguiendo momentos especialmente emocionantes, lo que es digno de admirar precisamente por la poca agencia que estamos teniendo en lo que sucede en pantalla.
Pensamientos en la rutina
En The Longest Road on Earth tendemos la ropa en el jardín, fregamos el suelo de un carguero, esperamos en una larga cola para entrar a nuestro puesto en la fábrica… Pero todos estos quehaceres rutinarios que ejecutamos pulsando un botón se revisten de poesía gracias a la conjunción entre su música y la dirección artística de la obra. A fin de cuentas, el juego de Brainwash Gang es, entre otras cosas, una oda a lo cotidiano, al vivir y a las emociones contenidas dentro de la inercia diaria. Precisamente por ese acercamiento a los pensamientos y a los recuerdos enfrascados en el hábito es por lo que sentimos que el blanco y negro, que acaba convirtiéndose en una maraña de grises, encaja tan bien en esta propuesta.
Es fácil pasar por alto muchas de las virtudes de este juego, no podemos negarlo, y probablemente mucha gente acabe desechando la propuesta porque no es lo que buscan en el videojuego. Sin embargo, y aunque no pueda parecerlo, The Longest Road on Earth tiene algunas decisiones de diseño muy acertadas que le dan más valor todavía a la tenue interactividad que propone: siendo sólo un botón el que pulsamos durante toda la narración, se exploran múltiples usos para adaptar el ritmo de nuestras acciones a lo que vemos en pantalla; porque no es lo mismo mantener pulsado para saltar de una cuna mientras cuando jugamos como un bebé que pulsarlo repetidamente para pedalear en una bicicleta, por ejemplo.
Ritmo narrativo con claroscuros
Cuando mejor funciona The Longest Road on Earth es cuando existe sintonía entre lo que hacemos y lo que vemos, algo que desgraciadamente no se aplica a la totalidad de los momentos que jugamos. No es que le pidamos que el relato conste exclusivamente de situaciones potentes, sino que más bien hablamos de aspectos de legibilidad del escenario que rompen un poco ese buen ritmo general de la obra: es fácil perderse en algunas partes del mapa y acabar chocando contra un muro invisible, o incluso no saber muy bien cuándo el juego nos pide interactuar o no. Este tipo de traspiés es común durante la partida y nos expulsa momentáneamente de la narración.
A veces, el juego propone soluciones elegantes para evitar los pequeños callejones sin salida en los que podemos meternos, aunque no siempre es así. Sin embargo, la sensación general es la de que The Longest Road on Earth derrocha control del ritmo narrativo y nos guia con soltura contándonos lo que nos quiere contar, aunque lo haga sin palabras. Mientras la música se apropia de la obra, los planos, la postura de los personajes, la cadencia de su caminar, las elipsis y demás elementos hacen su función en silencio para que sigamos jugando, leyendo la obra.
Conclusiones
Es difícil hablar de The Longest Road on Earth porque el juego ya habla lo suficientemente bien y con contundencia de sí mismo. Es una obra muy especial, con alma, y ya con eso podríamos concluir que estamos ante un título muy recomendable del que probablemente muchas personas dirán que no es un juego para todo el mundo. Desde aquí nos permitimos la licencia de contradecir esa manida afirmación: quienes disfruten de las aventuras narrativas sosegadas encontrarán aquí una hecha no sólo con mimo, sino también con maestría, y quienes prefieran otras expresiones del videojuego deberían acercarse aquí para encontrar otros límites en los que se mueve un medio tan heterogéneo como este. Como poco, cualquier persona podrá apreciar su atmosférica y potente banda sonora, su medido ritmo narrativo y su detallista dibujo pixel art.
Hemos realizado este análisis en PC con un código proporcionado por Raw Fury.