Netflix es, a menudo, criticada por la falta de calidad de sus contenidos originales. El prodigio, titulada en inglés como The Wonder, es la excepción que confirma esa regla. Hablamos de un notable filme dirigido por Sebastián Lelio protagonizado por una excelente Florence Pugh, que se desvive en un drama rural de difícil digestión, tan áspero como reconfortante, y que nos traslada a una época convulsa plagada de supersticiones y choques entre la incipiente y cada vez más presente ciencia y la fe. En Vandal hemos podido verla en adelanto y os contamos qué nos ha parecido en una crítica sin spoilers.
Una acertada historia sobre el espíritu, la religión, la ciencia y la lucha constante contra el fanatismo
Protagonizada por la citada Pugh -que este año ha estrenado la también muy comentada No te preocupes querida- y basada en la novela de Emma Donoghue (autora de La habitación), nos cuenta la historia de Anna O’Donnell (impresionante Kíla Lord Cassidy), una niña irlandesa cuya familia católica afirma que lleva sin comer desde su 11.º cumpleaños, algo que ocurrió hace más de cuatro meses. Hasta allá se desplazará una enfermera, Lib Wright (encarnada por Pugh) instada a investigar el caso de esta pequeña que dice nutrirse tan solo del maná caído del cielo. Lelio, cineasta responsable de Una mujer fantástica, Disobedience o Gloria vuelve a cuajar una maravillosa película a medio camino entre el thriller rural y el drama teológico, con ingredientes que se engarzan de manera inteligente a lo largo de su metraje. El prodigio, plato cinematográfico de ingredientes clásicos y sobrios, sabe enriquecer en todo momento su historia y sus personajes con situaciones de clara tendencia a la yuxtaposición.
En El prodigio hay personajes que se aferrarán de forma evidente a su credo y su devoción por Dios, mientras que otros decidirán ir más allá y cuestionar las bases religiosas que parecen mover a una pequeña localidad que ha comenzado a ver el caso de la pequeña de los O'Donnell como una especie de milagro del que sacar tajada. Uno de los aspectos más interesantes del relato de Lelio es la capacidad que tiene como director de conseguir que el espectador sea capaz de abstraerse por completo e inmiscuirse, como un personaje más atrapado en esta alejada y humilde comunidad irlandesa, discerniendo durante gran parte del metraje si se encuentra ante un milagro o una mentira.
En contra de lo que se pueda pensar, El prodigio no es una crítica lacerante o retorcida a la fe religiosa, más bien lo contrario, tendiendo la mano y construyendo puentes a las necesidades espirituales en tiempos difíciles. Al mismo tiempo, y aquí se hace más patente en la película que en la novela original, la necesidad de alentar a la necesidad del combate intelectual ante el oscurantismo y el misticismo, invitando a luchar contra las posiciones rígidas marcadas por la tradición y la costumbre. En El prodigio, tanto Pugh como Tom Burke, que se pone en la piel del periodista William Byrne, luchan contra varios muros y posiciones inamovibles, intentando discernir qué es verdad en un escenario lleno de mentiras y dudas ocultas por los mantos de la religión.
Sí, el relato original de Donoghue ya era potente, pero la adaptación de Lelio y Alice Birch, enraizada en conceptos que parecen emular las mimbres de una obra de teatro en su presentación más formal, impacta y mantiene intacto el mensaje literario. Podríamos decir que incluso lo enaltece, esgrimiendo una narración menos confusa y más directa, de fácil digestión pese al particular ritmo con el que expone sus credenciales. Sí, El prodigio es una rara avis en tiempos de fast food cinematográfico y cintas diseñadas con un algoritmo en mente en las cada vez más presentes plataformas de streaming, pero lo nuevo de Lelio consigue escapar con nota a todas las tendencias habidas y por haber en, bendita ironía, en un portal como Netflix.
Hemos visto El prodigio en adelanto gracias al acceso anticipado de Netflix España y la agencia PR Garage.
