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Ni bestias marinas ni gusanos: Científicos confirman que estas fueron las primeras formas de vida hace 540 millones de años

Los investigadores planean ahora buscar estos mismos biomarcadores en otras regiones geológicas del planeta.

Durante más de un siglo, la biología ha discutido una pregunta aparentemente sencilla pero de enorme trascendencia: ¿cómo era el primer animal? Las respuestas han oscilado entre dos candidatos principales: las esponjas marinas —organismos simples, sin sistema nervioso ni tejidos diferenciados— y las ctenóforas o medusas peine, criaturas gelatinosas de apariencia más compleja.

Ahora, un nuevo estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT) inclina definitivamente la balanza hacia el lado de las esponjas, gracias a un rastro químico fosilizado que se ha conservado durante más de 541 millones de años, en el periodo Neoproterozoico.

El hallazgo, publicado en Nature Ecology & Evolution, se basa en un tipo muy peculiar de moléculas llamadas esteranos fósiles, restos fósiles de los esteroles —grasas biológicas— que forman parte de las membranas celulares de los organismos complejos. Estas moléculas actúan como huellas dactilares químicas: cada grupo de seres vivos produce combinaciones específicas, y su presencia en las rocas permite reconstruir quién vivió en un ecosistema aunque no haya fósiles visibles.

Estas moléculas especiales estuvieron ahí todo el tiempo.

Las esponjas ganan la batalla evolutiva

El equipo liderado por la geoquímica orgánica Lubna Shawar y el geobiólogo Roger Summons identificó en muestras de roca marina de Omán una señal química singular: un tipo de esterol con 30 átomos de carbono (C30) que solo producen las demospongias, el grupo de esponjas marinas más común en la actualidad. "Ningún organismo más simple genera este tipo de molécula", explica Shawar. "Encontrarla en rocas tan antiguas es una evidencia clara de actividad biológica relacionada con esponjas primitivas."

Los investigadores también detectaron una segunda molécula, un esterol con 31 átomos de carbono (C31) derivado del mismo gen que produce el anterior, lo que refuerza la interpretación biológica del hallazgo. Esta doble pista química —C30 y C31— se considera ahora la señal más antigua conocida de un animal multicelular.

Una simulación de millones de años en el laboratorio

Para descartar la posibilidad de que estos compuestos se formaran por procesos no biológicos o por contaminación, el equipo del MIT recreó en el laboratorio la fosilización química de los esteroles. Usando ocho variantes sintéticas de C31, sometieron las moléculas a condiciones extremas de presión y temperatura equivalentes a cientos de millones de años bajo la corteza terrestre.

El resultado fue inequívoco: dos de los compuestos sintetizados coincidían exactamente con los rastros fósiles encontrados en Omán. "Es la primera vez que podemos autenticar un biomarcador antiguo con tanta precisión", afirma Shawar. "Hemos demostrado que la señal proviene de la vida, y concretamente de esponjas."

Aunque el estudio no puede ofrecer una imagen exacta de aquellas esponjas ancestrales, los científicos creen que habitaban océanos poco profundos de un mundo aún sin vertebrados ni plantas terrestres. Eran organismos blandos, sin esqueleto de sílice ni carbonato cálcico, y probablemente filtraban nutrientes del agua como hacen sus descendientes actuales.
Su forma de vida, sencilla pero eficiente, les permitió convertirse en los pioneros del reino animal, allanando el camino evolutivo para la diversidad que vendría después.

Pioneras del reino animal

"Estas moléculas especiales estuvieron ahí todo el tiempo", comenta Summons. "Solo hacía falta formular las preguntas correctas para reconocer su origen y su significado". El descubrimiento no solo resuelve un debate de décadas, sino que también redefine los límites de nuestra historia evolutiva. Si las esponjas ya existían antes del Cámbrico, eso implica que la transición hacia los animales multicelulares ocurrió mucho antes de la explosión de vida compleja que tradicionalmente se consideraba el punto de partida.

Si aparecen señales similares en más yacimientos, podrían reescribir el árbol genealógico animal y confirmar que los primeros habitantes del reino animal eran, en esencia, colonias de esponjas filtrando agua en un océano primitivo.