Desde la noche del 13 de noviembre de 2025, la plataforma Netflix lanzará una nueva propuesta que mezcla el drama histórico y el “battle royale”: El último samurái en pie, ambientada en los últimos años de la era Meiji en Japón. Según la sinopsis oficial, 292 antiguos samuráis se reunirán en el templo Tenryū-ji de Kioto para participar en un juego mortal en el que sólo uno podrá alzarse con un premio de cien mil millones de yenes. Esta propuesta de alto voltaje pretende situarse como heredera —o incluso rival— de series como El juego del calamar y Alice in Borderland, que ya marcaron un precedente en el género de supervivencia televisiva.
El origen de la serie se remonta al texto del novelista Shōgo Imamura, galardonado con el Premio Naoki, cuya novela “Ikusagami” fue adaptada a manga —ilustrado por Katsumi Tatsuzawa— y ahora ha dado el salto al formato live-action. Este recorrido editorial añade profundidad a la criatura televisiva: no se trata simplemente de un espectáculo de carnicería visual, sino de un trasfondo literario con capacidad de resonar en temáticas contemporáneas como la desposesión de privilegios, la modernización forzada y la identidad en crisis, elementos que el equipo creativo afirma que buscó destacar.
Era Meiji en el filo del “battle royale”
La ambientación, clave para la serie, sitúa la acción en 1878, apenas unos años después de que la era feudal japonesa cediera a reformas radicales con la Restauración Meiji. El protagonista, Jun’ichi Okada —quien interpreta a Shujiro Saga y a su vez actúa como productor y coreógrafo de acción— encarna a un ex-samurái que acepta entrar en el juego con la esperanza de salvar a su esposa y su hijo enfermos. La acumulación de fragmentos históricos —como la abolición del porte de espada por los samuráis, la epidemia de cólera que azotó Japón en ese periodo, o la aceleración de la brecha social en la transición al capitalismo— funciona como engranaje dramático para el espectáculo.
Desde el frente de producción, la pregunta es si esta serie logrará equilibrar amplitud visual, tensión narrativa y fidelidad histórica. Según los datos que Netflix ha difundido, el rodaje implicó a casi 300 intérpretes en escena, junto a un despliegue técnico que mezcló escenografía práctica, vestuario de época y efectos visuales para recrear la travesía desde Kioto a Tokio. El reto es evidente: el género “battle royale” ha sido explotado y requiere innovación para no caer en la repetición; aquí el contexto samurái y la ambientación pueden dar un plus diferencial.
Estrategia global y termómetro de mercado
A nivel estratégico para Netflix, El último samurái en pie entra en un momento en que las plataformas están desplegando cada vez más series asiáticas de gran presupuesto para audiencias globales. Como apuntan los analistas, existe una doble motivación: por un lado satisfacer la demanda de “dramas épicos” con estética oriental; por otro, capturar internacionalmente una narrativa de supervivencia que ya ha demostrado ser viral. En ese sentido, la serie será tanto una apuesta creativa como un experimento de mercado: puede sensibilizar sobre la era Meiji entre audiencias no especializadas y al mismo tiempo generar grandes cifras de visionado.
Finalmente, para los fans del género, El último samurái en pie representa un nuevo vértice: no sólo por su ambientación histórica, sino porque promete explorar dimensiones de honor, desesperación y reinvención personal dentro de una mecánica implacable. Si bien la premisa de “supervivencia a muerte” resulta familiar, el salto al Japón de fines del siglo XIX aporta un sello distintivo que lo inclina hacia una narrativa más rica que pura violencia exhibicionista. La pregunta que queda es si sabrá desarrollar sus personajes con la profundidad que demanda el trasfondo literario del que procede; la cita ya queda marcada en el calendario para comprobarlo.















