Aunque la idea de beber "agua pura" suena tan natural como deseable, desde el punto de vista científico es prácticamente una utopía. El agua embotellada, que mueve más de 300.000 millones de dólares al año en todo el mundo, se vende bajo la promesa de una pureza que, según los químicos, no se corresponde con la realidad. Por su propia estructura molecular, el agua tiende a disolver todo lo que toca: desde minerales hasta partículas del recipiente que la contiene. Por eso, ni en la naturaleza ni en una botella podemos encontrar agua completamente pura.
Es imposible que exista el agua pura
La explicación está en la peculiar geometría del H₂O: cada molécula tiene un polo positivo y otro negativo, lo que la convierte en un disolvente universal. Tal como explica May Nyman, profesora de Química en la Universidad Estatal de Oregón, este comportamiento químico hace que incluso las muestras más depuradas terminen captando trazas de otras sustancias al contacto con el aire o los materiales del entorno. En condiciones extremas, como en laboratorios con agua ultrapura, se ha observado que el líquido puede incluso degradar componentes del vidrio o metales si se almacena demasiado tiempo.
Ni siquiera los entornos más controlados están exentos de este fenómeno. En laboratorios científicos se utilizan tres grados de agua ultrapura (tipos I, II y III), cada uno con diferentes niveles de conductividad y exigencias analíticas. Sin embargo, fuera de estos contextos, el agua potable común contiene naturalmente minerales como calcio o magnesio, que no solo no son perjudiciales, sino que son esenciales para la salud. Lo que llamamos "agua pura" en la vida cotidiana, en realidad, está lejos del concepto químico de pureza absoluta.
Este desfase entre lo que se cree y lo que es real tiene consecuencias económicas, ambientales y culturales. La desconfianza hacia el agua del grifo ha hecho que en Europa se consuman, de media, más de 100 litros de agua embotellada por persona al año. Sin embargo, en la mayoría de países desarrollados, el agua pública está sometida a controles sanitarios más estrictos y frecuentes que muchas marcas comerciales. Además, su coste es entre 100 y 1000 veces menor, lo que supone un ahorro potencial de millones de euros para las familias.
Más allá del debate sanitario, el auge del agua embotellada plantea un dilema ecológico urgente. La producción de botellas de plástico no solo consume más agua de la que contienen, sino que genera toneladas de residuos que terminan en vertederos o contaminando ecosistemas marinos. Según datos de Naciones Unidas, se compran más de un millón de botellas por minuto en el mundo, y gran parte de ese plástico no se recicla nunca.