Bali era un rincón paradisíaco. Hasta que el impacto del turismo masivo hizo mella como en otras tantas playas. Este rincón, un punto de contacto con la naturaleza más pura, parecía situarse en el centro de una controversia que expone un viejo dilema: la obsesión por “mejorar” la naturaleza suele ser la forma más eficaz de destruirla. Esta vez, el foco está en un megascensor de cristal de 182 metros de altura, construido para facilitar el acceso a Kelingking Beach, en la isla de Nusa Penida, una de las playas más fotografiadas y reconocibles de todo el archipiélago indonesio.
Según la Oficina de Turismo de Indonesia, solo en 2023 más de 5,2 millones de viajeros internacionales aterrizaron en Bali, una cifra que confirma su estatus como uno de los destinos más visitados del planeta.
España, además, se ha convertido en uno de los mercados europeos con mayor crecimiento en la región, aportando más de 120.000 turistas, un 40 % más que antes de la pandemia. Paradójicamente, muchos de ellos llegan buscando justo lo contrario de lo que representa este tipo de proyectos: paisajes intactos, naturaleza indómita y un atisbo de autenticidad en medio del ruido del turismo global.
La isla más paradisíaca de Indonesia se enfrenta a su peor enemigo: un ascensor de lujo que convierte su paisaje salvaje en un parque temático
El proyecto, impulsado por la empresa china ChangYe Construction junto a PT BIBU Panji Sakti, supone una inversión de 12 millones de euros, y ha sido recibido con indignación tanto por los residentes como por las autoridades locales. La senadora Niluh Djelantik fue tajante: “Mucho antes de la construcción de este ascensor ya habíamos expresado nuestra oposición. Los riesgos son demasiado grandes”. El ascensor -que aún se encuentra en obras- forma parte de un plan de desarrollo turístico que incluye el segundo aeropuerto internacional de Bali, con un presupuesto de 3.000 millones de dólares, financiado parcialmente por las mismas empresas.
Las autoridades ya han ordenado detener temporalmente las obras. “La Policía Municipal de Bali se asegurará de que no continúen los trabajos mientras no se cumplan los permisos ambientales”, aseguró Made Supartha, jefe del Comité Especial de Asuntos Espaciales. En redes sociales, los viajeros han resumido el sentir general: “Venimos a Bali para escapar de los ascensores y los rascacielos, no para encontrarlos en medio de la selva”.
Pero en Kelingking Beach, el problema no es solo estético. La playa, considerada una de las más bellas del planeta, se hizo mundialmente famosa en Instagram gracias a su acantilado con forma de T. rex, y atrae cada año a cientos de miles de visitantes. En 2023, Bali recibió más de 5,2 millones de turistas internacionales, según la Oficina de Turismo de Indonesia.
España, que se ha consolidado como uno de los mercados europeos más crecientes en el Sudeste Asiático, aportó más de 120.000 visitantes, un aumento del 40 % respecto a antes de la pandemia. Muchos de ellos, precisamente, buscan la experiencia opuesta a la que ofrece este proyecto: naturaleza salvaje y autenticidad.
Lo que pretendía ser una atracción turística se ha convertido en un símbolo de lo que muchos llaman la banalización del paraíso: una isla que, en su intento por acercar la naturaleza al turista, corre el riesgo de perder lo que la hacía única.
