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El megacomplejo asturiano que construyó Franco: con una torre de 130 metros es el edificio más grande de España

El “megacomplejo” asturiano demuestra que un edificio puede cambiar de propósito sin perder su potencia simbólica: la torre sigue ahí —como un afinador de la línea del cielo—.

El "megacomplejo" asturiano del que se habla a menudo con una mezcla de asombro y controversia no es un mito urbano ni una exageración regionalista: existe, domina el paisaje de Gijón y tiene una torre de unos 130 metros que marca el horizonte como un dedo de piedra señalando el Cantábrico. Nació como Universidad Laboral y hoy es la Laboral Ciudad de la Cultura, un enorme conjunto que, por superficie construida, está considerado el edificio más grande de España, con cifras que superan los 250.000–270.000 metros cuadrados según las fuentes, y una silueta que encapsula la grandilocuencia arquitectónica de la posguerra.

En su web oficial aún se publicita el mirador de la planta 17, desde el que se entiende de un vistazo la escala del lugar y su condición de "ciudad" dentro de la ciudad. Su origen remite a un episodio luctuoso de la minería asturiana y a un proyecto social e ideológico del franquismo: tras un grave accidente en 1946, el Ministerio de Trabajo impulsó una fundación para acoger y formar a huérfanos de mineros, iniciativa que terminaría cristalizando en la primera "Universidad Laboral" del país.

No se trataba de una universidad al uso, sino de un centro de formación profesional con internado, talleres, granja, campos de deporte y una estructura casi autosuficiente que abría y cerraba su propia cotidianeidad entre aulas, oficios y disciplina. Las obras comenzaron en 1948 y se prolongaron hasta 1957; el primer curso arrancó en 1955, cuando el complejo ya dejaba claro que nacía con vocación de permanencia y de símbolo.

Monumentalidad y propósito

La arquitectura respondió a ese mandato de monumentalidad: el arquitecto Luis Moya Blanco concibió un conjunto de influencia clasicista, con una gran plaza central, iglesia, teatro y, sobre todo, la torre—emblema visual del proyecto—que hoy sigue siendo el hito más reconocible del campus. La operación urbanística y simbólica no fue menor: levantar, a las afueras de Gijón, una "ciudad ideal" del trabajo y el aprendizaje, con fachadas interminables y un programa que aspiraba a hacerlo todo puertas adentro. Esa apuesta por el volumen se tradujo en una estadística que hoy sorprende a cualquier visitante: la Laboral suma más de 270.000 m² construidos y se cita a menudo que es tres veces mayor que El Escorial, un baremo que ayuda a dimensionar la ambición del conjunto.

Si la torre sirve de faro secular, la iglesia funciona como la pieza que explica la mezcla entre teatralidad y técnica: de planta elíptica, figura en los repertorios como una de las mayores del mundo en su tipología, con una cúpula que desafía la ortodoxia de las plantas basilicales y un interior concebido para impresionar tanto como para congregar. Ese viraje estilístico, que algunos han leído como una reelaboración clasicista con licencias barrocas, encuentra su sentido en el contexto: enseñar oficios, sí, pero también levantar una escenografía pedagógica y moral. La monumentalidad, aquí, no era un accidente; era programa.

De la decadencia a la reconversión

El paso del tiempo, sin embargo, fue mellando la maquinaria: cambios económicos, demográficos y educativos vaciaron de sentido el internado y dejaron el coloso a medias entre el uso y el abandono. La respuesta llegó en 2007 con la reconversión en Laboral Ciudad de la Cultura, una operación de reciclaje urbano que introdujo nuevos actores —la radiotelevisión pública asturiana, centros de arte y creación digital, facultades universitarias— y devolvió el pulso al recinto con programación cultural, formación superior y una vocación cívica que sustituía lo doctrinal por lo creativo. La torre dejó de ser sólo un símbolo del pasado para convertirse también en un atractivo de presente (y un mirador que vende entradas); la plaza, en lugar de desfiles, acoge conciertos, ferias y festivales.

Que sea "el edificio más grande de España" no es únicamente una medalla para folletos turísticos; es un reto de gestión cotidiana: mantener, actualizar y dar sentido contemporáneo a 270.000 m² exige curaduría, inversión y una programación que evite que la escala se convierta en un lastre. Las crónicas recientes subrayan esa paradoja: lo que ayer fue una ciudad-fábrica de saber técnico hoy funciona como un ecosistema cultural y educativo en el que conviven estudiantes, artistas, periodistas y visitantes que suben a la torre con el móvil preparado para capturar Gijón desde las alturas. Que la torre ronde los 130 metros y que el conjunto se extienda más que muchos cascos históricos ayuda a comprender por qué, pese a su emplazamiento periférico, la Laboral condiciona el relato urbano de la ciudad.