En un mundo más cálido, las ciudades se juegan el futuro bajo la lluvia. La evidencia es tozuda: los desastres meteorológicos se han multiplicado desde los años setenta y, aunque hoy matan menos gracias a los avisos tempranos, cuestan más y llegan con mayor frecuencia. La física del problema es simple: por cada grado que sube la temperatura, la atmósfera puede retener ~7% más vapor de agua, lo que alimenta episodios de precipitación más intensos. Esa combinación —más energía y más humedad— explica por qué el diseño urbano ya no puede limitarse a canalones y colectores: o somos “esponja”, o acabamos en “ratonera”.
Copenhague eligió hace tiempo ser esponja, y no fue por moda sino por golpes de realidad. El 2 de julio de 2011, una cloudburst descargó hasta 150 mm en dos horas y dejó el siniestro más caro de su historia reciente: más de 6.200 millones de coronas danesas en indemnizaciones (≈ 0,8–1,0 mil millones de euros). Aquella jornada funcionó como punto de no retorno: confirmó que los aguaceros extremos rebasaban la capacidad del alcantarillado combinado del siglo XVIII y que el agua debía gestionarse también en superficie, con espacio urbano preparado para retenerla temporalmente.
De la crisis al plan: la apuesta por ser ciudad esponja
La respuesta fue el Cloudburst Management Plan (2012): un plan de ciudad a 20 años que mezcla soluciones basadas en la naturaleza con obra gris estratégica. No se trata solo de tuberías: son boulevards inundables, parques–depósito (como Enghaveparken, capaz de laminar avenidas torrenciales), pavimentos permeables, techos verdes y corredores de drenaje que llevan el agua hacia zonas seguras antes de devolverla al sistema o al puerto. El plan suma ~300 proyectos escalonados por riesgo y oportunidad de obra, y se integra con la renovación cotidiana de calles y servicios para abaratar costes.
La ciencia local respalda esa ambición: el Instituto Meteorológico Danés y los planes municipales proyectan aumentos del 20–50% en la intensidad de las lluvias más fuertes a finales de siglo (≈ +30% para el episodio decenal y +40% para el centenal en los escenarios altos). Es decir, no es “más lluvia todo el año”, sino picos más violentos que, si no se gestionan, convierten barrios enteros en cauces improvisados. Por eso Copenhague combina túneles de alivio donde hacen falta con una malla de espacios públicos que absorben, infiltran, almacenan y reutilizan el agua.
China, el modelo a gran escala
El enfoque es global. China lo elevó a política nacional con sus “sponge cities”: metas para que, en 2030, el 80% del suelo urbano capte y reutilice al menos el 70% de la lluvia, tras pilotos en 30 ciudades y miles de actuaciones (permeables, humedales, techos azules y verdes). No todo son éxitos —persisten retos de financiación y ejecución—, pero el marco deja claro el giro: pasar de evacuar el agua a toda prisa a convivir con ella y sacarle provecho.
Lecciones para España y Europa
¿Lecciones para España y otras urbes europeas? La primera es de gobernanza: planificar a 20 años vista, con cartera priorizada y obras que se integren en cada bache y zanja ya previstos. La segunda, de diseño: multifunción (plaza que es parque y, si hace falta, estanque temporal), permeabilidad en calzadas y aparcamientos, y separación de redes donde convenga. La tercera, de comunicación: explicar que estas inversiones evitan facturas de desastre como la de 2011 y, además, mejoran el confort térmico, la calidad del aire y el espacio público el 95% del tiempo en que no llueve a cántaros.
