China ya no solo fabrica para el mundo: ahora fabrica con el mundo entero a su servicio. Con más de dos millones de robots industriales operativos, el gigante asiático ha superado la suma del resto del planeta y se ha consolidado como el epicentro de la automatización global. Lo que empezó como una estrategia de modernización en la década pasada se ha convertido en una política de Estado que reconfigura las reglas de la industria internacional, alterando el papel del trabajo humano, las cadenas de valor y la competencia tecnológica.
De estrategia a política de Estado
El punto de inflexión llegó en 2015, cuando Pekín lanzó el programa Made in China 2025, destinado a reducir la dependencia exterior en sectores estratégicos. La robótica se situó al mismo nivel que la inteligencia artificial o los semiconductores. Desde entonces, el Estado ha inyectado 1,9 billones de dólares en préstamos industriales para modernizar plantas y crear centros tecnológicos de vanguardia. Hoy, más de la mitad de los robots que se venden en el país proceden de empresas chinas, que ya controlan alrededor del 60% del mercado interno.
Según la Federación Internacional de Robótica (IFR), solo en 2024 se instalaron 295.000 nuevas unidades en China, casi nueve veces más que en Estados Unidos. Mientras Asia concentra el 74% de todas las instalaciones globales, Europa y América retroceden: el continente europeo registró 85.000 unidades —un 8% menos que el año anterior— y América cayó un 10%.
El auge de la automatización no avanza solo; la inteligencia artificial es su combustible. En palabras de Cameron Johnson, consultor de cadenas de suministro en Shanghái, "las compañías en China usan IA para determinar qué máquinas funcionan mejor y cuáles necesitan ajustes". Este nivel de integración permite optimizar procesos en tiempo real y anticipar fallos con precisión, situando a China varios pasos por delante en el desarrollo de fábricas inteligentes.
Incluso el campo de los robots humanoides avanza con rapidez: firmas como Unitree Robotics ya ofrecen modelos bípedos por menos de 6.000 dólares, un coste muy inferior al de sus equivalentes estadounidenses. No obstante, su despliegue masivo plantea nuevos riesgos de ciberseguridad, ya que algunas unidades transmiten información fuera de los entornos de trabajo.
Un fenómeno que altera el equilibrio global
La automatización a gran escala ha eliminado millones de tareas repetitivas de bajo valor añadido, pero también ha creado un nuevo nicho profesional: ingenieros, programadores y técnicos de mantenimiento son hoy perfiles cada vez más demandados. El reto, según expertos laborales chinos, no es tanto la pérdida de empleo como la recalificación acelerada de la fuerza laboral. La robótica, en este sentido, no destruye todos los puestos: los transforma.
El impacto de la revolución robótica china ya se deja sentir fuera de sus fronteras. Estados Unidos ha respondido con aranceles de hasta el 125% a productos vinculados con la automatización, mientras la exrepresentante comercial Katherine Tai advertía que "el tsunami llega para todos". Pekín ha replicado con sus propios gravámenes, intensificando una guerra tecnológica que va mucho más allá del comercio: se trata de quién dominará la producción del futuro.
En ciudades como Ningbo o Shenzhen, el zumbido de los robots es ya parte del paisaje. En algunas plantas, como las de Zeekr, el número de brazos robóticos ha pasado de 500 a 820 en apenas cuatro años. Este fenómeno, multiplicado por miles de fábricas, dibuja el nuevo rostro de la industrialización china: una maquinaria que no duerme, no se enferma y no protesta.