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El Museo de Berlín del videojuego

“Los fans son el primer paso para que el videojuego se convierta en arte. El museo no deja de ser un paso en común para preservar un tipo de cultura”.

La concentración de museos en las grandes ciudades es un atractivo más para aquellos amantes del arte que quieren conocer la historia a través de obras pictóricas, arquitectónicas o escultóricas, entre otros soportes. Este reportaje nos llevará a un viaje a través de otra historia, la del videojuego, que emulando a los Tate Modern, British Museum o El Prado, también pretende tener un recinto enteramente dedicado al hardware y software que desde el primer Pong han evolucionado a velocidades de vértigo.

Pasando por la Karl Marx Allée de Berlín al amante del videojuego y de la tecnología se le abren las puertas del Computerspiele Museum, unas puertas que llevan, a través de una exposición fija, a conocer físicamente las consolas y accesorios que han posibilitado lo que hoy en día son las Xbox 360 de Microsoft o las PlayStation de Sony.

Una industria que a través de pasos agigantados ha llegado a desarrollarse y tener una historia propia reivindicando algunos de sus productos como arte, equiparándolos al cine y otras formas de expresión.

El videojuego y su impacto en la sociedad

Su director, Andreas Lange, recibe a Vandal para explicarnos qué es y cómo funciona esta organización berlinesa que apuesta por dar voz a una industria que según el mismo Lange "ha tenido un gran impacto cultural en nuestra sociedad". Desde 1997 el Computerspiele ha acumulado una gran cantidad de títulos y consolas que mediante su exposición "conseguiremos que pasen de ser considerados puramente como juegos para pasar a ser algo más".

A día de hoy el museo posee 20.000 títulos y más de 2.300 piezas de hardware que chip a chip hablan claramente de la evolución de la industria. Además de ello también se exhiben unos 10.000 ejemplares de libros y prensa sobre el mundo del videojuego así como vídeos, productos de merchandising, posters y coleccionables de algunos de los juegos más destacados, amén de figuras a tamaño real como la de Link, de Zelda, que nos da la bienvenida en la entrada al museo.

La percepción del videojuego como arte es relativa para Lange. En su opinión "los fans son el primer paso para convertir todo esto en arte y el museo no deja de ser un lugar en el que todo ello se convierte en un paso común para preservar un tipo de cultura". Con ello, afirma, "el videojuego no necesariamente tiene que serlo pero tiene todas las características, como el cine, para adoptar esta concepción".

Un museo "convencional"

La percepción que Lange tiene sobre este lugar es que se trata de "un museo como cualquier otro" y añade que "es de carácter privado". Esta colección se financia de forma privada y supone un gran esfuerzo para la organización, que se apoya en sus visitantes y en las donaciones de terceros para subsistir y crear un fondo además de alquilar sus espacios para eventos externos. Últimamente han logrado dar un paso más en la financiación y han conseguido que algunas de sus exhibiciones sean financiadas por la ciudad de Berlín. La parte que diferencia este de otros museos es la característica de que sean "los propios visitantes y admiradores los que hayan propiciado gran parte de la exhibición que hoy en día se puede ver en sus salas".

Todos aquellos que visiten la capital alemana y quieran pasar un buen rato rodeados de los videojuegos que han entretenido y emocionado a diferentes generaciones disponen de una exposición fija además de la posibilidad de – con suerte – disfrutar de algunas itinerantes siempre en línea con el mundillo del videojuego.

Según el propio Lange el museo dispone de un gran número de hardware y software que "representan mucho para la industria". Entre estos destacan el primer videojuego "coin-op", el Computer Space Arcade de 1971, o el Painstation, además de trabajos creados por Ralph H. Baer, el que mucha gente denomina "El Padre de los Videojuegos". Además de ello también destaca una reproducción gigante de un joystick que permite jugar al conocido Pac-Man entre más de dos mil propuestas en hardware.

Otro de los puntos en los que el museo dista de sus homólogos de pintura, escultura o arquitectura es en la interacción que sus visitantes pueden tener con los elementos expuestos. Según su director "es importante que los visitantes tengan interactividad con los diferentes elementos ya que es la mejor forma de explicar cada uno de los dispositivos además de apoyarlo con una explicación técnica e histórica". Esta combinación, la explicativa con la interactiva, permite conocer de primera mano las características de una serie de consolas que cambiaron la forma de ver el entretenimiento. Así, estas explicaciones y contextualizaciones permiten "separar al museo de un salón de recreativos" recalca Lange.

Un profesor de religión al mando de la nave

En principio, el perfil profesional de Andreas Lange no cuadra, en absoluto, con el cargo que ostenta. Lo último que cualquiera podría pensar de un profesor de religión y teatro de cuarenta años es que además dirige un museo de estas características. Todo cambia cuando manifiesta que su tesis doctoral, en 1994, estaba directamente ligada al mundo del videojuego. Dicho trabajo de investigación es el que provoca que la fundación que dirige el museo le encargue la dirección del que hoy es uno de los museos de referencia del mundo del videojuego.

Como muchos Andreas se inició en los videojuegos de la mano de un clon del popular Pong. A mediados de los setenta este alemán que hoy dirige un museo "casi" único en su especie pasaba las horas frente a una máquina LED de Mattel. Pero no fue hasta una década después, en los noventa, cuando los videojuegos entraron de lleno en su vida. Siguiendo con el tema de la "cultura del videojuego" él mismo denomina su aproximación al mundo del videojuego como "puramente cultural cuando pude comprar mi primer ordenador".

Entre sus preferencias se declara amante tanto "de lo retro como de lo moderno, optando muchas veces por lo relevante en cada momento". En esta línea va la última pregunta de Vandal al director del museo: "Siendo conocedor de la historia del videojuego, ¿cómo prevé el futuro de la industria?". En su respuesta el director se muestra claramente a favor del "juego móvil y online"… "la proliferación de potentes dispositivos como los smartphones permiten que la calidad de los gráficos y de las plataformas de juego aumenten". Combinando los diferentes dispositivos integrados, como el GPS, las posibilidades de estos son exponenciales".

¿Es viable un museo de estas características en nuestro país?

Esta pregunta puede servir como punto de partida a un debate que hace tiempo que está abierto en España. ¿Es el videojuego un arte? ¿Se entendería un museo como el Computerspiele Museum como tal y no como un salón recreativo en nuestro país? ¿Somos conscientes de la incidencia que el videojuego ha tenido culturalmente?

Responder a estas preguntas sería un primer paso para que establecimientos como este fueran percibidos como parte de la historia, como un lugar en el que se dan a conocer elementos que han creado – como el propio Lange afirma más arriba – una "cultura propia". El hecho de que hoy en día muchos de estos videojuegos sean auténticos iconos da pie a que un Computerspiele a la española sea posible.

Si esta valoración la realizamos desde un punto de vista económico las cosas cambian. En pleno vendaval de recortes en cultura lo que menos se plantea un gobierno es la inversión en establecimientos de esta índole. Por parte de un ente privado o un coleccionista la propuesta sería más viable pese a que el montaje que el museo berlinés tiene en la Karl Marx Strabe tiene unas dimensiones más que considerables y requiere una inversión inicial – tanto en capital como en elementos para exposición – muy elevada.

¿Y qué hay del fondo?... un museo vive directamente de su exposición fija. Abrir un centro como el berlinés requiere una muestra muy amplia para que el público se sienta atraído por sus contenidos. El trabajo de exposición debe depender directamente de un trabajo eminentemente educacional que lo convierta en eso, en un espacio donde convivan la interactividad con las ganas de dar a conocer en profundidad una cultura, la que compartimos con vosotros en Vandal, la del videojuego.

Visitantes del museo

El visitante tipo tiene de 21 a 30 años y se considera "casual gamer". La estadística sitúa a los curiosos en un rango de juego entre lo regular y lo casual donde las familias tienen gran incidencia.

Berlín. Las cifras que el Computerspiele Museum recopila a partir de las diferentes asistencias al establecimiento arrojan datos interesantes para conocer al tipo de visitante interesado en la historia del videojuego.

En cuanto a las edades el mayor grupo de visitantes se concentra entre los 21 y los 30 años, una edad en la que el jugón se consolida y tiene sus propios ingresos para administrar sus gastos. Los 12% de los dos rangos superiores, entre los 31 y los 50 años, crecen poco a poco por la edad de aquellos que en los primeros ochenta empezaron a flirtear con el videojuego.

En la estadística del rango "gamer" es donde los datos son más reveladores. Con un 56 y un 30% respectivamente son los "casual" y los "regular" los que acumulan más del 90% de las asistencias al museo berlinés. El percentil restante se lo adjudican los "no gamers" y los "hardcore gamers" con sendos 7%.