El 22 de junio de 1983, Emanuela Orlandi, una joven de 15 años y ciudadana del Vaticano, salió de su casa para asistir a su clase de flauta y nunca regresó. Su desaparición, envuelta en décadas de teorías, secretos y silencios institucionales, es uno de los mayores enigmas no resueltos de la historia reciente del Vaticano y de Italia.
Cuatro décadas después, y bajo el pontificado de Francisco, la Santa Sede ha anunciado la reapertura oficial de la investigación con el objetivo de esclarecer de una vez qué ocurrió con la joven.
Era hija de un funcionario del Vaticano
Emanuela era hija de un funcionario del Vaticano y vivía con su familia dentro de sus muros, una circunstancia poco común que convirtió el caso en un asunto especialmente delicado para la Iglesia. La última vez que fue vista, se dirigía a su clase en la Escuela de Música Tommaso Ludovico Da Victoria.
En una conversación con The Guardian, su hermano Pietro relató que discutieron esa tarde: él se negó a acompañarla, un gesto que lo ha perseguido toda su vida. Poco después, Emanuela llamó a casa contando que un desconocido le había ofrecido vender productos Avon. Fue su última comunicación.
Las hipótesis sobre su desaparición han oscilado entre lo conspirativo y lo criminal. Desde los años 80, el caso ha sido vinculado a tramas tan dispares como el chantaje al Vaticano para liberar a Mehmet Ali Ağca (el hombre que atentó contra Juan Pablo II), redes de trata de menores, e incluso al encubrimiento de abusos sexuales dentro del clero. En 2019, una pista anónima sugirió que su cuerpo estaba enterrado en el cementerio teutónico del Vaticano, dentro de una tumba de la aristocracia alemana. La exhumación, sin embargo, no reveló ni restos de Emanuela ni de la persona oficialmente sepultada allí.
La reapertura del caso, anunciada por el fiscal del Vaticano Alessandro Diddi, marca un cambio de tono significativo respecto a décadas de opacidad. Diddi ha prometido revisar "todos los documentos, testimonios e informes" relacionados con la desaparición. Para muchos, esta decisión es una forma de reparar años de silencio institucional. Según la familia Orlandi, el Vaticano no solo actuó con negligencia, sino que deliberadamente bloqueó investigaciones anteriores. Pietro Orlandi, convertido desde entonces en un activista incansable, ha presionado públicamente para que el caso sea tratado con la seriedad judicial que merece.















