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Una británica huye de Barcelona y apuesta por otra localidad catalana: 'Sus vestigios romanos son Patrimonio Mundial'

Aquí nació el romesco, esa salsa espesa de frutos secos y pimiento que se ha vuelto tendencia fuera de Cataluña.

Barcelona sigue siendo una de las grandes capitales turísticas del Mediterráneo, pero esa misma condición la vuelve, para muchos, demasiado concurrida. Cuando la presión de visitantes ahoga las calles del Gòtic y las Ramblas pierden su encanto original entre tiendas de recuerdos y cadenas de comida rápida, la alternativa evidente está apenas a una hora al sur: Tarragona, tal y como apunta una periodista británica de The Telegraph.

Esta ciudad costera, también catalana y también bañada por la luz suave del Mediterráneo, comparte raíces con la metrópolis, aunque a una escala más tranquila y con una identidad histórica incluso más antigua. Si Barcelona es escenario global, Tarragona conserva el ritmo de una ciudad que fue capital de provincia romana y que hoy muestra esa memoria sin prisas, sin colas y sin la sensación de estar dentro de un circuito turístico prefabricado.

No es, en absoluto, una desconocida. Recibe visitantes durante todo el año, favorecida por un clima templado incluso en invierno y por su cercanía a la Costa Daurada, que atrae a familias que veranean en Salou y Cambrils. También llegan cruceros, aunque la ciudad no se ha transformado alrededor de ellos, y se mantiene alejada de la conversión hotelera masiva. Lo que sí sorprende al visitante que llega desde Barcelona es la sensación de amplitud: caminar por la Rambla Nova se parece más a la experiencia que se esperaba hace décadas en la Rambla barcelonesa, con terrazas que se ocupan de forma natural, edificios modernistas que no compiten con anuncios luminosos y una vida cotidiana que no parece construida para quien solo pasará dos noches.

Tarraco sin colas: piedra antigua a cielo abierto

Pero la verdadera singularidad de Tarragona está en su pasado romano, omnipresente e integrado en la trama urbana. Aquí no hace falta pagar una entrada para entender la magnitud de Tarraco: fragmentos del circo romano emergen bajo cafeterías, tiendas y calles medievales. El anfiteatro, abierto hacia el mar, sigue siendo uno de los espacios arqueológicos más impresionantes del Mediterráneo, con una ubicación que combina historia y paisaje de forma casi teatral. Esa mezcla se siente especialmente en la Part Alta, el barrio antiguo sobre la colina, donde las murallas romanas conviven con arcos góticos y plazas silenciosas que escapan a los mapas turísticos masivos.

Una de las mejores formas de comprender la ciudad es recorrerla a pie, siguiendo un eje que va desde la Rambla Nova hasta el Balcón del Mediterráneo, punto panorámico que resume la esencia tarraconense: mar, viento y piedra antigua. Desde allí se desciende hasta el anfiteatro (entrada general de apenas cinco euros) y después se asciende, entre callejuelas y pasadizos, hasta los restos del circo y la Torre del Pretorio, donde las sombras de los túneles se abren de pronto a plazas bañadas por la luz. Más arriba, la catedral —una síntesis de románico tardío y gótico temprano— se impone como hito visual y espiritual del trazado urbano. El paseo arqueológico, junto a las murallas, ofrece todavía otra perspectiva: la del territorio que la ciudad dominaba.

Romesco en el Serralló y sabor de mar

La experiencia local no termina en el patrimonio; continúa en la mesa. En el barrio marinero de El Serralló, la historia no está en las piedras, sino en la cocina. Aquí nació el romesco, esa salsa espesa de frutos secos y pimiento que se ha vuelto tendencia fuera de Cataluña, pero que en Tarragona mantiene su carácter humilde y marinero. El romesco de peix, guiso espeso con caldos intensos y pescados frescos, es la versión que mejor resume el espíritu del puerto.

Restaurantes como El Posit del Serralló sirven versiones cuidadas, especialmente durante el festival del romesco (31 de octubre–16 de noviembre de 2025), cuando toda la ciudad celebra su sabor más identitario. Y antes de sentarse a comer, Tarragona invita a otro ritual mucho más relajado: el vermut al mediodía. En plazas como la Plaça del Fòrum o la Plaça de la Font, los habitantes se reúnen sin prisa y sin ceremonia, con marcas locales como Yzaguirre circulando entre vasos bajos y conversación tranquila.