Las fugas de agua domésticas no siempre vienen de una tubería rota o de un vecino despistado: muchas empiezan en uno de los grandes aliados de la casa, el lavavajillas. Y cuando ese "goteo tonto" se descontrola, la factura puede ser todo menos pequeña. Según datos de la aseguradora finlandesa Pohjola Insurance, una fuga de este electrodoméstico puede acabar costando desde miles de euros en reparaciones hasta más de 100.000 euros en casos extremos, solo por detrás de los grandes incendios en el ranking de siniestros caros del hogar.
La mayoría de los problemas se concentran en un punto muy concreto: las mangueras de entrada y salida de agua del lavavajillas. Con el tiempo se aflojan, se agrietan o se desgastan, y si nadie las revisa, terminan provocando fugas que se extienden bajo muebles, suelos y paredes. Más de la mitad de los encuestados en el estudio afirma que revisa estas conexiones al menos una vez al año, y los expertos señalan que ese debería ser el mínimo básico de mantenimiento. Como recuerda la gerente de reclamaciones de la aseguradora, ahorrar en revisiones es un mal negocio cuando el coste de los daños puede ser exponencialmente mayor.
Cuando la fuga se cuela bajo el suelo
El problema se agrava en cocinas sin desagüe de emergencia ni suelos impermeabilizados, lo habitual en muchas viviendas. Una fuga silenciosa puede filtrarse durante horas o días antes de que alguien la detecte, hinchando parquet, dañando tabiques e incluso afectando a pisos inferiores. En ese escenario, la reparación media ronda los 8.500 euros, pero si hay que levantar suelos, cambiar estructuras y reparar varias viviendas, el importe puede subir por encima de los 100.000 euros.
Las lavadoras tampoco están libres de culpa. Uno de los puntos críticos es el filtro de pelusas: solo un 14 % de los usuarios lo limpia cada mes y un 27 % lo hace una vez al año o incluso menos. Un filtro atascado dificulta el drenaje, fuerza la máquina y puede acabar en una fuga de agua. Además, en algunos casos, si la aseguradora considera que ha habido falta de mantenimiento, puede negarse a cubrir los daños, lo que añade otro riesgo económico a la ecuación.
Electrodomésticos que envejecen (y fallan)
En los frigoríficos y congeladores, los fallos habituales pasan por el termostato, la placa electrónica, el compresor o la canalización por donde se evacúa el agua de la descongelación automática. Polvo, humedad y suciedad en la parte posterior aumentan la temperatura de trabajo del aparato y favorecen las averías. A pesar de ello, un 13 % de los encuestados admite que nunca limpia la parte trasera de su frigorífico, un gesto sencillo que puede ayudar a evitar sobrecalentamientos y alargar la vida útil del motor.
Los datos de la aseguradora dibujan una curva clara: el riesgo de avería empieza a crecer a partir de los cuatro años de uso y se dispara cuando los electrodomésticos superan los siete. A partir de ahí, posponer indefinidamente el mantenimiento o la sustitución deja de ser un ahorro y se convierte en una apuesta arriesgada. Revisar mangueras y conexiones una vez al año, limpiar filtros y la trasera del frigorífico y plantearse cambiar los aparatos cuando su rendimiento cae no es solo una cuestión de orden doméstico: es una de las formas más eficaces de evitar que un electrodoméstico de confianza acabe desencadenando una reforma forzosa y una factura desorbitada.