Mientras Occidente se debate entre recesiones, tensiones geopolíticas y ajustes industriales, China sigue cimentando —literalmente— su poderío comercial. Su nueva jugada maestra se esconde bajo el nombre de canal de Pinglu, un titánico proyecto de ingeniería en marcha desde 2023 que no solo modifica el paisaje del sur del país, sino también los flujos del comercio internacional.
Una autovía marítima hacia el corazón de China
El canal de 134 kilómetros conectará el interior del país con el Golfo de Tonkín, en el estratégico mar de China Meridional. Y aunque los buques que lo recorrerán son más modestos que los gigantes del canal de Suez o Panamá —hasta 5.000 toneladas de peso muerto—, su objetivo no es menor: llevar el mar a regiones interiores para reducir costes, tiempo y dependencia logística. La distancia ahorrada con respecto al transporte por carretera será de más de 500 km por trayecto.
Con una inversión que supera los 9.300 millones de euros y un sistema hidráulico de esclusas altamente automatizado, el proyecto no solo es técnicamente ambicioso, sino también geoestratégico. De hecho, su finalización prevista en diciembre de 2026 marcaría otro récord en la ya célebre eficiencia china en obras de infraestructuras.
Pinglu como parte de una partida mayor
El canal no es un capricho aislado. Forma parte del ambicioso plan de Xi Jinping para reconstruir la antigua Ruta de la Seda, esta vez como un vasto entramado de rutas terrestres, ferroviarias y marítimas que conecten China con Asia Central, África, Europa e incluso América Latina. El canal de Pinglu actuará como una arteria secundaria clave en ese nuevo sistema circulatorio global, facilitando la salida de materias primas y productos manufacturados desde el suroeste de China hacia mercados globales.
Y lo más interesante: el proyecto está diseñado para durar más de un siglo, gracias al uso de hormigón de alta resistencia capaz de soportar erosión marina durante décadas, lo que también minimiza el mantenimiento. Además de transportar mercancías, servirá para gestión del agua, prevención de inundaciones y riego agrícola, mostrando una multifuncionalidad poco común en megaproyectos de este tipo.
Un movimiento económico… y simbólico
El verdadero peso de Pinglu no se mide solo en toneladas ni en metros cúbicos excavados —más de 339 millones, el triple que la presa de las Tres Gargantas—. Se mide en lo que representa: un esfuerzo consciente de reducir la dependencia del transporte terrestre y las cadenas logísticas costeras más saturadas. Y también una forma de descentralizar el crecimiento económico chino, integrando áreas menos desarrolladas en la economía global sin necesidad de estar junto al mar.
Como en toda gran obra china, el coste ambiental no es menor. Los trabajos en zonas cercanas a manglares han generado preocupación entre ecólogos por el impacto en los ecosistemas locales. La experiencia en otros megaproyectos del país —desde presas hasta urbanizaciones flotantes— deja claro que el equilibrio entre desarrollo e impacto medioambiental no siempre es prioridad.
Sin embargo, desde el punto de vista económico, China no solo apuesta por Pinglu. Otros proyectos similares como los canales Zhejiang-Jiangxi-Guangdong, Jinghan o Xianggui están también en desarrollo. Y, fuera de sus fronteras, su posible implicación en la apertura de un canal en el istmo de Kra (Tailandia) —que evitaría el estratégico y congestionado estrecho de Malaca— da cuenta de su visión: crear una red global de rutas comerciales alternativas dominadas por su influencia.















