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Nicholas Bloom, economista de 52 años, sobre el teletrabajo: 'Permite destinar a viviendas espacios alejados del centro urbano'

Está redistribuyendo la fuerza laboral, redefiniendo el uso del espacio urbano y reactivando la productividad global desde un enfoque inclusivo.

El teletrabajo ya no es una rareza ni una concesión temporal nacida del confinamiento: es una transformación estructural que ha cambiado la forma en que producimos y entendemos la economía. Lo que empezó como una necesidad en 2020 se ha convertido en una nueva norma para millones de trabajadores en todo el mundo.

En apenas unos años, la proporción de empleados que trabajan desde casa se ha multiplicado por diez, y aunque los niveles iniciales de pandemia se han moderado, la cifra sigue siendo cinco veces superior a la etapa previa al COVID-19. Este cambio —sostenido, profundo y transversal— está reescribiendo las ecuaciones clásicas del crecimiento económico y de la productividad. Según algunos economistas, podría incluso cerrar el largo ciclo de estancamiento de la productividad que las economías avanzadas arrastran desde mediados del siglo XX.

El modelo que mejor ayuda a entender este fenómeno sigue siendo el del Nobel Robert Solow, quien en 1957 explicó que el crecimiento procede de tres pilares: trabajo, capital y productividad. Lo que hoy observamos, con el teletrabajo como catalizador, es una reactivación simultánea de esos tres motores. En el frente laboral, los datos son claros: los empleados que trabajan de forma híbrida —dos o tres días fuera de la oficina— valoran esa flexibilidad como si fuera un aumento salarial del 8%.

Menos necesidad de torres de oficinas implica menos tráfico, menor contaminación y, en muchos casos, una reducción del coste de vida.

No es un simple capricho: el ahorro de tiempo en desplazamientos ronda las cinco horas semanales, y eso se traduce en bienestar, conciliación y energía recuperada. El economista Daniel Kahneman ya lo anticipó hace años: el trayecto diario al trabajo es, estadísticamente, la actividad más odiada del día. Evitarlo no solo mejora el ánimo, sino que aumenta la disposición a trabajar y la permanencia en el empleo.

Productividad, bienestar y tiempo

Este giro cultural tiene además un efecto de fondo: incorpora a la economía a millones de personas que antes quedaban fuera del mercado laboral. En Estados Unidos, tras la pandemia, trabajan dos millones más de personas con discapacidad que en 2019, la mayoría en sectores compatibles con el trabajo a distancia. También ha crecido la participación laboral femenina, especialmente entre mujeres con hijos pequeños, que ahora pueden equilibrar crianza y empleo sin sacrificar uno u otro.

En términos macroeconómicos, esa ampliación de la base activa equivale a un aumento real de la oferta laboral: más personas trabajando, más producción, más crecimiento. A largo plazo, el cambio podría incluso revertir el descenso de la natalidad en países con jornadas extenuantes y escaso margen para la vida familiar, como Japón o Corea del Sur. Las primeras encuestas en EE. UU. apuntan que las parejas que teletrabajan regularmente tienden a tener más hijos.

En el terreno del capital, el impacto también es tangible. Las oficinas vacías se están convirtiendo en un laboratorio urbano: espacios que durante décadas simbolizaron el trabajo presencial hoy se reconvierten en viviendas o centros de servicios. Si las empresas solo necesitan que sus empleados acudan dos o tres días a la semana, el uso del suelo urbano puede redistribuirse.

Menos necesidad de torres de oficinas implica menos tráfico, menor contaminación y, en muchos casos, una reducción del coste de vida en los centros urbanos, algo clave para los trabajadores esenciales que no pueden teletrabajar. La liberación de metros cuadrados en las grandes ciudades no es un síntoma de decadencia, sino una oportunidad de reajuste del modelo urbano y de un uso más eficiente del capital físico.

Ciudad, oficinas y capital

Pero el efecto más complejo —y quizá el más prometedor— es el de la productividad. Aunque los estudios microeconómicos muestran resultados mixtos, a nivel global el teletrabajo amplía los mercados laborales: las empresas ya no contratan al mejor candidato local, sino al mejor del mundo. Esta expansión del talento disponible rompe las limitaciones geográficas tradicionales y mejora el encaje entre habilidades y puestos.

Cuando una compañía puede elegir entre 10 000 perfiles cualificados en lugar de 10, la productividad agregada crece. Además, el teletrabajo reduce la contaminación asociada al transporte y mejora la salud cognitiva y física de los trabajadores. En conjunto, son factores que elevan el rendimiento colectivo, aunque no siempre sean visibles en las métricas trimestrales de las empresas.

A todo ello se suma un círculo virtuoso de innovación: a medida que más personas teletrabajan, más empresas tecnológicas invierten en mejorar las herramientas que lo hacen posible. El número de patentes relacionadas con el trabajo remoto ha crecido de forma sostenida desde 2020, y la carrera por optimizar cámaras, pantallas, software colaborativo o entornos de realidad aumentada ya marca una nueva frontera.

No es casualidad: los mercados grandes atraen inversión, y el teletrabajo ha creado un mercado global que antes no existía. Por eso, aunque los críticos señalan la caída del consumo en los centros urbanos, el gasto simplemente se ha desplazado hacia los barrios y suburbios, manteniendo su volumen global. En el balance general, hay más ganadores que perdedores.

Innovación y desplazamiento del gasto

El auge del teletrabajo, lejos de ser una moda pasajera, está remodelando las bases del crecimiento moderno. No es la utopía sin fricciones que muchos imaginaron, pero sí una de las pocas transformaciones económicas recientes en la que casi todos ganan algo: las empresas optimizan, los trabajadores respiran y las ciudades pueden reinventarse. Quizá por primera vez en mucho tiempo, la "ciencia funesta" tiene motivos para sonreír. Y no es casualidad que el economista que firma este análisis —como tantos otros— lo haya escrito desde casa.