Un hallazgo de mina y una cena imposible. En 1979, una familia de mineros —los Roman— topó al norte de Fairbanks (Alaska) con el cadáver congelado de un bisonte estepario de la Edad de Hielo. Aquel ejemplar, que la Universidad de Alaska Fairbanks (UAF) rescató y estudió, pasaría a la historia con el apodo de Blue Babe. Años después, ya concluida la restauración, el equipo celebró la gesta con un estofado cocinado con una pequeña porción del cuello del animal: la anécdota, tantas veces repetida, está documentada por el propio paleontólogo R. Dale Guthrie.
El relato técnico es tan singular como la cena. Los mineros habían despejado el permafrost con una manguera hidráulica; al aparecer el bisonte, Guthrie decidió seccionar y congelar de inmediato la parte ya expuesta para evitar su descomposición, y continuó excavando hasta liberar la cabeza y el cuello, que también fueron preservados en la UAF. Es un caso de manual sobre cómo recuperar tejidos blandos pleistocenos sin perder información contextual: además del cuerpo, se cribaron sedimentos para conservar pelos, insectos, fragmentos de madera y plantas asociados al cadáver sin perder el contexto sedimentario.
La piel azul y el reloj del radiocarbono
De ahí nace el nombre Blue Babe. No es licencia poética: la piel se cubrió de vivianita, un fosfato ferroso que se forma cuando fósforo de los tejidos reacciona con hierro del suelo; al oxidarse al aire, toma una tonalidad azul intensa. La datación original por radiocarbono situó la muerte en torno a 36.000 años, y la propia UAF impulsó después una redatación por AMS (acelerador de masas) que podría elevar esa edad. De hecho, el equipo de museo ha explicado en entrevistas que el espécimen sería al menos de 50.000 años, un icono del permafrost ártico.
La causa de la muerte también quedó escrita en el cuerpo. Marcas de garras y dentelladas en el lomo apuntan a un león americano (Panthera atrox). Los indicios estacionales —subpelo y una capa de grasa— sugieren un final en otoño o invierno, con enfriamiento rápido del cadáver y congelación temprana, lo que explica su grado de conservación: coágulos de sangre en la piel lesionada, médula ósea blanca y grasa en los huesos largos y músculo con textura "tipo beef jerky" que delata un frío súbito.
La cena de 1984 y el "aroma pleistoceno"
¿Y la célebre degustación? Guthrie la fechó en 1984, como homenaje al taxidermista Eirik Granqvist y coincidiendo con una visita del paleontólogo Björn Kurtén. Se picó una porción mínima del pescuezo, se estofó con caldo, ajo, cebolla y hortalizas, y se sirvió con vino. El propio Guthrie dejó escrito que la carne estaba "bien curada, algo dura" y que el guiso desprendía un "fuerte aroma pleistoceno"; nadie sufrió efectos adversos. Es, con diferencia, uno de los episodios mejor documentados —y más insólitos— de la historia de la paleontología ártica.
Hoy Blue Babe puede verse en el Museum of the North (UAF), donde se subraya su excepcionalidad: es el único montaje expositivo en el mundo de un bisonte pleistoceno recuperado de permafrost. Más allá del morbo del estofado, el espécimen sigue aportando ciencia: cómo mueren y se fosilizan los grandes mamíferos en clima frío, cómo los minerales "pintan" la historia en la piel y por qué el permafrost es un archivo de primer orden para reconstruir la ecología de Beringia más allá de la anécdota culinaria.