El paréntesis español de Richard Gere y Alejandra Silva se ha cerrado antes de lo previsto. Tras un año instalado en La Moraleja, Madrid —un movimiento que el propio actor explicó como "reciprocidad" hacia la familia y la cultura de su esposa— la pareja ha regresado a Estados Unidos y ha clausurado su residencia madrileña, según han publicado medios como El País.
La secuencia temporal encaja con lo que ya se venía insinuando desde primavera: en abril, Silva deslizó en Hello! que la estancia en España no sería para siempre, y en octubre los reportes sobre la vuelta se hicieron explícitos, con mención expresa al cierre de la casa de Alcobendas. La versión del actor, muy medida, incide en lo emocional más que en lo contractual: "Fue fabuloso", resumió sobre el año vivido en Madrid, una etapa que, pese a su brevedad, parece haber cumplido con el objetivo de acercar a la familia a las raíces gallegas de Silva.
Las cifras, como casi siempre en la vida inmobiliaria de las celebridades, varían según la fuente. Mientras AS/Tikitakas retrató la vivienda de La Moraleja como una mansión en parcela de algo más de 10.000 m² valorada en 11 millones de euros, otras cabeceras rebajaron la tasación a 3,5 millones. En paralelo, Architectural Digest y Hello! documentaron ventas y mudanzas en el frente estadounidense —la salida de su finca de Connecticut por 10,75 millones de dólares— y un estilo de vida más discreto en Madrid durante 2024–2025. En cualquier caso, los números dibujan un patrón claro: la pareja ha rotado activos relevantes a ambos lados del Atlántico para acompasar vida familiar, logística y carrera, y ahora deshace la maleta con destino EE. UU. tras ese año "de prueba" en España. La maleta vuelve a América.
Un año en Madrid, un ciclo cumplido
Durante ese curso madrileño, Gere no solo se dejó ver: fue Goya Internacional 2025, un reconocimiento no competitivo que la Academia española reserva a figuras con impacto global y que en ediciones previas recayó en Cate Blanchett, Juliette Binoche y Sigourney Weaver. La velada de Granada, en febrero, fijó la foto icónica de la temporada —la pareja en la alfombra roja, el auditorio en pie— y subrayó una dimensión que la estancia española sí consolidó: la conexión con la industria local. Ese escaparate, que coincidió con su voluntad declarada de residir fuera de EE. UU. por primera vez, contribuyó a que su "año en Madrid" no fuese solo doméstico, sino también de presencia pública.
El eje gallego, mientras tanto, se mantuvo como anclaje emocional y, según varias informaciones, también patrimonial. En septiembre, Hello! y medios locales apuntaron a la compra de una casa frente al mar en Oleiros (A Coruña) en el entorno de 10 millones de euros, operaciones ventiladas con el sigilo habitual en estas plazas pero que reavivaron la historia familiar de los Silva en Santa Cristina y Bastiagueiro. Aunque el retorno a EE. UU. pueda sugerir un cierre de capítulo, ese nudo en Galicia —entre veraneo, memoria y activos inmobiliarios— deja abierta la puerta a estancias futuras y explica por qué la narrativa de "irse" nunca ha sonado a ruptura, sino a ajuste logístico. Oleiros como ancla.
De la foto del Goya al regreso
Queda la intrahistoria del porqué. Las fuentes abiertas hablan de motivos logísticos y profesionales, y esa formulación, deliberadamente amplia, encaja con la agenda de un intérprete veterano que alterna rodajes, compromisos humanitarios y la crianza de dos niños pequeños. En entrevistas previas, Gere ya había dejado caer que el péndulo familiar volvería a oscilar hacia América "en algún momento", una idea reforzada por Silva en primavera. Si a ello se suma la venta previa de la propiedad en Connecticut y la capacidad económica para activar y desactivar residencias según necesidades, el regreso luce menos como un bandazo y más como un ensayo controlado de vida europea que, por ahora, se archiva. Un ensayo controlado.
Para Madrid, el balance es el de una visita ilustre que no quemó puentes. La pareja deja una estela de actos benéficos, apariciones públicas contadas y una imagen de ciudad-refugio que La Moraleja exporta bien: privacidad, conectividad con el aeropuerto y una comunidad vecinal acostumbrada a celebridades. Para ellos, el aprendizaje de un año "normal" —colegios, rutinas, familia cercana— que, por ahora, cede paso a las obligaciones al otro lado del Atlántico. Si algo sugiere la cronología y la ingeniería patrimonial alrededor de Oleiros es que la historia no está cerrada: más bien, pausada. Capítulo pausado, no cerrado.