Las tensiones entre Venezuela y Estados Unidos han entrado en una fase de aceleración que ya no puede explicarse como una simple disputa diplomática o un operativo contra el narcotráfico.
La combinación de hechos recientes -la incautación de un petrolero frente a las costas venezolanas y el despliegue de avanzadas unidades militares estadounidenses- sugiere un escenario más complejo, cercano a los momentos previos de una crisis de gran escala que a un enfrentamiento ordinario.
No es ciencia ficción: 12 EA-18G Growlers de EE.UU., cada uno con 2.400 km de alcance, llegan a Venezuela con un objetivo terrestre
La incautación del petrolero Skipper, justificada por Washington como una acción legal contra el tráfico de crudo sancionado y calificada por Caracas como "piratería internacional", ha actuado como detonante de una espiral de tensión que llevaba meses gestándose. Sin embargo, el verdadero punto de inflexión es el despliegue de los EA-18G Growlers en Puerto Rico, aviones de guerra electrónica sin equivalente en la región, cuya misión trasciende la mera disuasión: penetrar el espectro electromagnético enemigo, cegar radares, suprimir defensas aéreas y preparar el terreno para operaciones de mayor alcance.
Venezuela, inmersa en una crisis política interna tras las elecciones de 2024 y la presión internacional sobre el régimen de Maduro, se enfrenta a un tablero donde los movimientos estadounidenses, por primera vez desde la crisis de los misiles de 1962, no son solo señales de advertencia, sino indicios de preparación operativa. Los Growlers, equipados con pods ALQ-99 y NGJ-MB capaces de actualizar software y modular antenas AESA, reflejan un despliegue especializado en guerra electrónica moderna, diseñado para neutralizar sistemas de defensa complejos como los Buk-M2, Pechora-2M o S-300VM.
La coreografía aérea sobre el Golfo de Venezuela, con F/A-18 y Growlers trazando patrones de vuelo cerca de la costa, evidencia un ejercicio de inteligencia destinado a mapear defensas y provocar respuestas. Cada radar activado, cada transmisión interceptada, proporciona información estratégica a Estados Unidos, creando presión psicológica y técnica sobre el régimen venezolano.
A esta tensión se suma la presencia del USS Gerald R. Ford, los bombarderos B-52 y B-1, y la reactivación de la base de Roosevelt Roads, consolidando un dispositivo militar de más de 15.000 efectivos, capaz de ejecutar desde ataques puntuales hasta bloqueos estratégicos prolongados. Este despliegue coincide con un aumento de la presión política sobre Maduro, mientras la oposición recibe reconocimiento internacional, incluida la concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado.
En conjunto, los hechos marcan un choque frontal y estratégico: Estados Unidos deja claro que la tolerancia a las redes de petróleo sancionadas ha terminado, mientras Venezuela se prepara para resistir "como guerreros". El Caribe se convierte así en un escenario donde cada movimiento, cada señal electrónica y cada maniobra naval puede transformar la disputa política en una crisis estratégica de alcance hemisférico. La delicada situación refleja una tensión que combina política, guerra electrónica y despliegue militar, recordando que, en la práctica, la línea entre advertencia y acción real se ha vuelto extremadamente delgada.