Inés C. Lemmel, psicóloga y autora de Cómo tratar con personas tóxicas (Robin Book), propone desmontar una de las etiquetas más usadas —y más comodín— del vocabulario emocional contemporáneo. Para ella, lo "tóxico" no nombra una esencia ni una identidad estable, sino un patrón de comportamiento que emerge cuando hay heridas sin atender: miedo al abandono, autoestima frágil, dependencia afectiva o una necesidad intensa de controlar lo imprevisible, según recoge 20 minutos. En lugar de juzgar, sugiere preguntarse qué necesidad está intentando cubrir esa persona con su sarcasmo hiriente, su chantaje afectivo o su vigilancia disfrazada de cuidado.
Ese cambio de marco no se traduce en indulgencia. La literatura clínica es clara: comprender el origen de una conducta no implica normalizar sus efectos. Investigaciones en Journal of Social and Clinical Psychology y Clinical Psychology Review subrayan que los vínculos sostenidos bajo invalidación o crítica constante aumentan el riesgo de ansiedad, síntomas depresivos y disminución de la autoeficacia personal. Por eso Lemmel insiste en una fórmula doble: entender el mecanismo + protegerse del daño.
Límites que protegen, no que castigan
La brújula, dice, está en las consecuencias repetidas. Si tras cada interacción queda la sensación de agotamiento, confusión, culpa o invalidez emocional, no hablamos de un malentendido puntual, sino de un patrón relacional. Ahí entra la intervención más básica que recogen terapias con evidencia como la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) o la Terapia Dialéctico-Conductual (DBT): asertividad estructurada. Nombrar lo que ocurre, describir el impacto, pedir un cambio concreto y fijar lo que sucederá si el límite se cruza. No es buscar confrontación, sino recuperar agencia.
Cuando el otro no asume responsabilidad, la distancia —física, emocional o administrativa— no es castigo: es cuidado. La propia Organización Mundial de la Salud y guías clínicas de manejo del estrés interpersonal lo plantean en términos de "reducción de exposición a estímulos dañinos".
Mirarse al espejo también cuenta
Lemmel, sin embargo, introduce un matiz poco habitual en el discurso popular: todos podemos actuar de forma tóxica en determinados momentos. Bajo estrés crónico, miedo o pérdida, es fácil caer en patrones defensivos que dañan al otro. La salida —subrayan estudios en Personality and Social Psychology Bulletin— no pasa por la culpa abstracta, sino por la autorregulación: observar cuándo se repiten conflictos, pedir perdón con reparación y, si hace falta, trabajar acompañada en terapia.
En lo social, la etiqueta "tóxico" ha sido útil para nombrar fenómenos reales de manipulación, control o gaslighting. Pero su uso indiscriminado puede trivializar tanto el daño como las vías de salida. Por eso Lemmel propone sustituir el eje moral "bueno / malo" por uno funcional: "me cuida / me desgasta", "me regula / me desregula". Ese lenguaje, más conductual que moralizante, permite tomar decisiones sin resentimiento: poner límites, documentar incidentes si procede, y, en último término, desvincularse.