Netflix ha sumado una pieza muy seria a su carrera por los Óscar con Sueños de trenes, un western crepuscular que acaba de aterrizar en la plataforma tras un breve paso por cines. La película adapta la aclamada novela corta Train Dreams de Denis Johnson, finalista del Pulitzer, y llega envuelta en un consenso crítico poco habitual: en su paso por Sundance y otros festivales ha cosechado valoraciones sobresalientes y ya figura en muchas quinielas como candidata fuerte en categorías de interpretación y guion.
Dirigida por Clint Bentley y coescrita junto a Greg Kwedar, Sueños de trenes se sitúa en el Oeste estadounidense de principios del siglo XX, cuando el avance del ferrocarril empieza a transformar de forma irreversible un paisaje que ya no es tan salvaje, pero sigue siendo hostil. Joel Edgerton encarna a Robert Grainier, un jornalero que trabaja construyendo vías en la América profunda mientras intenta sostener una vida familiar tan frágil como las estructuras que levanta. Le acompañan Felicity Jones como su esposa, Kerry Condon, William H. Macy y un reparto secundario muy sólido que refuerza el tono íntimo del relato.
Un western distinto al uso
Aunque se presenta como western, la película juega más cerca del drama rural contemplativo que del cine de pistoleros. La expansión ferroviaria funciona como metáfora de un país que acelera hacia la modernidad mientras deja atrás a quienes no saben o no pueden adaptarse. Bentley filma bosques, ríos y trenes como fuerzas casi míticas que arrasan con todo, y la historia de Grainier se convierte en un retrato de la vulnerabilidad masculina en un mundo donde el progreso tiene un coste humano muy concreto. Críticos anglosajones destacan precisamente esa mirada pausada, casi hipnótica, que se apoya en la fotografía y en la partitura de Bryce Dessner para levantar una experiencia más sensorial que argumental.
Edgerton está firmando una de las interpretaciones más potentes de su carrera: minimalista en los diálogos, cargada de matices en la expresión corporal y en los silencios. En entrevistas recientes ha insistido en que es una de esas películas "de las que se habla después", en contraste con el cine de usar y tirar que apenas deja poso. Para meterse en la piel del personaje, el actor se involucró en tareas físicas propias de la época —como el trabajo de leñador y ferroviario—, algo que se nota en cómo habita el entorno, siempre en tensión entre la dureza del trabajo y un interior marcado por el duelo y la pérdida.