La ciudad de Barcelona ya puede presumir de albergar la iglesia más alta del mundo: la Sagrada Familia alcanzó 162,91 metros tras izar el primer elemento de la cruz que rematará la Torre de Jesucristo. Con ese encaje, el templo supera por un suspiro la aguja del Ulmer Münster alemán (161,53 m), que ostentaba el récord desde el siglo XIX. El hito lo confirmó el propio templo y fue recogido por Associated Press pocas horas después.
La instalación de hoy es solo el principio del coronamiento. El plan constructivo prevé que la torre central llegue a 172 metros cuando la cruz —de 17 metros de altura total y 13,5 de envergadura— esté completamente montada, un remate que los responsables sitúan entre los próximos meses y 2026, coincidiendo con el centenario de Gaudí. La pieza instalada ahora es el tramo inferior del conjunto cruciforme; los siguientes elevadores fijarán brazos y cuerpo hasta completar el perfil definitivo.
Del izado al coronamiento definitivo
El "adelantamiento" a Ulm tiene valor simbólico y técnico. La catedral luterana alemana, finalizada en 1890, llevaba más de un siglo como referencia de verticalidad eclesial, con una flecha neogótica que fijó el listón en 161,53 m. El dato es el utilizado por la historiografía y coincide con listados de récords arquitectónicos, que hoy actualizan a Barcelona como nueva número uno.
En paralelo al récord de altura, la Sagrada Familia mantiene su calendario escalonado de obras: estructura esencial muy avanzada, grandes torres en su recta final y un horizonte de acabados —fachadas, esculturas, ornamentación— que se extenderá varios años. El empuje financiero llega, sobre todo, de la taquilla: 4,83 millones de visitantes en 2024 según la memoria oficial del templo, una cifra que explica la aceleración de la última década.
Obras, visitantes y horizonte inmediato
El templo aspira a convertir 2026 en un año de conmemoraciones: final de la Torre de Jesús, actos por los 100 años de la muerte de Gaudí y la petición formal al Vaticano para que el Papa presida una misa solemne en Barcelona. Aun con ese foco en lo celebratorio, siguen abiertos debates urbanos sensibles, como la escalinata de la Fachada de la Gloria y su impacto en el tejido residencial del Eixample.