La muerte de un piloto de aerolínea de 47 años en Nueva Jersey, Estados Unidos, ocurrida en septiembre de 2024 tras una aparentemente inocente barbacoa, acaba de convertirse en un punto de inflexión para la alergología. Tras meses de incógnita y una autopsia que hablaba de "muerte súbita inexplicada", un equipo de la Universidad de Virginia ha certificado que se trata del primer fallecimiento documentado por síndrome alfa-gal, una alergia a la carne roja desencadenada por la picadura de una garrapata.
El caso se ha publicado en Journal of Allergy and Clinical Immunology: In Practice y ha sido confirmado por varias fuentes médicas y periodísticas estadounidenses. El relato clínico, reconstruido a posteriori, tiene algo de guion de thriller médico. Dos semanas antes de morir, el piloto había sufrido un episodio nocturno de diarrea intensa, vómitos y dolor abdominal horas después de cenar un filete durante un viaje de acampada; se repuso sin acudir al médico y la familia lo interpretó como "algo que le sentó mal". La tarde de su fallecimiento comió una hamburguesa en una barbacoa, se encontró bien durante varias horas, cortó el césped y leyó el periódico.
Solo cuatro horas más tarde su hijo lo encontró inconsciente en el baño, rodeado de vómito, sin que nadie sospechara que se trataba de una reacción alérgica grave de evolución retardada. Solo cuando una pediatra amiga de la familia puso en contacto a la viuda con el alergólogo Thomas Platts-Mills, el laboratorio encontró niveles de anticuerpos IgE frente a alfa-gal de unos 2.000 kUA/L, valores que el propio especialista solo había visto en anafilaxias mortales.
Autopsia, pistas y un desencadenante inesperado
Lo que mató a este hombre no fue un filete ni una hamburguesa en sí, sino una cadena de acontecimientos que empezó meses antes, con la picadura de una garrapata estrella solitaria. Este artrópodo porta en su saliva un azúcar —galactosa-α-1,3-galactosa, o alfa-gal— presente en la mayoría de mamíferos pero no en el ser humano; cuando inocula ese carbohidrato al picar, algunas personas desarrollan una respuesta inmunitaria con anticuerpos IgE frente a esa molécula.
Al consumir más tarde carne de vaca, cerdo o cordero, o lácteos muy grasos, la grasa transporta alfa-gal a la sangre y desencadena una reacción alérgica que, a diferencia de la mayoría de alergias alimentarias, suele aparecer de forma retrasada, entre dos y seis horas después de la ingesta, a menudo de madrugada. En el caso del piloto, los investigadores señalan que hacer ejercicio y beber alcohol ese día —dos factores que aumentan la absorción de alérgenos— probablemente actuaron como acelerantes de la tormenta anafiláctica.
Aunque este sea el primer fallecimiento descrito, el síndrome alfa-gal hace tiempo que dejó de ser una rareza. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) estiman que, entre 2010 y 2022, se han identificado más de 110.000 casos sospechosos en Estados Unidos y que hasta 450.000 personas podrían haber desarrollado la alergia sin diagnóstico, convirtiéndola en un problema emergente de salud pública.
Pese a ello, el desconocimiento médico sigue siendo llamativo: una encuesta nacional a 1.500 profesionales sanitarios reveló que el 42 % nunca había oído hablar del síndrome y que un 35 % de quienes sí lo conocían se declaraba "poco confiado" para diagnosticarlo o tratarlo. En ese contexto, no sorprende que episodios como el que sufrió el piloto —dolor abdominal intenso y vómitos horas después de comer carne roja— se etiqueten como "gastroenteritis" o "indigestión" y nunca lleguen a asociarse con una alergia potencialmente letal.
Una garrapata en expansión y más allá
El trasfondo ecológico de esta historia apunta a una tendencia más amplia: el auge y la expansión geográfica de la garrapata estrella solitaria (Amblyomma americanum). Históricamente vinculada al sudeste estadounidense, esta especie se ha desplazado hacia el norte y el oeste en las últimas décadas, favorecida por inviernos más suaves, cambios en el uso del suelo y poblaciones abundantes de ciervo de cola blanca, su huésped principal.
Estudios ecológicos y modelos climáticos anticipan que su rango podría abarcar buena parte de la costa este y zonas del interior que antes eran demasiado frías, lo que encaja con los aumentos de casos de alfa-gal en estados como Nueva York o Maine y con la aparición de pacientes incluso en Canadá. A ello se suma que otros tipos de garrapatas, como las Ixodes que transmiten la enfermedad de Lyme, podrían estar implicados en algunos casos recientes detectados en Oregón y Maine, ampliando aún más el mapa de riesgo.
De cara al paciente, el mensaje práctico es incómodo pero claro: si alguien ha sufrido picaduras de garrapata y, semanas o meses después, comienza a tener episodios repetidos de dolor abdominal, diarrea, urticaria o dificultad respiratoria varias horas tras comer carne roja o lácteos muy grasos, el síndrome alfa-gal debe entrar en la lista de sospechas y justificar una analítica específica de IgE frente a alfa-gal. El manejo pasa por evitar estrictamente la carne de mamífero y, en algunos casos, también ciertos lácteos y productos con gelatina, además de llevar siempre un autoinyector de adrenalina por si aparece una anafilaxia. La buena noticia es que los niveles de sensibilidad pueden disminuir con el tiempo si se evitan nuevas picaduras, y algunos pacientes recuperan parcial o totalmente la tolerancia tras varios años. La mala es que, como muestra este primer fallecimiento documentado, basta una combinación de factores —una garrapata aparentemente inofensiva, una hamburguesa en una tarde cualquiera y un diagnóstico que nadie imagina— para que una alergia poco conocida se convierta en una tragedia silenciosa.