Hace apenas una década, China era conocida como el vertedero del mundo. Importaba cerca del 70% de todos los residuos plásticos globales, comprando papel, chatarra y textiles que los demás países rechazaban.
Aun así, ya acumulaba basura propia: inmensos vertederos ilegales se extendían a las afueras de sus ciudades, y había una razón estratégica detrás de ello. La basura no era un problema, sino un recurso fundamental para su economía. Ahora la situación ha cambiado.
China necesita toda la basura: 10 años después del 'boom' de los residuos y los vertederos, ahora necesita 800.000 toneladas diarias para hacer dinero
La clave estaba en que los residuos importados de Europa y Estados Unidos estaban mejor clasificados y eran ricos en materias primas. Para China, era más barato reutilizar los desechos de otros que fabricar plástico desde cero, evitando costosos procesos de refinamiento de petróleo. La avaricia rompió el saco. Al parecer, la acumulación se volvió insostenible. En 2018, el país cerró las importaciones de basura extranjera y buscó soluciones internas: la Valorización Energética, es decir, transformar residuos en electricidad, similar a cómo se hace con el carbón.
En 2019, China contaba con 428 plantas incineradoras; para 2023, esa cifra se había más que duplicado hasta 1.010 instalaciones, capaces de gestionar unas 800.000 toneladas de residuos al día. El negocio generó electricidad y subsidios por kilovatio-hora, alcanzando lo que podría llamarse un "éxito mortal": demasiadas plantas y menos basura de la necesaria.
La desaceleración económica y la caída de la natalidad redujeron la generación de residuos, dejando a muchas plantas sin materia prima para quemar. Apagar los hornos no es una opción, ya que reiniciarlos resulta más caro que buscar alternativas. La solución extrema ha sido regresar a los antiguos vertederos: desenterrar basura vieja para alimentar los hornos.
Este proceso es ineficiente, pues la basura recuperada contiene tierra y humedad que deben secarse y combinarse con residuos nuevos. Además, desenterrar vertederos implica riesgos graves: la liberación de gases tóxicos como el metano y la posibilidad de contaminar ríos, lagos y pozos cercanos. China, que hace solo unos años era el vertedero del mundo, ahora cava en sus propios desechos en una medida desesperada para mantener su economía y su red de plantas energéticas en funcionamiento.