La semana de cuatro días laborales aún es una aspiración en buena parte de Europa, pero el Reino Unido ya ha dado un paso más allá: plantear que esa reducción también llegue a las aulas. Una petición pública que ha superado las 120.000 firmas ha obligado al Parlamento británico a debatir una medida que propone acortar la semana escolar a cuatro días, manteniendo el número total de horas lectivas mediante jornadas algo más largas de lunes a jueves.
El debate, que ya había emergido tímidamente en 2023, regresa ahora con fuerza, impulsado por un creciente movimiento social que busca equilibrar la salud mental infantil, la conciliación familiar y el bienestar del profesorado.
El sistema de peticiones públicas del Reino Unido establece que cualquier solicitud con más de 10.000 firmas debe recibir respuesta oficial del Gobierno, y que al superar las 100.000 debe debatirse en la Cámara de los Comunes. En este caso, el argumento principal de los firmantes es que un modelo educativo más concentrado en cuatro días permitiría reducir la fatiga escolar, optimizar los tiempos de aprendizaje y fomentar un uso más saludable del tiempo libre entre los menores.
La propuesta, además, llega en un contexto en el que la sobrecarga académica y los problemas de salud mental entre adolescentes —según el National Health Service (NHS), uno de cada cinco jóvenes presenta síntomas de ansiedad o depresión— han ganado protagonismo en el debate público.
Respaldo ciudadano y marco parlamentario
Lejos de tratarse de una idea improvisada, algunos colegios privados británicos ya experimentan con este formato desde hace varios años. Los centros que lo han implantado argumentan que los docentes aprovechan el viernes libre para tareas de planificación, formación o corrección, lo que se traduce en una enseñanza más personalizada y de mayor calidad. En un informe publicado por el sindicato NASUWT en 2024, más del 70% de los profesores señalaban que la falta de tiempo para preparar clases es uno de los principales factores de estrés del sector. Una jornada comprimida podría aliviar esa presión sin perjudicar el aprendizaje, sostienen los impulsores de la iniciativa.
El debate también ha despertado interés por su potencial efecto en la conciliación familiar. Mientras algunos padres temen que un día adicional sin clase complique la organización doméstica o incremente la dependencia de servicios de guardería, otros ven en la medida una oportunidad para pasar más tiempo con sus hijos y reducir costes asociados al transporte o los comedores escolares. Investigaciones como la del Institute for Fiscal Studies (IFS) apuntan a que el gasto medio de las familias británicas en logística educativa supera las 2.000 libras anuales, por lo que un día menos de desplazamientos y comidas fuera del hogar podría suponer un ahorro tangible.
Escuelas piloto, profesorado y conciliación
Por otro lado, los sindicatos docentes han subrayado que la iniciativa podría contribuir a retener talento en el sistema educativo, un problema estructural en Reino Unido. Según cifras del Department for Education, más de 40.000 profesores abandonaron las aulas en 2024, el número más alto desde que existen registros. La propuesta, sostienen sus defensores, podría convertirse en una herramienta para hacer más atractiva la profesión, del mismo modo que la semana laboral de cuatro días está sirviendo a muchas empresas privadas para mejorar la captación de personal y reducir el absentismo. Reino Unido, de hecho, lideró en 2023 el mayor ensayo mundial sobre la reducción de jornada, con 61 compañías participantes y una mejora del bienestar laboral del 71%, según Autonomy y la Universidad de Cambridge.
En última instancia, el debate educativo podría tener un efecto dominó sobre la política laboral británica. Al normalizar la conversación sobre los beneficios de reducir los tiempos de trabajo o estudio, el país podría acercarse a un consenso social en torno a la semana de cuatro días como horizonte posible. La medida aún está lejos de implementarse a escala nacional, pero su mera discusión en el Parlamento ya representa un cambio de paradigma: pasar de ver la reducción del tiempo como una amenaza a entenderla como una inversión en productividad, bienestar y salud mental colectiva.