Guionista de barrio #18 – Entusiasmo ante la posibilidad

Guionista de Barrio es la columna de opinión semanal de Fernando Llor (@FernandoLlor). Llor, que cuenta con el poder de la omnipresencia, es autor de obras como El espíritu del escorpión, Teluria 108, Ojos Grises o más recientemente Subnormal, entre otras muchas, así como miembro en activo de la Asociación Profesional de Guionistas de Cómic (ARGH!).

Existe en el Magic una carta roja llamada Entusiasmo ante la posibilidad. Los que tengan cierto recorrido en ese juego es posible que la conozcan porque desde hace un tiempo hay mucha tendencia a jugar mazos rojos monocolor y agresivos y este hechizo puede sacarnos (o no) de más de un apuro.

Su funcionamiento es muy sencillo: se pagan dos manás, te descartas de una carta y robas dos. Es decir, sacrificas parte de tus recursos por la promesa de que llegue algo mejor que pueda solucionarte la partida. El nombre no podía ser más acertado, entusiasmo ante la posibilidad.

Si hoy empiezo hablando de esto es porque esa carta me ha recordado muchísimo al papel de autoras y autores cuando transitamos el mundo del cómic: empleamos nuestros recursos, llegamos a desprendernos de alguno de ellos por la promesa de que algo mejor llegará y el azar nos devuelve posibilidades un tanto difusas.

Un mundo de entusiastas

Si hay algo que me he encontrado a lo largo de estos años de transitar por diferentes mundos creativos es gente apasionada. Gente que siente una pulsión interna por crear y transmitir a través de diferentes desempeños artísticos. Viven (vivimos) entusiasmados ante la posibilidad de un nuevo proyecto, de poder contar una historia más, de dejarnos llevar por los caminos de la imaginación y la creatividad.

Sin embargo, el mundo real nos hace ver a los entusiastas que ese impulso, esa pasión, pocas veces puede ser bien ejercida porque choca contra un muro de pocas o nulas expectativas económicas. Es entonces cuando aparecen algunos síntomas sobre los que vale la pena hacer un pequeño comentario.

El primero, muy peligroso, es el del autoconsuelo. ¿No consigo un gran contrato? Bueno, al menos consigo un contrato. ¿No consigo que nadie me pague por publicar? Bueno, al menos consigo publicar. ¿No consigo publicar? Bueno, al menos consigo unos cuantos likes y voy haciendo comunidad. ¿Mis publicaciones no interesan a nadie? Bueno, al menos hago algo que me gusta.

Las expectativas se van rebajando más y más cada vez y vamos dando por buenas opciones que están muy lejos de nuestras intenciones y, por contra, seguimos empleando una buena cantidad de nuestros recursos vitales en busca de que al fin nos salga esa carta que nos haga ganar la partida.

El segundo síntoma, también bastante preocupante, consiste en la competición continua entre compañeros, algo que no se produce solo a nivel personal, sino que se crea toda una pirámide trófica en la que se generan estamentos de creadores.

La primera vez que alguien me dijo aquello de «Fulanito juega en otra liga» para hablar de un compañero no le dí mucha importancia, me pareció simplemente una forma de hablar. Muchos recurrimos de vez en cuando a metáforas deportivas para comentar casi cualquier cosa, pero por desgracia tenía razón.

Tenemos ligas, categorías, divisiones, mercados profesionales, mercados semi profesionales, mercados amateur y mercadillos que lo más que recuerdan es a la pachanga rancia de solteros contra casados donde quien pierde invita a cervezas.

Esas pirámides, esas montañas a las que hay que escalar, esas carreras de fondo o como nos apetezca llamarlo, nos sitúan a nivel individual en una posición terrible. Miramos al de al lado con recelo, vigilamos sus pasos, sus éxitos y sus fracasos y entramos en una narrativa hipócrita del «me alegro de que todo te vaya tan bien» mientras miramos nuestra carpeta llena de proyectos que no tienen las mismas oportunidades.

Las lógicas de la «marca personal» y de la «envidia sana» convierten el entusiasmo en ansiedad y empezamos entonces a caer en pozos muy oscuros.

Bajando a los infiernos

Todo lo que voy a contar a continuación es real, tan real que asusta, a pesar de que pueda parecer una exageración.

La comparación y la competición llevan a bastante gente a realizar actos que si les grabasen mientras los hacen no querrían que pusiesen el vídeo a su familia y amigos en navidad.

He visto a gente haciéndose perfiles falsos en redes para poder stalkear el trabajo de los demás y, ya de paso, trolear un poco. También les he visto aprovechar esos perfiles para poner malas notas a los cómics de los demás en aplicaciones como whakoom o goodreads.

Estuve en charlas abiertas al público en los que se tiraban paladas de mierda sobre el trabajo de alguien de muy malas formas y escuché programas de radio en los que divulgadores borrachos se dedicaban a atacar a autores por motivos personales, cuando en realidad lo que había detrás era que esos autores habían rechazado trabajar con ellos.

Desprecios, menosprecios, insultos, revanchas, odios, venganzas, puñaladas públicas y privadas, mentiras, invenciones…

También he vivido codazos. Gente capaz de lo que sea por hacerse un hueco. Compañeros hablando mal de otros compañeros a editores. Trepas y gente que lo único que le interesa es «estar donde hay que estar» sin importar lo que se quede por el camino.

Y me encantaría poder decir que todo esto lo he vivido en la parte baja de la pirámide, pero no, lo cierto es que en esto ocurre como en cualquier otra disciplina, hay quien se mete tanto en el rol que es capaz de machacar al «rival», sea quien sea, con tal de colocarse la medalla y eso ocurre abajo, arriba, en el medio y en cualquier parte.

Las posibilidades

Siempre repito que no llevo mucho tiempo metido en esto de las viñetas. Una década desde que pasó por mi mente la idea de guionizar tebeos y me puse a ello y siete años desde la primera vez que salió un tebeo con mi nombre en la portada y me pagaron por ello.

En este tiempo he asistido un buen puñado de veces a la misma escena. Alguien me llama o me escribe o hace una publicación en redes diciendo que lo deja. Argumenta que está cansado de luchar, que el esfuerzo que conlleva hacer cómics no compensa económicamente y que su entusiasmo invertido no se ha transformado en una posibilidad real de ganarse la vida.

Es algo cíclico. Ocurre incluso más veces que el debate de la novela gráfica.

¿Y qué hacemos? ¿Existen posibilidades reales de cambiar algo de todo esto? Pues no lo tengo claro, como de costumbre.

El impulso creativo nos lleva demasiadas veces a tomar malas decisiones cuando nuestras expectativas iniciales no se ven cumplidas. En ocasiones incluso nos lanzamos promesas al futuro y vamos postergando nuestros proyectos más personales que haremos «cuando consigamos más estabilidad» y matamos el gusanillo trabajando en encargos que no nos apasionan (si es que nos salen esos encargos) porque «al menos tiene que ver con lo que quiero hacer».

Ante este panorama solo nos queda trabajar por lo colectivo. No solo desde una perspectiva de lucha por mejoras muy necesarias, que también, sino por escapar las lógicas que nos conducen a las pirámides para tratar de convertirlas en círculos.

Para dejar de mirar por encima del hombro a los de abajo y dejar de desear que el de arriba se caiga para ocupar su lugar. Para practicar más y mejor el cuidado y el apoyo y para generar una comunidad pendiente de que todos estemos bien.