Dick Tracy, siguiendo el rastro del detective dorado creado por Chester Gould

Es en los peores momentos de nuestras vidas es cuando se necesita más desesperadamente una evasión. Es una necesidad que nuestro cuerpo lo emplea como método de defensa. Lo contrario, sería abrazar la tragedia que se respira en el ambiente. Las cosas son duras. Lo fueron, lo son y lo serán. Y la ficción siempre estará ahí para sobrellevar y entender.

Esa es la función fundamental de las abstracciones. Y son más necesarias en cuanto más incomprensible y compleja es la realidad. Y el caldo de cultivo que generó Dick Tracy lo fue.

Los años treinta pagaron la factura de los felices años veinte. Y tuvieron que pasar la resaca por ellos. La consecuencia del Crac del 29 provocó grandes y pequeñas miserias. Dejó al 25% de Estados Unidos en el paro. El consumo bajó drásticamente y, por tanto, se produjo una superproducción que puso a empresas en entredicho. Lo cual se tradujo en severos problemas bursátiles a causa de que el sistema no pudo integrar toda la especulación basada en expectativas de beneficios y no beneficios reales. La población perdió la confianza en los bancos y se retiró el dinero en grandes masas conduciendo a estos a la quiebra. En 1931 desaparecieron 2000 entidades bancarias a lo largo y ancho de E.E.U.U. Y, por si fuera poco, una Europa recelosa y proteccionista cerca de la Segunda Guerra Mundial no contribuyó a mejorar los datos. Como consecuencia, se produjo una pronunciada bajada de precios que los sectores más sensibles como el primario no pudieron soportar. Una tormenta perfecta evitable que dejó muchos náufragos a la deriva.

¿Y qué suele estar unido a la pobreza? La criminalidad. Porque en circunstancias extremas no se entiende como una opción moralmente reprobable si no como la única opción de subsistir en un mundo hostil y egoísta. Porque este no te va a proporcionar ninguna solución y es quien te ha arrastrado a ese punto.

Las colas del hambre. Una imagen no tan lejana.

Como es evidente la gente sin escrúpulos se aprovecha de las complicaciones ajenas. Les manipula y les hace creer que ellos son los que les van a sacar del pozo. Y financieramente lo hacen. Pero por el módico precio de su moralidad y el riesgo de pasarse toda su vida entre rejas. Los años treinta si algo fueron, fueron los años dorados de la mafia.

Y es que este opaco desestabilizador social logró gran poder, beneficio e influencia gracias a la Ley Seca. Esa prohibición del consumo de alcohol que tuvo el efecto contrario, se tradujo en un gran nivel de corrupción. A todos los ámbitos imaginables. Pero no se puede culpar más que la carestía. 

Y uno de los epicentros de todo ello fue Chicago. Durante los años treinta reinaba la mafia. Pero el legado de esta ya venía desde más atrás. Hasta 1920 Chicago era del calabrés Big Jim Colosimo, creador de sindicato del crimen de la ciudad. Tras el desentendimiento con su primo John Torrio (a quien trajo de Nueva York y vino con una visión más empresarial para expandirse), este fue ejecutado. Torrio trajo a uno de sus protegidos Al Capone. Y con él, la ciudad se convirtió en un polvorín. A Scarface (de ahí viene la inspiración de la imprescindible película homónima de Howard Hawks) le gustaba la fama y estaba hambriento de poder. Ascendió rápidamente en su organización y se impuso violentamente a bandas rivales. La población de Chicago fue testigo de horribles sucesos como la Matanza de San Valentín. El crimen produjo en connivencia con los poderes establecidos.

Imagen de la película de Howard Hawks con un temible Paul Muni.

Pero como no hay reinado que dure para siempre, y eso se cumple todavía más en la efímera vida criminal, tan solo pudo ostentar el cargo de jefe del sindicato del crimen menos de cinco años. La mencionada matanza provocó un revuelo social que llegó a la Casa Blanca y designó al aguerrido Elliot Ness para que formara su propio equipo dedicado a frenarlo los pies. Cosa que hicieron eficientemente a pesar de que los riesgos fueron altos. Y, aun así, a pesar de todos los baños de sangre que provocó, fue capturado gracias a que lo que sí que se pudo demostrar fueron sus irregularidades fiscales.

Cuanto todo esto se produjo, Chester Gould tenía la suficiente consciencia como para haberlo vivido en primera persona. Nació el 20 de noviembre de 1900 para convertirse en una de las voces más importantes del medio. Y todo a una edad sumamente precoz. Se crió en el seno de una familia religiosa en la zona rural de Pawnee, Oklahoma. A los siete años descubrió sus primeras tiras cómicas en el periódico de Saint Louis, en Daily Oklahoman y en el Chicago Tribune. Ahí el joven descubrió cuál sería su verdadera vocación: ser dibujante de cómics. Y también definió su sueño y no era otro que el de publicar en el diario de Chicago. Y a esa temprana edad se puso manos a la obra copiando las tiras que se incluían en los periódicos y añadiendo él sus propios diálogos. Sus primeras influencias vinieron de ahí y fueros cómics como Mama’s Angel Child, Mutt and Jeff, Slim Jim, The Katzenjammer Kids o Hairbreadth Harry.

Con ocho años, su padre le animó a que asistiera a los congresos demócratas que se producían en la zona y que realizase ilustraciones de lo que vio ahí. Su padre quedó tan satisfecho con el resultado que pegó esas ilustraciones en el periódico local. Como resultado, un abogado de la Corte Suprema le compró uno de esos dibujos. Fue la primera vez que cobró por su trabajo.

Sus padres, a pesar de todas las dificultades, siempre lo apoyaron.  A los catorce años se presentó a un concurso de ilustración de promoción de una revista y logra alzarse con el primer premio. Para formarse, necesita dinero y comienza a desarrollar su vida profesional. Los primeros pasos los hizo a los 17 años pintando carteles publicitarios en graneros y casas en nombres, además de poner nombre en oficinas.

Era joven e inocente.

Veinte dólares de cada sueldo que ganaba  iban destinados a formarse por correspondencia en la The School of W.L. Evans of Cartooning and Caricatures. Se las apañó para compaginarlo con su participación en diversos concursos. Y ganándolos, lo cual le proporcionaba unos no muy cuantiosos ingresos extras.

Con 18 años es descubierto por la universidad de Oklahoma, que lo contrata para que ilustre sus anuarios. Ese fue el año en el que se graduó del instituto. Ahí desarrolló sus primeros cómics amateurs. Su arte llama la atención del editor del The Tulsa Democrat y contrata a Gould para hacer 18 tiras de contenido político. El chaval tardó un mes y percibió 35 dólares. También en ese año la familia se muda a Stillwater, una ciudad cercana. Eso le permite comenzar sus estudios en la universidad, donde inició la carrera de Marketing y Comercio.

1921 fue un año crucial para el artista. Fue su segundo año de su carrera, marcando el equinoccio y el comienzo de muchas aventuras. La primera de ellas tiene que ver con que The Daily Oklahoman Newspaper lo contrató para hacer cómics sobre deportistas. Sus tiras fueron llamadas In the Sports Spotlight y fue todo un éxito para el medio.

Pero aún más importante es que se muda a Chicago. Casi en paralelo a Al Capone. Pero al contrario del hampón, este llegó sin empleo y con unos escasos 50 dólares en el bolsillo. De los cuales, la mayor parte de ellos fueron destinados a comprarse una mesa de dibujo. Y el resto fue progresivamente en disminución debido a que tenía que pagar un alquiler de 3 dólares semanales por una habitación en North LaSalle Street, una zona central de la ciudad en la que, posteriormente, serviría para rodar películas como Los Intocables de Elliot Ness o el Batman de Christopher Nolan. Si dejó todo para trasladarse ahí es porque tenía claro lo que buscaba: entrar a trabajar en el Chicago Tribune.

Tras muchos intentos fallidos, Gould terminaría obteniendo un empleo en el Chicago Journal a través de suplencia de una baja por enfermedad. Formó parte del equipo de arte del diario. Firmó un contrato temporal de un mes por el percibió 30 dólares a la semana.

Tuvo que esperar un año más para que se le abrieran las puertas del Chicago Tribune. Al fin logró entrar donde se lo propuso. Pero no era su trabajo deseado. Se dedicó a dibujar publicidad para el diario, empleo remunerado en 50 dólares semanales. Todavía quedarían bastantes años hasta que Dick Tracy hiciera acto de aparición. Todavía tendría mucho camino por recorrer para dar con el personaje. Pero, a pesar de ello, no dejó de presentar ideas de tirar a J.M. Patterson, por las que solo obtuvo rechazos.

Tira de The Radio Catts, una de las primeras publicaciones del ilustrador.

Su frenética y prolífica vida daría otro giro tan solo un año después. Y es que al año siguiente no solo se terminó graduando de la Nortwestern University, si no que fue contratado por el magnate Hearst para que trabaje en uno de sus diarios: el Evening American. Se trataba de un diario de distribución por Nueva York. Consiguió cierta estabilidad porque el contrato fue de cinco años cobrando 60 dólares a la semana. Además, fue un gran paso adelante puesto que ahí pudo desarrollar sus primeras tiras de relevancia: The Radio Catts y Fillium Fables. También entrevistaba a las personalidades más destacadas del teatro de Chicago. Acompañaba todas las entrevistas con unas caricaturas. Sin olvidarse de seguir haciendo diversos pitches a J.M. Paterson para que le diera una oportunidad de hacer tiras para su diario. Seguía sin tener éxito en esa misión.

Pasan los cinco años con los que se mantuvo fiel a Hearst. Ha tenido tiempo de casarse y tener hijos. El diario le ofrece permanecer otro lustro a cambio de una jugosa subida salarial hasta los 100 dólares. Pero el autor lo rechaza porque no quiere estar atado. Recurre al Chicago Daily News, cobrando 50 dólares semanales, para poder seguir desarrollando su carrera. Ahí crea la tira The Girl Friends.

Tras sesenta intentos de introducir tiras al Chicago Tribune, Gould hizo una exhibición de resiliencia admirable y fue a presentar un nuevo proyecto en 1931. Para ello tomó inspiración de los hechos que le han estado acompañando desde que llegó a Chicago. Elementos dramáticos de la vida criminal tan presente en la ciudad. El protagonista iba a ser un detective tan persistente como lo es el autor. O como lo fue Eliot Ness en su pugna por llevar al rey de la ciudad, Al Capone, frente a la justicia. De hecho, esa hazaña fue el motor esencial de inspiración de Gould para crear al que, por aquel entonces, se llamó Plainclothes Tracy (algo así como Tracy de Paisano). La idea del apellido Tracy viene de trace, rastro en español, haciendo referencia a las investigaciones llevada a cabo por los detectives.

Primeras viñetas de Tracy antes de ser Dick.

Una vez presentado el proyecto a Paterson, no tardó en recibir un ansiado telegrama como respuesta que comunicaba lo siguiente:

“Creo que ‘Plainclothes Tracy tiene posibilidades. Me gustaría verte cuando vaya a Chicago. Por favor, llama a las oficinas del Tribune el lunes por la tarde para concretar una cita.”

J.M. Paterson.

El editor finalmente le dio luz verde con algunas sugerencias para que el personaje diese sus primeros pasos. El primero de ello fue que cambiase el nombre del personaje. Le parecía demasiado largo y le propuso que se llamase Dick Tracy puesto que a los policías los llamaban dicks. Además, diseñó la primera historia que serviría de origen del personaje. Tracy está con una chica y quiere casarse. Van a cenar con los padres de ella y estos son asesinados violentamente. En ese momento se narraría como Tracy dejaría su trabajo de clase media para pasarse a ser detective. Por resolver el caso y vengarse de los verdugos.

Uno de los grandes factores que impulsaron el éxito de Dick Tracy desde un primer momento es el ascenso en popularidad de la literatura pulp y hard boiled. En esa etapa surgieron los primeros protosuperhéroes y los acercamientos a lo que terminaría siendo conocido y valorado como son los subgéneros de aventuras y las space operas. Pero, especialmente, en esa época gozó de gran popularidad el noir. En el cine, se dieron algunas de las grandes obras maestras que eclosionarían con la llegada de directores del expresionismo alemán o Hitchcock. La literatura  disfrutaba del gran éxito detectives como Sam Spade o Philip Marlowe. Aunque Gould fue, en buena medida, precursor de todo ello, lo cierto es que había un caldo de cultivo favorable para este tipo de contenido que proliferara masivamente en un corto espacio de tiempo.

Ha nacido una estrella.

La primera etapa de estas tiras estaba cortada por un patrón puramente naturalista. Hasta tal punto que Gould fue muy conocido dentro del cuerpo policial de Chicago, a cuyos miembros acompañaba en el desempeño de sus funciones a modo de documentación. Llegó a obtener carta blanca para acceder al laboratorio de criminalística. Además, realizó cursos para obtener ciertos conocimientos de balística. Ese fue su principal modo de obtener inspiración para trazar sus tramas: la propia realidad.

Gould llegó a la treintena cumpliendo su sueño. Ya era un narrador consagrado y eso se puede apreciar en los mecanismos empleados y en sus capacidades visuales. Si un lector coge una tira de esa época, aunque haya una gran cantidad de texto, se puede entender perfectamente simplemente observando las viñetas. Aunque tenía un tono similar al de ese tipo de historias noir, al ser un cómic nacido en el mismo contexto, su estilo le proporcionaba una atmosfera muy peculiar y sorprendente. También se respira violencia, bastante presente en sus viñetas. Y ese aspecto físico tan distinguible de Tracy ya estaba presente. Incluyendo su nariz aguileña para mostrar la perspicacia del detective.

Fue una apuesta editorial muy potente desde el primer momento. Comenzó a ser publicado en el Detroit Mirror y desde el principio se convirtió en un personaje de gran aceptación popular. Por tanto, el grupo editorial terminaría dándole una tirada nacional a través de su ansiado Chicago Tribune.

Caló tan hondo que en 1937 Republic Movie estrenaría la primera parte del serial centrado en su personaje. Terminaría teniendo 15 partes (y Gould solo habría obtenido ingresos por la primera). Se trató de una adaptación bastante libre, puesto que Tracy (interpretado por Ralph Byrd) sería un agente del FBI y los personajes secundarios y antagonistas serían totalmente nuevos. A pesar de ello, el autor supervisó y dio su beneplácito al guion. Se trató de la producción más cara de la productora hasta el momento y se saldó en pérdidas. A pesar de ello, el serial tendría tres secuelas en 1938, 1939 y 1941.

Pero esa no fue la única adaptación inmediata por la que pasó Tracy, y es que en 1934 NBC Radio comenzó a emitir un serial radiofónico que se tradujo en un éxito más para el personaje. Se trataba de cortes de 15 minutos que fue más fiel a las aventuras de Dick Tracy en las viñetas. Fue tal la repercusión que el alcalde Nueva York Fiorello H. La Guardia hizo una lectura de una entrega de dichas aventuras en directo. Se ganó el cariño del público de tal modo que su emisión duró hasta 1948. Por no hablar de la fabricación de merchandising y de novelizaciones. Todo fue insólitamente precoz.

No es de extrañar que se colocara tan rápidamente entre las tiras favoritas del público teniendo en cuenta que ninguna ese momento abordaba la delincuencia de la misma manera y con el mismo tono que lo hacía Dick Tracy. Sumando las dosis de violencia, causó gran polémica entre parte de la población. Sectores que señalan a quienes representan la violencia en lugar de hacer nada para evitar la real. 

El ahora exitoso autor decidió volver a sus orígenes en 1935 y compró una granja en Woodstock. Eso supondría una vida más tranquila a pesar de que tendría que moverse frecuentemente a Chicago por motivos laborales. Y esto también le aportó nuevas y frescas perspectivas que, a buen seguro, influiría en todos los cambios e innovaciones que introdujo en el título durante los años cuarenta.

Y es que es en esa bélica década cuando se presentaron muchos de los elementos más cruciales del personaje. Aunque en los años treinta ya se añadieron algunos de sus más conocidos antagonistas como Big Boy (un trasunto de Al Capone, además de ser el primer enemigo del personaje) o Spaldoni, a su interés amoroso (Tess Truehart) y a su sidekicks (el policía Pat Patton y Junior Tracy, el hijo adoptivo del protagonista al cual sacó de la mala vida), no sería hasta un poco más tarde cuando el personaje ganaría relevancia. En esta década se consagró como un elemento de importancia social a la vez que un asentado y cómodo Gould se lanzó a insertar cuestiones más futuristas y caricaturescas. Fue cuando Tracy abrazó ideas más propias del cómic en deterioro de su conexión con la realidad.

Imagen con bastantes de los personajes.

El mundo diseñado por Gould alcanzó todo su potencial y se convirtió en algo todavía más excéntrico. En aquella época la mafia seguía teniendo un control incontestable. Hasta tal punto que el gobierno estadounidense tuvo que pedir permiso a Lucky Luciano para que sus navíos pudieran salir del puerto hacia Europa.

Dick Tracy vivió la creación de sus grandes enemigos y una de las características por las que es hoy conocido. En cosa de menos de diez años surgieron Mumbles, la femme fatale Breathless Mahoney, Little Face, Flattop Jones (¿Puede ser el abuelo artístico de Cabeza de Martillo?), Mumbles, el oficial nazi Pruneface (que tuvo su debut en 1942, antes del término de la Segunda Guerra Mundial) o Itchy. Todos ellos comparten características comunes como unas peculiaridades físicas muy marcadas y que provienen del entorno urbano. Sin embargo, volvió a entrar la influencia rural de Gould en juego con la incursión de personajes como Gravel Gertie, que surgía de un entorno poco habitual y que era un soplo de aire fresco en su inmensa galería de villanos.

Por otra parte, aunque en años previos ya se había definido a Dick Tracy como alguien que hace uso de la tecnología punta para resolver algunos casos, fue en 1945 cuando el personaje comenzó a lucir en su muñeca algo que quedó definitivamente asociado al detective con gusto por el color amarillo. El two-Way Wrist Radio fue un reloj de pulsera que desarrolló una compañía de innovación y que solo podía usarlo la policía. Y, entre ellos, Dick. Además de marcar la hora, permitía al usuario comunicarse con quienes quisieran. En una época en la que las medios de comunicación no tenían nada que ver con lo que son hoy, rompió muchos moldes y dejó anonadados a los lectores debido a que fue un invento totalmente futurista y muy útil. Además de que Gould le sacaba mucho partido en sus historias.

Esto también te daba la hora.

Puede que nada de esto no suene revolucionario a la generación que nació con el móvil debajo del brazo. Pero lo cierto es que no se tendrían a disposición estos artilugios sin que el ingeniero inventor del teléfono móvil, Martin Cooper, no se hubiese quedado tan impresionado con el reloj de Tracy que quisiera emularlo. También puede ser visto como un precursor de los smart watch. Es un elemento tan icónico e inspirador que se ha lanzado un crowdfunding con la finalidad de poder fabricar réplicas de este. Hasta tal punto sigue vivo este producto de la imaginación inconmensurable del creativo de Pawnee.

Seis años después de que finalizasen la producción del serial cinematográfico, RKO estrenó su propia versión fílmica protagonizada por Tracy en 1945. Fue una saga de poco recorrido puesto que terminó en 1947 con un total de cuatro películas. Al detective le dio vida Morgan Conway y al resto del reparto estuvo nutrido por caras conocidas de la productora. No fueron películas caras y aprovecharon los medios del tipo de películas con los que ya tenían experiencia produciendo. Estéticamente es muy continuista con lo visto en el serial, aunque con una mayor depuración gracias al avance del género en las grandes producciones. A su vez, estas películas sí que integraron personajes provenientes del cómic.

Otro acontecimiento de trascendencia se dio en 1947. Se introdujo el término de Crimestoppers. Tras una historia moralizadora con jóvenes héroes de por medio fue una palabra que le gustó al público y eso le sirvió al autor para organizar encuentros con niños y adolescentes. Tenían la finalidad de convertidos en Crimestoppers, ciudadanos responsables y con conciencia.

Como resultado de todo esto, al final de los años cuarenta, Gould ya era una estrella con apariciones en programas televisivos como, por ejemplo, su incursión en The Fred Waring Show:

Dick Tracy dio el salto al mercado comic book en 1948 en una serie llamada Dick Tracy Monthly. Llegaría hasta 1961 y contó con colaboradores de la talla Joe Simon. Aunque Gould no dibujase la mayor parte de los números, sí que le corresponde la acreditación  de todos y cada uno de los guiones. Esta serie se publicó en Dell durante sus primeros 24 números para dar paso a Harvey Comics.

Al contrario que otras tiras de menor recorrido, Dick Tracy ha sabido adaptarse y tratar los temas e intereses de cada momento de la sociedad. Al igual que los superhéroes, esa ha sido la clave de su supervivencia y el motivo por el que es tan recordado. Y los años cincuenta fueron más problemáticos. Gould siguió poniendo en relieve la evolución del crimen y eso se tradujo que durante esa década se pusiera el foco en temas tan controvertidos como las bandas juveniles, la permisividad de las leyes y la corrupción policial.

El artista también se fijó en como los televisores comenzaron a proliferar en las casas de los americanos. Y el género dramático de ficción televisiva por antonomasia aquel entonces era la soap opera. Por ese motivo,  Dick pasó a ser padre y  ser repartió el peso narrativo entre la vida familiar y la vida laboral. Eso llegó a causar rechazo por una parte de los lectores.

La percepción del público también se vio afectada por las críticas constantes que recibió el título. La primera vertiente vino  porque Tracy vivía una vida acomodada y eso no encajaba con los precarios sueldos de la policía. Para dar respuesta a esas acusaciones, Chester planteó una línea argumental en la que Dick Tracy tuvo que especificar de dónde provenía todo su patrimonio. Aunque la historia se saldó en positivo para el personaje, no satisfizo a las corrientes menos receptivas.

Por otra parte, la acusación más problemática fue la que tiene que ver con la brutalidad policial. En sus historias Tracy encarcelaba a criminales que salían como si nada, causándole frustración. A través de esas historias el autor pidió unas leyes más severas. Parte del público manifestó que lo que hacía en sus historias era señalar a los criminales individuales y no a las organizaciones que los mantienen, la verdadera raíz del conflicto. Con esta actitud, solo provocaría un aumento de la violencia. A lo que el dibujante hacía oídos sordos. El clímax de este desentendimiento se dio una década más tarde.

En los sesenta Gould se saltó el tiburón absolutamente y convirtió el título en uno de una ciencia ficción extraña.  Lo cierto es que es un género que se prodigaba por aquel entonces. El pánico nuclear y la inminencia de la llegada del Apolo 11 a la luna fueron factores que hicieron que Estados Unidos aceptase el género especulativo por excelencia. Los autocines programaban películas de serie B que trataban estos temas que tanto inquietaban a la juventud.

Como no podía ser de otra manera, Dick Tracy quiso formar parte de eso y trasladó sus aventuras en la luna donde creó una saga bastante loca. Como es evidente, provocó una desbandada de lectores que vieron traicionada la promesa de que encontrarían aquí un drama urbano. Para colmo, Gould terminó una de sus historias con una lapidaria sentencia:

“La violencia es dorada cuando se usa para parar al mal.”

Chester Gould.

Tuvo la mala suerte de que la fecha de publicación coincidió con el asesinato del senador Robert F. Kennedy a manos del hampa. En cualquier caso, no fue del gusto de muchos periódicos que decidieron dejar de publicar Dick Tracy.

En lo positivo, durante esa década se emitió una serie de dibujos animados por parte de la UPA. Tenía un target infantil con el que una nueva generación tuvo acceso a las aventuras del detective. También se intentó producir un piloto para una serie de televisión de acción real, con el objetivo de conquistar a un público más adulto. Pero no recibió la aprobación de la cadena y jamás llegó a producirse.

Si algo caracterizó los setenta es que fue cuando los hippies entraron a dominar la cultura. Ya no veía como un movimiento contracultural de cuatro, si no que fue cuando llegó a una conexión con el gran público. Y, eso en buena medida, trajo grandes cambios estéticos.

Su hasta el momento Gould ha gozado de una página entera para contar sus historias, en los setenta se tenía que conformar con media. Volvió a abrazar las historias más mundanas e impuso una serie de cambios en el aspecto del personaje. Pero también en su estilo de dibujo. Entró la psicodelia en buena parte y también tomó prestado la crudeza del Nuevo Hollywood. Tracy lucía en ese momento un bigote y le dejó crecer el pelo un poco. Y trajo Groovy Groove, un sidekick, un hippie melenudo que terminaría falleciendo de forma trágica en 1984.

Tracy con mostachón,

La jubilación de Chester Gould se produjo en 1977. Por eso fueron tan significativos estos últimos años. Tras él quedó más de cuarenta años de trabajo sobre un personaje y la creación y desarrollo de una infinidad de secundarios. Además de una serie de innovaciones que a día de hoy siguen inspirando a multitud de artistas. Con sus altibajos y sus controversias agitó el avispero y dio de qué hablar a sus lectores, lo cual permite que su obra sigue viva. También fue un gran lector de tendencias sociales siendo motor activo de muchas de ellas. Más allá de tomar el pulso a distintas actualidades fue alguien que ha sabido encapsularlas. Su nombre equivale a un legado imperecedero al que ningún otro de los que han venido después ha conseguido acercarse.

En sus últimos años, lejos de desaparecer de la vida pública, fue receptor de una serie de premios. Y aunque falleciese tras una vida plena en 1985 a la edad de 84 años, a día de hoy sigue siendo recordado con sumo cariño y respeto. Los premios a Dick Tracy tampoco han dejado de suceder.

Su memoria seguirá viva mientras que se siga reivindicando su figura. Y para ello existen organizaciones tan implicadas como The Chester Gould/Dick Tracy Museum llevando a cabo iniciativas que demuestran porque su obra a día de hoy sigue siendo igual de fresca y relevante como lo fue desde la primera viñeta. Entre otras joyas, ahí se atesora cartas de agradecimiento enviada por cuatro presidentes

A pesar de que el creador dejase el título, vinieron otras personalidades a aportar su sensibilidad tanto en las tiras cómicas (que han seguido publicándose de manera ininterrumpida) como en el comic book de Dick Tracy.  Pero en todos los casos no se ha sabido más que rendir homenajes, reformular y actualizar el trabajo previo de Gould. En pocas ocasiones se ha tratado de poner cosas nuevas sobre la mesa. Y eso es inevitable cuando un personaje queda tan unido a la identidad de la persona que lo plasmó.

Inmediatamente después de la jubilación, el que tomó relevo no fue otro que Max Allan Collins, apoyado del asistente del propio Gould, Rick Fletcher. Fue la primera gran oportunidad para el escritor y permaneció en el título hasta que en 1992, año en el que lo despidieron para que otra persona hiciese el mismo trabajo cobrando la mitad. Collins por su parte intentó llevar a cabo una depuración de los elementos provenientes de Gould con los que él no conectaba. En una de sus primeras historias, de hecho, mató a Big Boy, la primordial némesis del personaje. También llegó a introducir ideas propias como que el hijo biológico del protagonista llevara a cabo un papel similar al de Jr. Sin embargo, dejó a sus lectores con una sensación de insatisfacción y de que no pudo desarrollar todo lo que habría querido. Además, se tuvo que hacer frente a la pérdida de dibujantes con lo que el recorrido dejó un poso en irregularidad.

Portada de un recopilatorio de la etapa de Collins.

Posteriormente entró a trabajar un miembro del staff del Tribune, Mike Killian, apoyado por Dick Locher, un veterano dibujante de la plantilla. El ilustrador llevaba años colaborando junto con Collins, con lo que la transición fue orgánica. Sin embargo, Killian murió en 2005. Después Locher escribió el título acompañado de Jim Brozman durante tres años. Fue ahí cuando Brozman pasó a ser autor completo. La situación se prolongó hasta que 2011.

Como se puede comprobar estas tiras han estado bastante descuidadas y dando bandazos hasta que se pudo reconducir el rumbo. Seguidamente de Brozman, llegarían a la serie Joe Staton y Mike Curtis. Ambos provenían del mundo del cómic infantil y ya tenían experiencia en franquicias como Scooby-Doo o Casper. Permanecen en el título actualmente. Su labor tampoco ha logrado despegarse de todo el bagaje previo puesto que se han dedicado actualizar conceptos heredados de Gould. Su principal aportación ha sido la de darle mayor verosimilitud al título, ya que volvieron a tener asesoramiento policial además de incorporar una columna en la que se honra a algunos policías ejemplares.

La tira del pasado 8 de octubre.

Pero si por algo ha destacado verdaderamente esta etapa es porque ha sido la primera vez que ha habido cruces con otros personajes tan emblemáticos como Popeye, The Spirit o El Avispón Verde. A falta de que ese material esté accesible en España, podéis disfrutar de la más reciente entrega aquí.

Respecto al mercado del comic book, Blackthorne lanzó una serie mensual en 1986 (justo un año después de la muerte de Gould). Tomó el nombre de Dick Tracy Monthly (que terminaría siendo semanal con el renombramiento a Dick Tracy Weekly). Ahí permaneció durante 99 números. Poco después Disney, en 1990, produciría unos cómics de apoyo al estreno cinematográfico.

Y desde entonces el personaje en este mercado ha estado totalmente ausente. Hubo que esperar al 2017 para que se comenzaran a dar movimientos erráticos y pasos en falso. Archie Comics parecía que había adquirido los derechos y que iban a apoyar al personaje con un equipo creativo potente. Fue un anuncio impactante que se terminó quedando en nada a causa  de un problema con los derechos de publicación.

Portada de otro intento fallido de traer de vuelta al personaje.

Tras este malogrado intento, le llegó la oportunidad a Hermes Press. Richard Pietrzyk tenía programada una novela gráfica basada en conversaciones entre él y Gould con el objetivo de crear un espacio para que algunas ideas que se quedaron en el tintero vieran la luz. Sin embargo, se chocó contra el mismo muro que Archie.

Cuando parecía que se había llegado a un callejón sin salida, IDW logró llevarse el gato al agua y es quien tiene la licencia es estos momentos. A juzgar los dos proyectos que ha publicado, tiene una línea editorial muy clara: miniseries realizadas por autores de prestigio. En 2018 revelaron que Mike y Laura Allred tendrían posibilidad de llevar a cabo sus experimentaciones al mundo del personaje en la miniserie llamada Dick Tracy: Dead or Alive. El resultado es un cómic muy fresco y hecho desde el cariño que profesan ambos al personaje y al ambiente. A la vez que se ha buscado dejar su propia impronta. Lo mismo se puede decir del Dick Tracy: Forever de Michael Avon Oeming.

Portada del tomo recopilatorio de los cómics de Allred.

Pero estos autores no son los únicos que han mencionado a Dick Tracy como una referencia fundamental que ha inspirado parte de su trabajo. Sin ir más lejos, Eric Larsen presentó en su experimental número 252 de Savage Dragon una emulación de una tira como las que diseñaba Gould. Ese número fue publicado hace unas pocas semanas. 

¡Señor Tasty! ¡Se olvida de su peluquín!

Pero lejos queda la repercusión del gran acontecimiento que fue la película de Dick Tracy. Este proyecto fue problemático desde el principio. Pasó por manos de varios estudios hasta llegar a Warren Beatty. Paramount, con Spielberg a la cabeza, quiso que la dirigiera John Landis y que la protagonizase Clint Eastwood. Pero no cuajó y cogió el timón Walter Hill, quien consiguió Jim Cash y a Jack Epps Jr. para que escribieran los guiones. Se valoró nombres tan dispares como Harrison Ford o Mel Gibson para dar vida al protagonista del proyecto. Hasta que finalmente entró en el ruedo Warren Beatty, quien accedió al papel. Pero este quería control creativo sobre la producción y eso chocó con Hill, que abandonó el barco y se volvió al punto de partida. Hill buscaba hacer una historia cruda y violenta mientras que el actor quería mostrar sus respetos a las tiras de los años treinta.

Beatty, entonces, compró los derechos y tomó la decisión de que produciría y dirigiría él mismo esta película. Adquirió los derechos por tres millones de dólares (que actualmente, en principio, serían gratuitos ya que las primeras tiras son de dominio público) y llevó todo a Disney. Warren Beatty no estaba particularmente reconocido en Hollywood porque tenía fama de despilfarrador. Pero en el éxito del Batman de Tim Burton, la compañía del ratón vio un filón que no iba a dejar escapar.

Financió el proyecto con 25 millones de dólares (7 de ellos serían los honorarios del director y actor). Y cualquier sobrecoste lo tendría que pagar Beatty. Hubo acuerdo y comenzó a rodarse la película. Pero, como de era de prever, se produjeron más contratiempos. El primero de ellos fue con el proceso de casting: Sean Young iba formar parte del elenco, pero dejó de hacerlo en el momento en el que (aparentemente) Warren Beatty abusó sexualmente de ella. Todo se solucionó con un comunicado del actor disculpándose e, inexplicablemente, eso puso fin a las acusaciones. Obviando eso, el actor buscó un reparto lleno de estrellas tales como Madonna, Al Pacino o Dustin Hoffman para dar vida a los personajes más destacados de los creados por Gould. Además de rodarla en Chicago y tener una caracterización que, si bien hoy puede parecer una broma, en su momento sorprendió por su capacidad de acercar al reparto a los personajes de las tiras.

Al Pacino pensando en que no negoció suficientemente bien su sueldo.

Finalmente, la película costó poco más de 100 millones dólares y, con los datos de taquilla, se quedaron cerca de incurrir en pérdidas. El estreno se produjo en el año 1990, cinco  años después de la muerte de Gould.  Además, fue una película que dividió bastante a la crítica y que no ha logrado pasar la prueba del tiempo más allá de ser recordada como una anécdota. La dirección es titubeante, el guion tiene unas cuantas de incoherencias (que en la novelización intentó solucionar Max Allan Collins, lo cual ocasionó una ruptura entre él y Disney), se nota que es un producto muerto por su propia ambición por el que han pasado demasiadas manos con mucho ego.

A pesar de todo, fue una de las duras contendientes en la edición de 1991 de los Oscars, obteniendo los premios a la mejor dirección de arte, mejor maquillaje y mejor canción original. Pero ni para Disney ni para ninguno de los implicados  fue motivación suficiente para continuar con la franquicia.

La trayectoria de este aguerrido detective es tan ajetreada como lo fue la Chicago de los años treinta. Y no menos apasionante. Algunas cosas siguen siendo rompedoras a día de hoy. Otras, inevitablemente, han envejecido. Pero si de algo sirve este personaje es para representar el ideal de todo lo que funciona en nuestro mundo. O todo lo que falló a lo largo de buena parte del pasado siglo. Y que explica, en buena medida, por qué se está donde se está. A la vez de buscar soluciones que, probablemente ni te habías planteado. Solo hace falta un poco de ingenio y de capacidad de observación. Parece fácil cumplir esos requisitos pero no lo es.

El espíritu Dick Tracy seguirá vivo en la medida en la que se siga teniendo que vivir con la corrupción día tras día. Porque eso se traduce en desigualdades. Y estas en crímenes. Y mientras así sea (y no hay visos de que deje de serlo) siempre se tendrá puesta la esperanza en que un detective de ropaje amarillento y nariz aguileña haga algo para impedirlo. Da igual que se esté en los años treinta o un siglo después. Siempre se necesitan salvadores.  Y si la realidad no está dispuesta a proporcionarlos, siempre se pude poner los ojos en la ficción.